Capítulo V

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Llevaba dos semanas trabajando en la tienda de antigüedades. Había aprendido demasiadas cosas en muy poco tiempo. Ángel estaba muy conforme con su trabajo y dedicación, y su amigo se veía más aliviado en sus tareas, ya que trataba de adelantar todo lo posible durante su turno. Avriel seguía evitándolo cada vez que se cruzaban. Apenas hablaban, aunque Rafael trataba de comenzar conversaciones con él, recibía miradas de soslayo o directamente, indiferencia. Las clases estaban por comenzar, las mañanas eran cada vez más frías; el invierno estaba cerca.

Ese día había decidido quedarse un poco más, ya que tocaba inventario. Gerard agradeció infinitamente la ayuda de Rafael, y este aprovechó para conocer un poco más de las reliquias del lugar. 

Se metió a la casona, viendo la espalda de Avriel descansando en el sillón, frente a la chimenea encendida. Se quitó la bufanda, frotándose las manos para conseguir un poco de calor.

—Traje algo de comida. Gerard me dio unas chuletas, si quieres podemos asarlas en la estufa.

Obtuvo la misma respuesta que todas las demás ocasiones. El hombre negó con la cabeza sin apartar la vista de las llamas, que bailoteaban sobre los troncos secos.

—Oye, debes comer algo. Supongo que lo haces cuando no estoy, pero... de verdad no me molesta compartir contigo.

El silencio reinó en la habitación hasta que Rafael, agotado y molesto, comenzó a revolver la bolsa en busca de la carne. Entonces, la voz ronca y suave de Avriel rompió el silencio.

—No puedo comer.

—¿Cómo que no puedes?, no seas tonto; claro que puedes.

—Hace mucho tiempo, cuando mi familia todavía vivía y yo era un mortal, conocí a una mujer —Rafael se mantuvo en silencio sentándose en la otra esquina del sillón para escuchar la historia. Por primera vez en mucho tiempo, Avriel comenzaba a hablarle y esta vez, su actitud parecía diferente—. Era una viuda que vivía en la parte más profunda de un bosque, en una cabaña. Su marido había muerto de una enfermedad, no tuvieron hijos. Yo solía cabalgar por ese bosque. Un día me encontré con ella y le ofrecí ayuda. Pasó el tiempo y seguí visitándola; pero ella comenzó a sentir algo más por mí. El problema es que mi corazón ya pertenecía a otra persona.

—¿Sasha...? —preguntó tímido.

—Sí. Sus padres y los míos eran amigos. Ellos eran franceses y mi madre también lo era. Nos conocíamos desde que éramos niños, era dos años más pequeño que yo. Nunca le dije a Alessa que estaba perdidamente enamorado de él, pero le dejé saber que sus sentimientos no eran correspondidos. Ella pareció aceptarlo, formamos una amistad muy bonita pero las cosas con Sasha eran cada vez más difíciles. Ni mi familia ni la suya aceptaban nuestra relación, así que decidimos que lo mejor para nuestra felicidad sería huír lejos y comenzar una nueva vida juntos. Cometí el terrible error de contarle a Alessa mis planes, sin saber que ella era una bruja.

—Espera, ¿él?, ¿te refieres a...? Yo pensé que...— titubeó, parpadeando—. Olvídalo. Eso suena muy loco.

—Sí, Sasha era un hombre—aclaró el francés, respondiendo las incógnitas del muchacho— . Puede que en esta época no se hable del tema con tanta normalidad, pero en el mil setecientos las cosas eran muy diferentes. Con la llegada de la ilustración, la caza de brujas fue menguando, en cambio Francia era uno de los pocos países donde todavía se condenaban, por lo que muchas escapaban a España, y este fue el caso de Alessa. Su esposo era Francés y cuando murió, ella tuvo que viajar a España para refugiarse de los cazadores de brujas, y comenzó su vida aquí, como una mujer común y corriente.

—Espera... ¿dijiste mil setecientos? —Rafael abrió los ojos de par en par—, ¿tú naciste en el mil setecientos?

—Nací el veintiuno de mayo del mil setecientos veintidós, en Francia.

—Es una real locura... —no salía de su ensimismamiento—. ¿Cómo es que tú...?, esa bruja, ¿tiene algo que ver con que estés aquí ahora mismo?

—Sí. De hecho por su causa es que estoy aquí. Cuando ella supo que yo escaparía con Sasha, conjuró una maldición que me hizo caer dormido y me enterró cerca de su casa, en el bosque —su mirada se tornó melancólica de un momento a otro—. No pude ver a Sasha, cuando él llegó, esa bruja ya se había deshecho de mí. Seguramente pensó que lo había abandonado.

—Él te amaba y sabía que sus sentimientos eran más que correspondidos. No creo que haya pensado una cosa así. En las cartas... se notaba el amor que ambos se tenían.

—No ha pasado un segundo sin que pensara en él desde que desperté. Cuando te vi... realmente creí que eras él. Me alegré tanto que no sabía cómo reaccionar, tenía miedo de que estuviera enojado conmigo. Sabía que las cosas habían cambiado, que había pasado más tiempo del que creía. Al verte, una chispa de esperanza se encendió en mi corazón, pero tú no eres...

—No soy Sasha...

Avriel metió la mano en el bolsillo del sacón, sacando los dibujos que Rafael había visto en el cofre.

—Él era Sasha. Jamás me cansaba de retratarlo, aunque estos dibujos no reflejan ni por lejos su belleza. Cada vez que sonreía parecía que el mundo desaparecía a mi alrededor y solo estábamos él y yo. Era feliz teniéndolo a mi lado.

—¿Quienes son ellos? —señaló los cuadros que él mismo había limpiado y colgado sobre la chimenea.

—Los más jóvenes son mis padres. Y ese bebé soy yo. La pareja de ancianos son mis abuelos maternos y el último, como notaste, soy yo.

—¿Tú los pintaste?

—Los de mis padres y mis abuelos, sí. El mío lo pintó Sasha para mi cumpleaños número veintitrés.

—Son increíbles —volvió a maravillarse con los detalles de cada pintura y el realismo de éstos—. Es como ver una fotografía.

—¿Una fotografía?

—Oh, es parecido a un retrato pero se copia en una máquina con... tinta, luego te muestro, para que entiendas mejor.

—Todavía debo conocer mucho de esta nueva época.

—Claro que sí. Creo que deberías comenzar por quitarte esos andrajos que llevas. Cualquiera que te vea va a pensar que eres un loco suelto, y más si se enteran de tu historia. —Le devolvió los dibujos, suspirando—. Oye, lo lamento. Siento haberme metido en tus asuntos privados, no debí leer las cartas ni meterme a tu casa. De verdad lo lamento mucho. —Agachó la cabeza, intentando ocultar el ligero rubor que se había formado en sus mejillas.

—C'est bien¹, has hecho un excelente trabajo limpiando los cuadros. Merci.

Rafael esbozó una amplia sonrisa, y por un momento creyó ver un brillo en la mirada de Avriel. A pesar de ser una locura a simple vista, algo le decía que debía creer en aquel misterioso hombre, algo en su interior le hacía sentir que ya se habían conocido antes.

 A pesar de ser una locura a simple vista, algo le decía que debía creer en aquel misterioso hombre, algo en su interior le hacía sentir que ya se habían conocido antes

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 ¹ C'est bien: está bien.

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