Dark Angels ©

P r ó l o g o

La chica se posó delicadamente sobre la pomposa nube, sintiendo todo su pelo negro aterrizar en su espalda. Uno de sus dedos pálidos y afilados comenzó a enrollar un mechón de ese sedoso pelo que acariciaba la nube, como haciéndole cosquillas.

Observó con detenimiento las calles de aquella ciudad sobre la que se alzaba. Se arrodilló, alisándose el vestido blanco de esa tela tan suave que le gustaba tanto y movió sus ojos de izquierda a derecha, siguiendo el curso de calles para luego rodarlos en las grandes plazas.

Tan sólo unos minutos le llevó encontrar a su próxima víctima. Sus labios carmesí se alzaron en una sonrisa juguetona a la vez que se levantaba con la misma gracia que se había levantado. En un solo parpadeo de sus ojos azabache, unas inmensas alas negras se extendieron a sus espaldas, dividiendo el pelo en varios mechones que empezaron a frotar, enredándose en las suaves plumas de cuervo.

La joven ángel batió una vez las alas con dificultad. Luego otra. La tercera vez fue mucho más fácil. A la cuarta, sus pies desnudos se levantaron de la nube, y a la quinta, su cuerpo entero se impulsó hacia abajo, llevándola a una velocidad imposible hacia los altos edificios, haciéndola sobrevolar las largas y delgadas calles.

Y se encontró por fin frente al chico que había escogido, sin sus alas, sin su vestido blanco, sin sus labios carmesí. Sólo con una simple camiseta azul y unos shorts. Miró al chico con sus ahora ojos azules y meneó la cabeza coquetamente, haciendo mover su coleta negra.

El muchacho se sonrojó, admirando a la belleza sobrenatural que acababa de aparecer al cruzar la esquina. ¿Era eso lo que llamaban amor a primera vista?

—Hola —saludó con voz dulce, alzando una mano.

—Hola —respondió él, sin poder evitarlo—. Soy Alex, ¿puedo preguntar por tu nombre?

Ella sólo sonrió más. El chico apretó su mano cálida y fría a la vez, sin saber que aquella belleza estaba planeando el momento idóneo para arrancar su cabeza y alimentarse de su sangre.