Capítulo Dos: Destrozado

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Luego de decir eso, Ana comenzó a quitarme la ropa, intenté rehusarme pero ella me golpeó fuerte la cabeza. Félix intentó detenerla pero no lo logró ya que terminó nuevamente en el suelo, Ana en realidad es un ser monstruoso. Podía ver a mi primo patalear no sabía que le hacía pero luego Ana se acercó a mí dejando a Félix en el suelo.

— No sé porqué se comportan de esa manera, si saben que ambos lo desean— Dijo Ana aún riéndose.

— ¡No quiero hacerle daño!— Gritó Félix.

Cuando Ana me dejó completamente desnudo me abrió las piernas y me amenazó con cortarme los dedos si cerraba las piernas, obvio no lo iba a hacer pero era pequeño en ese momento y por supuesto le creí. Ella hizo que tomara mis piernas dejándome expuesto sentía como tocaban mis glúteos asumía que era Félix ya que aquellas manos temblaban.

— Tía, no quiero lastimar a mi primo...

— No sé qué es lo que tanto temes, alguna vez perderá la virginidad mejor que sea para una buena causa.

— ¡PERO YO NO QUIERO SER SU PRIMERA VEZ!— Le gritó Félix desesperadamente.

Ana inmediatamente abofeteó a Félix.

— Mira muy pendejo, a mí respetas o lo haces ya o te quemo las bolas. Anda HAZLO.

El teléfono sonaba sin parar, Ana no podía evitar ignorarlo más así que se levantó furiosa no sin antes dejar una amenaza.

— Escúchame Félix, si no escucho a este niño hacer ruidos como los que tú haces con el vecino juro que lo lamentarás.

Esa mujer cerró la puerta de una vez con fuerza, yo mantenía los ojos cerrados y no quería ver nada de lo que sucedía. Félix se acostó a mi lado, giré un poco la cabeza para poder observarlo no era una imagen muy agradable él tenía unos ojos tristes... sus ojos verdes habían perdido el alegre brillo que siempre los adornaban.

— Travis... Lo siento, por mi culpa te haré algo horrible... espero que me perdones algún día.

Había relajado mi cuerpo al no ver que Ana no entraba, luego noté que Félix no estaba vestido.

— ... ¿Félix qué me harás?— Pregunté con un hilo de voz.

— No quiero decírtelo...

En ese momento lo único que podía sentir era horror al no saber qué sería de mí. Varias lágrimas se escaparon mojando mis mejillas, observaba a Félix quién solo tenía una dolorosa mirada.

— Félix... Tengo miedo— Dije con mi voz tan temblorosa.

Él no me contestó, y volvió a colocarse en frente de mí rozando su falo por aquel lugar que nadie había llegado a tocarme. Di un respingo al sentirlo, me alcé con apoyo de mis codos observando mi parte baja y luego a él.

— ¡¿Qué estás haciendo?!— Cuestioné casi en un grito mientras volvía a hacer un intento de cerrar las piernas pero todo fue en vano pues él tenía más fuerza.

Toda bondad, cariño, amor y delicadeza abandonó a mi primo en ese instante, fue un cambio realmente brusco, no expresó nada, el dolor que reflejaba en su mirada se había ido. Levantó mis caderas y ahí fue el fin de toda esperanza que alguien me salvara, lloré, grité pero nadie llegó a rescatarme del dolor que estaba sufriendo e incluso deseaba que Saita se transformara en humano y que quitara a Félix de encima mío. Era imposible enfocar la vista por culpa de las lágrimas acumuladas y de la agitación que Félix provocaba, me sentía destrozado y sucio. Pero una imagen es la que jamás podría olvidar: era la de Ana observándonos con una gran sonrisa plasmada en su rostro, una retorcida sonrisa de victoria. No sé en qué momento quedé inconsciente, logrando olvidar el dolor por unos minutos.

El despertar fue de lo peor, rogaba que todo fuese una pesadilla pero era la maldita realidad, estaba con frío, lastimado y con Félix al lado. Me senté con dificultad y miré mi cuerpo, estaba lleno de manchas violáceas y rojizas, todo me dolía a horrores en verdad no tenía ni ganas de vivir en ese momento. Logré levantarme soportando el fuerte dolor de cadera y otra zona, me dirigí a mi armario a colocarme ropa cómoda y abrigada, di media vuelta observando mi cama, quería estar solo pero si salía de mi habitación podría encontrarme con Ana y eso es lo que menos quiero sólo me quedaba estar aquí con él. Di unos cuantos pasos hacia delante tomando una almohada y la manta, me agaché colocándolos en el suelo, rodé quedando debajo de la cama pude acomodarme y opté por intentar volver a dormir pero escuchar sollozar a Félix por un buen rato me lo hacía imposible.

Pasaron los días y era la misma maldita rutina por la tarde ya que Ana se despertaba hasta las dos de la tarde así que Félix y yo teníamos la mañana libre, yo nunca me acercaba a él pues me sentía asqueado cada vez que me encontraba a su lado. Siempre después de las cuatro de la tarde ambos nos convertíamos en objeto de entretenimiento para Ana.

Recuerdo que no me alimentaba bien en esos días, había perdido peso. Mi dieta constaba de pan, agua o cereal, Félix siempre me ofrecía comida pero yo rechazaba todo de él, yo me servía con mis propias manos.

Al cumplir la cuarta semana me encontraba con varias mantas cubriéndome todo el cuerpo, estaba solo en mi cama por primera vez, de pronto escuché la puerta abrirse mi único instinto fue abrazar a Saita y removerme entre las sábanas, adoptando la típica posición fetal. Sentí una cálida mano en mi espalda, estaba harto y de repente me senté en la cama y quité aquella mano con suma brusquedad. Estaba a punto de agredir a mi única oportunidad de poder deshacerme de Ana.

— ¿Travis?... ¿Qué te ocurre? ¿Por qué estás de esa manera?— Cuestionó con un tono de voz realmente alterado.

No respondí, terminé quebrándome en llanto.

El Nokken que ahogó de amor a un pajaritoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora