Capítulo VI

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La mañana llegó más fría que de costumbre. El viento mecía las ramas del viejo roble al costado de la casona, llevándose consigo las últimas hojas teñidas de una mezcla entre amarillo claro y naranja. Rafael se revolvió entre las frazadas, cubriéndose hasta la nariz cuando la brisa gélida se coló dentro de la habitación, acariciándole las mejillas. Abrió los ojos con pereza, mirando su reloj, eran cerca de las ocho. Se sentó en la cama, envolviéndose con las frazadas. Una de las cosas que extrañaba más de su casa, eran las duchas calientes por la mañana. Sabía que a su mejor amigo no le molestaba prestarle su baño, pero en ocasiones, deseaba regresar a la comodidad de su hogar, aunque sabía que aquello no sería posible, o al menos no por el momento. Se calzó con pereza, luego de colocarse los pantalones de mezclilla y un canguro. Bajó las escaleras, bostezando. Avriel se encontraba en el sillón, frente a la chimenea, como todas las mañanas. Su aspecto había cambiado bastante desde la primera vez que lo había visto; había optado por deshacerse del viejo y estropeado sacón, aunque se había negado a quitarse la camisa con volados y aceptar las prendas que Rafael le había ofrecido. Llevaba la la melena recogida en una coleta baja.

—Buenos días —saludó con una sonrisa, luego de darle un mordisco a una manzana—. Ya me voy a trabajar. ¿No tienes frío?

Avriel negó con la cabeza.

—Hoy está congelante, creo que este año tendremos nieve antes de tiempo —comentó mientras se enroscaba la bufanda alrededor del cuello, luego de terminarse la manzana.

—Recogeré algo de leña para cuando regreses —se escuchó la voz del hombre, ronca y serena, desde el sofá.

Había notado el ligero cambio de actitud luego de aquella charla. Avriel seguía evitando su mirada cada vez que cruzaban palabra, pero al menos ahora conocía un poco más de él, aunque a medida que pasaba el tiempo, su curiosidad no hacía más que crecer, y las preguntas seguían formulándose en su cabeza.

Se metió las manos en los bolsillos, caminando a paso apresurado entre la montonera de gente que caminaba por la vereda. Llegó a la tienda y como de costumbre, su amigo esperaba en la puerta, con un cigarrillo entre los labios y el móvil en la mano. Guardó el aparato en el bolsillo de la chaqueta, sacándose el cigarrillo de la boca para aplastarlo con el pie.

—Buen día, pequeño —el humo salió de su boca, acompañando sus palabras.

—Te vas a morir si sigues fumando —respondió seco, agitando la mano delante de su cara para dispersar el humo.

Gerard soltó una risotada, revolviendo el bolsillo de la chaqueta en busca de un manojo de llaves.

—Ángel llega más tarde hoy, me tocó abrir. Vamos a estar solos toda la mañana.

El aroma a madera barnizada inundó sus fosas nasales cuando su amigo abrió la puerta del local. Se había acostumbrado a aquel olor tan característico de la tienda. Se quitó el abrigo para colgarlo en el perchero mientras Gerard prendía el aire acondicionado y la computadora.

—Oye, ¿vas a decirme dónde te estás quedando? —inquirió el mayor sin quitar la vista de la pantalla plana.

A Rafael se le tensaron los músculos de la espalda. Sabía la reacción que tendría su amigo si se enteraba de que estaba viviendo en una casona abandonada con un desconocido, pero conocía su carácter obstinado y era capaz de estar todo el día insistiendo con la misma pregunta hasta saberlo. Guardó silencio durante unos instantes, hasta que la mirada de su amigo clavada en su nuca lo obligó a hablar.

—No quiero que te pongas como loco. —Supo que así sería cuando Gerard alzó una ceja, ladeando el rostro, un gesto típico que hacía cuando algo no le estaba agradando—. ¿Recuerdas la casona a la que fuimos hace como uno o dos años?

A través del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora