Capítulo 6

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Tao se quedó inmóvil donde YiFan lo había dejado y se agarró a la toalla de baño como refugiándose en ella. Pero era demasiados tarde. Él ya había hecho lo que había querido. Tocarlo. Besarlo. Aterrorizarlo, subiéndolo a la cima de una montaña rusa para luego...

Se sobresaltó al oír el golpe de la puerta. El emperador se había ido. Jadeante y tembloroso, se dejó caer en el asiento del inodoro.

Estaba aturdido. Había entrando en el baño cuando estaba desnudos y lo había besado... luego, inexplicablemente, se había ido. ¿Por qué?

Tao se estremeció al recordar el beso. Podría haber hecho con él lo que hubiera querido. Nadie se lo hubiera impedido.

La carne era débil.

Lo había doblegado, y no solo físicamente, también mentalmente.

Tao conocía muchos hombre así. Los veía a diario en el casino. Los jugadores eran los peores. Arrojaban con displicencia el dinero sobre la mesa, mostrando su poder y su odiosa colonia...

YiFan no usaba colonia cuando se acercó a él. Solo tenía el perfume de sí mismo. El aroma ardiente de un hombre que deseaba algo o alguien.

Y, sin embargo, lo había dejado.

Lo había abordado con un beso apasionado y profundo para luego pasar a besarlo con ternura y suavidad. Había querido confundirlo. Y lo había conseguido. En ese último instante, cuando Tao había respondido a sus besos....

No. No. No. Él no había respondido a sus besos. Se había dejado besar como mecanismo de defensa para eludir la lucha. Eso era todo lo que había hecho.

Él no era como su hermana. No se sentía seducido por el dinero y el poder.

Se sentía mejor y más fuerte. E incluso tenía un plan. Y estaba perdiendo un tiempo preciso. El emperador podría volver en cualquier momento. De un estante sacó una bolsa, la abrió y metió en ella el maquillaje que usaba parar cubrir sus ojeras, algunas aspirinas y algunas cosas del botiquín.

YiFan no era un tonto y sabía que Stephen era hijo de su hermano. No era fácil mentirle. El mayor tenía una riqueza incalculable y Tao vivía de lo que podía.

El bebé aun seguía durmiendo, así que ganó tiempo.

En menos de 10 minutos, tenía dos maletas sobre la cama llenad de ropa suya y del bebé. Cuando las bajó al suelo, el niño se despertó y lo miró con cara de indiferente, como el padre y el hijo. Tao le puso el chupete en al boca rápidamente.

- Ves lo rápido que he sido - le dijo al niño, entretenido con el chupete -. Ahora nos vamos de viaje. ¿Qué te parece? Emocionante, ¿no?

¿Debía tomar un avión y gastarse en el vuelo la mitad de sus ahorros? ¿O dirigirse a la terminal de autobuses y tomar el primero que saliera?

La respuesta era clara: el aeropuerto. Era el medio más rápido de abandonar la ciudad y de alejarse lo más posible de la amenaza de aquel hombre. Era más caro pero valía la pena. Tenia también una tarjeta de crédito que estaba aun sin usar. La había guardado en caso de emergencia. Y aquello, sin duda, era una emergencia.

Stephen desde la cuna, empezó a enfadarse. Tao se echó a reír. Su bebé era uno de sus pocos motivos de alegría en la vida.

- Bueno, tal ves no sea un gran plan, Stephen, pero al menos es un comienzo - le dijo.

Amy Lee siempre se había burlado de él por su obsesión de planificar todo, pero estaba convencido de que, sin un plan, podía terminar como su madre y hermana. Eso nunca. Tao no estaba dispuesto a acabar en manos de un hombre que lo mantuviese, como si fuera un objeto más de su pertenecías.

El Emperador Despiadado (TaoRis) [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora