C i n c o

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La joven ángel se paseaba nerviosa por las oscuras calles de la Sombra. Su pelo castaño y corto se movía al son de su caminata, y sus iris del mismo color giraban de izquierda a derecha, asustados.

Más que pasear, parecía buscar algo. Algo que le daba mucho miedo.

Las puertas de madera negra astillada parecían infinitas por esa larga y estrecha calle sin nombre, como casi todas las de su mundo. Tal vez la ausencia de esquinas para esconderse y la estrechez que le impedía extender las alas para poder huir fácilmente eran lo que la tenían tan alerta.

Sintió algo vibrar en el bolsillo de su pantalón gris. Quiso mirar, pero se contuvo. Si encontraba a quien buscaba, prefería que no viera el móvil que escondía desde su última visita al mundo humano.

Había bajado meses atrás, pues algo le había llamado la atención: en Sombra hablaban de una chica humana capaz de capturar ángeles incluso con más eficacia que los cafs. Admirada por esta persona, decidió que desde ese entonces le ayudaría con su trabajo. Para ello, se hizo con un teléfono móvil humano y obtuvo el contacto de esta humana. Lo que más le maravillaba de ella era que, tras capturar a un ángel, no hacía como los cafs y lo mataba, sino que lo devolvía a Sombra y no le hacía daño.

Eso era lo que a Yui no le gustaba de los cafs: mataban. Sabía muy bien que, si por ellos fuera, todos los ángeles de Sombra estarían muertos, y por eso aprovechaban cuando uno de ellos incumplía la ley de bajar al mundo humano para alimentarse para poder ejecutarlo.

Así funcionaban los cafs.

Pero Kuro era diferente. Ella buscaba a los ángeles, luchaba contra ellos si era necesario hasta dejarles tan débiles que los amenazaba con la muerte si no volvían a Sombra.

Los ángeles apreciaban mucho su vida, así que siempre decidían volver.

Y Yui sabía que, aunque prefirieran la muerte, Kuro no los asesinaría.

La conocía, hablaban bastante. Durante un tiempo, la humana creyó que se trataba de una broma. Tras mandarle fotos de Sombra y de ángeles a los que Kuro había conocido, ésta creyó finalmente a Yui.

Ahora eran lo llamado amigas.

Llegó al final de la calle, y antes de cruzar la esquina se asomó por ésta. Cogió mucho aire al ver una luz llegar desde una calle paralela.

Se escondió y aguzó el oído. Se escuchaban pasos, mezclados, probablemente de dos personas. Después se oyeron los susurros, y Yui se estremeció:

—Ninguna novedad —decía una voz femenina—. Todos en su sitio.

—Menuda mierda... —contestó otra voz masculina— No sé ni para que tenemos que hacer esto, llevan meses sin bajar por el miedo... Son unos cobardes.

La mujer suspiró y se la escuchó reír sarcásticamente.

—Sería tan fácil incendiar este asqueroso sitio y matarlos ya a todos de una vez... Por lo menos ya no tendríamos trabajo.

—Tienes razón...

Los pasos cesaron. Yui escuchó cómo ambos se apoyaban en el otro lado de la pared en la que ella estaba apoyada. Se agachó un poco y se fue algo hacia la izquierda, dirección contraria a la que ellos estaban.

— ¿Y ahora qué hacemos? —preguntó la mujer.

—Hum... Se me ocurre algo.

Se escuchó un chasquido. La luz de la linterna se apagó y se oyó un suspiro de sorpresa por parte de la mujer, seguido de los claros sonidos de un beso húmedo.

Yui cerró los ojos y quiso huir. Pero debía quedarse por si decían algo más...

Los sonidos pararon, y la voz femenina se hizo oír de nuevo, algo molesta:

—Aquí no, Jull, nos pueden ver...

— ¿Y qué? Nosotros somos los que más poder tenemos ahora mismo en esta ciudad de mier...

—Jull, n--...

El beso volvió a efectuarse. La mujer gimió y una parte de arriba del uniforme de los cafs apareció a pocos metros de la castaña. Más jadeos y suspiros, más sonidos de besos y toqueteos.

Yui se tapó los oídos y no aguantó más. Comenzó a caminar lenta y cautelosamente por donde había venido, cada vez un poco más deprisa, hasta que comenzó a correr. Los cafs no la oirían, estaban muy ocupados como para centrarse en otra cosa que no fueran sus relaciones íntimas.

Tras correr un buen rato, entró por una de las oscuras puertas, diseñadas de tal manera que sólo quienes fueran propietarios de la casa pudieran entrar.

Cerró la puerta tras ella y sin encender siquiera las luces se sentó con la espalda apoyada en ésta y sacó el móvil de su bolsillo, aún con el corazón desbocado.

Tenía un mensaje de Kuro.

"¿Sabes si los cafs ya saben sobre ella?".

Yui resopló. El mensaje había sido enviado hacía no muchos minutos. Con manos temblorosas, reaspondió:

"Aún no tienen ni idea. Date prisa".

Cerró los ojos y apagó el móvil, dejándolo sobre su regazo. Sonrió levemente, ya había cumplido su trabajo. Ahora, sólo le quedaba rezar por que Kuro fuera más rápida que los cafs, y que ellos no las pillaran. Ni a Yui, ni a Kuro.


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⏰ Última actualización: Sep 25, 2016 ⏰

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