Entré por la ventana

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Lunes, peor día de la semana, tener que forzar al cuerpo a hacer múltiples acciones en cadena después de haberse relajado el día anterior. Era día de escuela, Alondra, se sentó a un extremo del salón, lejos de Mario. Él la miraba desde su sitio con ojos enamorados, pero ella era indiferente y no le devolvía la mirada. Pablo fue el primero en darse cuenta de esto.

- Te ves estúpido. ─ Dijo sin conseguir alguna respuesta. ─ ¿Aló? ¿Mario?

- ¿Ah? ¿Qué quieres Pablo? ─ Responde después de un minuto.

- ¿En dónde está tu mente?

- No lo sé, pero creo que no está en esta realidad.

- Interesante... Debes olvidarla.

- ¿Qué? ¿Por qué?

- Te está volviendo ciego.

- ¿Qué quieres decir? Yo veo perfectamente.

- ¿Acaso has notado cómo te evita?

- Eso no es verdad ¿Por qué lo dices?

- Date cuenta, está sentada al otro extremo del salón, lejos de nosotros, además el día en el que encontramos con ella y su amiga en el restaurante, se podía sentir como ella no quería que estuviéramos ahí.

- Estás loco. Te lo demostraré, iré a verla después de clases.

- Suerte.

Una vez acabada la escuela, la estudiosa niña se dirige a casa de Meylín para recogerla e ir a almorzar a su casa.

- Hola Mey ─ Dice dándole un beso en la mejilla.

- Linda ¿Cómo estás? ─ Pregunta sonriéndole.

- De maravilla, el colegio estuvo entretenido, hoy hubo biología.

- Genial... Bueno... ¿Qué vamos a comer?

- Comeremos en mi casa, mi mamá cocinará para las dos.

- Suena bien, apresurémonos, me muero de hambre.

- Está bien ¿Ya le avisaste a tu mamá?

- Por supuesto. Vamos.

Al momento que llegaron, se pusieron a ver la televisión, un programa que les causaba algo de nostalgia: "31 minutos". Eran años que habían pasado desde la última vez que lo vieron. Estaban felices.

La señora Margaret, Mamá de Alondra, puso los platos en la mesa. Era un plato peruano llamado "Ají de gallina". Delicioso. Entonces llamó a las dos niñas para que bajen al comedor, ambas lo disfrutaron.

- Está exquisito, señora.

- Gracias Mey, es un gusto tenerte aquí, aún recuerdo lo mucho que te gustaba este plato.

- El placer es mío, señora.

Una vez acabado el almuerzo, subieron a la habitación. Conversaron un buen rato, todo iba maravillosamente, hasta que Meylín propone la idea de cantar. El pobre cuarto de Alondra fue testigo de todas las notas desafinadas que se podían oír desde el primer piso. Entra la bulla y la risa, Meylín coge la cintura de su pareja e inician un beso, por primera vez, Alondra se sentía bien con eso, incluso, fue tan apasionado que los minutos, para ellas se volvieron segundos. Y de pronto, Meylín suelta sus labios y le dice:

- Te amo

Alondra vuelve a la duda que siempre tuvo luego de oír esas dos palabras, no sabe que responderle, así que se queda callada y borra la sonrisa de su cara, volteando a mirar al suelo. Meylín se vuelve a disculpar por apresurar la relación.

- No te preocupes, siempre te diré.

- Sí, lo sé, por cierto ¿Qué hora es?

- No me he fijado, pero abajo hay un reloj.

- ¿Por qué solo hay un reloj en la casa?

- Supongo que en mi familia queremos ahorrar tiempo. ─ Dice con una risa de volumen bajo, triste.

- Estás loca, de una manera tierna, pero loca. Ya vengo, iré a ver la hora.

- Te espero acá.

Meylín sale y la joven empieza a hablarse a sí misma.

- No quise quedarme callada, tampoco debí, la quiero, y mucho, pero no sé si es amor de verdad ¿Cómo puedo saber si yo no he estado enamorada de ella tanto tiempo como ella de mí? ─ Piensa golpeando su cabeza contra la pared suavemente.

- ¡Alondra! ─ Dice una voz masculina.

- Listo, me volví completamente loca ¿Ahora qué hago? ─ Dice aumentando la intensidad de los golpes

- ¿Por qué te golpeas? ─ Dice la voz cogiendo los hombros de ella.

- ¿Mario? ¿Qué demonios haces aquí? ─ Exclama cuando voltea.

- Pues... vine a verte.

- ¿Cómo entraste? Mis padres no te conocen.

- Tú papá me conoció cuando volvimos de la fiesta.

- Ni siquiera se hablaron.

- Cierto... La verdad, la ventana estaba abierta.

- ¡¿Acaso perdiste la razón?! ¡Vete ahora!

- ¿Por qué?

- Porque...

Meylín entra irrumpiendo en la conversación.

- ¿Qué haces tú acá?

- Me iré pronto, solo quiero preguntarle una última cosa a Alondra.

- Pues hazla rápido. ─ Dice Meylín, enojada.

- ¿Qué soy yo para ti, Alondra? Estoy seguro que sientes lo mismo que yo. Dudas si lo que sentimos respecto a nosotros es amor.

- Obviamente nada ─ Interfiere la pelirroja.

Alondra no sabía que decir o cómo escapar a la pregunta y a la presión, Meylín aún no sabía lo que había sucedido en la fiesta de Pedro. Tenía dos opciones: Mentir y herir a Mario o decir la verdad y herir a Meylín. Lo pensó un rato hasta que dijo:

- No sé por qué me inventas falsos sentimientos, Mario.

- Lo hago porque vi tu rostro en esa noche, nuestras miradas se volvieron mil veces más profundas que el vacío del universo, creí que esa noche significó algo para ti, como lo hizo para mí.

- ¿Cómo puedes crear tanta ilusión por un simple baile? ─ Responde.

- Un simple baile... Tienes razón ─ Dice tragándose su propio aire. ─ Muchas gracias, ya me voy, no seguiré molestando.

Mario sale por la ventana que entró, saltando hasta la rama de un árbol, trepándose a él y bajando por el mismo. Una vez en el suelo, se fue lentamente a casa, contiendo todas las lágrimas que podía, aunque cada cuatro pasos, algunas escapaban. No tenía dinero para un bus ni para un taxi, tuvo que caminar cincuenta minutos hasta su casa. Cuando llegó, se encerró en su cuarto y dejó salir el llanto, este no quería cesar y luego de quince minutos más, la impotencia lo durmió.


2 Minutos Cerca Al MarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora