La juventud.

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Crecí mucho, lo suficiente como para no aparentar mi edad, mis músculos, mi mente y mis capacidades se fortalecieron en el pasar de los años, tanto como la amistad con Kórek, el acné cambió el relieve y forma de mi rostro, mis ojos cambiaron levemente de color, y mi voz, notoriamente grave, como la que me intimidaba los primeros días de la academia. Esta fue la era más solitaria que viví, mis padres no me prestaban atención, se preocupaban menos por lo que hacía; a veces cuando salían de viaje me olvidaban y debía de conseguir la comida para mi sostenimiento mientras no estaban. Todo cambió mucho, el devenir de las cosas no fue como esperaba, era el alumno menos preferido, solo tenía un amigo, el afecto de mis padres disminuyó y mi cuerpo sufrió una rara metamorfosis, prefería todo como era a los 9 años. Kórek ya era adulto, yo aún menor de edad pero, él era la persona responsable de mí, pasábamos la mayor parte de los días juntos. Legué a irme de casa temporalmente, viví con él y su padre durante un mes y la verdad es que no los extrañé ni poco pero, sí extrañé mi hogar, mi solitaria habitación y mis amados libros. Lumber casi me odiaba, porque yo era quien más los cuestionaba, lo que más le molestaba era que mis argumentos siempre parecían más válidos que los de él, estos hacían ver el asesinar de una forma tan bella como lo hacía el padre de Kórek ,pero nunca me dio la razón, para él su palabra era la definitiva.

Mi madre quedó embarazada nuevamente, tendría un hermano menor, algo que no me gustaba mucho, me pondrían a hacer más cosas, tal vez también como pedagoga. En casa, estaban felices, dentro de pocos meses se daría la llegada del nuevo integrante, todo dinero se gastaba en ropa, cosas para bebé y los preparativos de la fiesta, eso era su única preocupación, a veces hasta dejaban de comprar comida. Como consecuencia del embarazo, los abuelos, nos visitaron, algo que no hacían desde que me encontraba en el vientre materno, eran personas imprudentes, soeces e inspiraban pesar, creo que el término "personas" no era nada adecuado para ellos, no merecían ni vivir.

La pareja de ancianos se quedaría en casa por una semana, cuando me enteré, vino a mí el pensamiento de quitarles la vida. Además de que haría un favor a todos, también podría poner a prueba las habilidades que desarrollé en los años ya pasados. Estaba ansioso por hacerlo, no cometía un asesinato desde hace muchos años pero, quería tener la sensación nuevamente, sólo que esta vez debía ser digna de ser llamada asesinato.

Uno de esos días, me levanté antes que el sol, se divisaba en el cielo la constelación de orión, el fuerte cazador con la gran espada entre su mano. La noche anterior planifiqué todo pero, ver el asterismo me dio una idea extra. Mi madre estaba en el hospital con mi padre, le había dado una crisis nerviosa, no regresarían a casa hasta la tarde del día siguiente. Eran las 3:30 de la madruga, ya estaban los preparativos, el abuelo se despertó al baño, debía ir constantemente porque tenía problemas de la vejiga. Él, era aficionado a los insectos, me aproveché y cuando salió del baño dije:

-Abuelo, ven a ver, hay un insecto muy raro en mi habitación.

-Espero no mientas y me hagas perder el tiempo.

-No, te lo aseguro, si quieres te lo puedes llevar, no me siento cómodo teniendo un insecto tan grande y extraño en mi habitación.

-Está bien, llévame a ver.

Fue fácil convencerlo, cuando a un ser humano se le ofrece hacer algo que está de acuerdo con sus cosas, cede fácilmente. A la entrada de la habitación lo adelanté, tome un trapo y cinta gris de la mesa de al lado de la puerta sin ser visto, cuando entró, lo derribe, y encima de él presionándolo contra el suelo, puse el trapo en su boca, con la cinta aprisioné las manos y pies, y dejándolo tendido en el suelo, tomé una de las espadas guardadas en mi armario. Dirigí la Katana a su cara, levemente fui retirando la piel de su inmensa nariz, arrugada y débil caía como cascara al suelo; piel sin valor alguno, deteriorada por los años pero, que hacía más interesante el asesinato, resentida y con su fragilidad causaba más dolor. Penetré con el fino extremo de la espada sus manos hasta el otro lado, la sangre brotaba como el nacimiento de un pequeño río, todo era tan mágico e irrepetible. Dándole la vuelta, su nariz dio contra el polvoriento suelo, causando un ardor que no alcancé a imaginar, con múltiples y fuertes cortes en la espalda y finalmente en su cuello, se tranquilizó, dio el paso al más allá.

No fue un acto silencioso, aunque alguien tenga la boca tapada puede aún expulsar un leve grito de auxilio. Sentí pasos lentos que se acercaban a la habitación, la abuela y su ligero sueño habían despertado. Esperando su llegada para sorprenderla y darle el mismo destino del abuelo, se detuvo por un momento, pero luego siguió caminando con su gran agilidad. Cuando se asomó a la puerta no creía lo que veía, el que fue su esposo por 45 años, la había dejado sola finalmente. Antes de cruzarla se desplomó, como si un francotirador hubiese estado de mi lado, pero no, no era eso, la abuela murió de un infarto por el impacto de ver a su esposo flotando en un charco de sangre, y por el miedo de enfrentarse a la despreciada soledad.

Eran ya las 3:35, solo pasaron cinco minutos pero, para mí fue una eternidad, el placer duró más de eso, finalmente había logrado una obra de arte aceptable y digna de un asesino instruido, la sensación era aún mejor cuando se hacía con personas que hacen parte de nuestra vida, el afecto de mis padres hacia ellos, y todas la experiencias que vivieron juntos, se transformaron en la obra de un joven que por alguna razón era su hijo.

Dejando ambos cuerpos en la habitación la cerré, fui a la sala de estar y dormí en el sofá hasta que llegó la hora de partir para la academia. Después de un día maravilloso allí, llegué a casa. Aún no estaban, pero pronto, en algún momento, lo harían, llegarían cansados por la mala noche que se pasa en el hospital, mi madre enferma y mi padre cuidando de ella, así que como buen hijo los recibiría con una grandiosa comida.

No era muy bueno cocinando pero, aunque el sabor no fuese agradable, ellos hambrientos comerían cualquier cosa. Llegaron dos horas después, en la mesa encontraron el gran banquete que preparé, lo miraron con gran agrado. Mis suposiciones eran ciertas, llegarían hambrientos y cualquier alimento seria aceptado. Luego de comer, fueron aletargándose y debilitando, había puesto droga en los alimentos con ese fin. Aún consientes pero sin fuerzas para moverse, fui por las cosas necesaria para proceder con su muerte, ellos tampoco merecían vivir. De mi cuarto tomé una cuchilla, un fórceps y un cuchillo, bajé de nuevo a la sala y comencé con mi madre.

Lo más interesante de empezar con ella, era que tenía una vida en su vientre, tomé los fórceps, baje la ropa interior y subí el vestido, procedería primero con el bebé. Introduciendo el fórceps y finalmente llegando a él, con gran emoción comencé a cortar en pedazos sus frágiles extremidades, se transmitía como una señal, que pasaba a través del metal y llegaba a mi cuerpo, la sensación de cortarlo y finalmente aplastar su cabeza. Estando el bebé a trozos en el vientre, abrí este de lado a lado, dejando salir todo el contenido para por fin conocer a mi hermanito. Como toque final, penetré los meniscos con el Katar, dejando sus articulaciones inservibles. Mi padre hacía un esfuerzo por levantarse y defender a su esposa, pero la síntesis y la química farmacéutica eran más fuertes que su amor y voluntad. Era ya su turno, no era necesario preocuparse, pronto la vería en el otro mundo. La cuchilla que llevé era pequeña, la más adecuada para el uso que le daría; tomando su mano como si fuese a hacerle la manicure, levanté la piel de la cutícula de cada uno de los dedos de la mano derecha, penetrando profundamente y luego cortando cada uno en tres partes. Su mano izquierda sufrió el mismo destino pero, antes de cortarlos, dividí las falanges en dos solidas partes de calcio que formaban ángulos casi rectos entre sí, no podían ser más perfectos. Desprendiéndolo de sus dedos, abrí un poco su boca y serruchando la parte inferior de la mandíbula logré cortarla hasta la barbilla, también su lengua la dividí en dos, esta interfirió en el camino del cuchillo; y su colgante úvula del paladar fue tragada sin resentimientos tras ser cortada. Con fuerza saqué sus ojos, corté los nervios que unían al cerebro, para luego ponerlos dentro del vientre de la mujer, como regalo por permitirme practicar con ella. Senté a ambos muertos en el comedor amarrados a las sillas, eran muy inútiles, ni de sostenerse eran capaces. En dos platos serví los restos del bebé y con su sangre en el suelo, al lado de la mesa, recreé la última cena de Da Vinci, pero aquí tenía una acepción totalmente diferente.

El arte de asesinarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora