Capítulo Uno: Petálos Cortados

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Para que logren comprender este relato, debo retroceder hace nueve años, donde quedé marcado y repitiéndome a mí mismo "no se puede confiar ni en la familia"... No me agrada recordar esto. Pero tendré que hacerlo.

Cuando yo tenía seis años, yo vivía con mi madre y una tía paterna llamada Ana, a pesar que mi madre ya se había divorciado, Ana seguía en nuestra casa pero mi madre no le importaba ya que al menos ayudaba con los gastos. Ana simple vista se miraba agradable, una mujer muy elegante pero cuando mi madre se iba a viajes de negocios, yo era su objeto de entretenimiento; ella me amarraba en el patio en un gallinero viejo que teníamos, me golpeaba con todo lo que encontraba a la vez que me insultaba, yo lo único que podía hacer era llorar y pensar que todo estaría bien, los vecinos sólo ignoraban mis gritos pensaban que sólo me castigaban ya que en ese pueblo el castigo físico era algo muy común.

Nunca comprendí la mentalidad de Ana, siempre que terminaba de herirme ya cuando estaba moribundo, me soltaba y me cargaba en sus brazos mientras cantaba una canción de cuna, una vez en la habitación me quitaba mis prendas, sus grandes manos me acariciaban las heridas y también las besaba, luego me llevaba hasta la bañera, ella incluso entraba, y me limpiaba con una triste mirada. Pero al día siguiente seguía la misma rutina sádica. Nunca pude decirle a mi madre lo que pasaba porque estaba muy aterrado con las amenazas de Ana.

Pero lo que me hizo pedir ayuda desesperado fue cuando llegó de vacaciones mi primo Félix.

Era una mañana nublada y mi madre estaba afuera con las maletas listas para entrar al carro, yo sólo la observaba por la ventana, estaba desanimado abrazando un zorro amarillo de peluche al cual nombre Saita, el único regalo que me había dado mi papá. Cuando mi madre finalmente se fue, agaché mi cabeza, ya presentía lo que me iba a pasar, sentí un horrible escalofrío cuando Ana me abrazó por detrás.

— Travis... Mi niño, vamos a jugar—. Decía Ana casi susurrando.

Sólo escuchar aquel tono de su voz hizo que una lágrima escapara y a la vez empecé a temblar. Sus manos acariciaban mi pecho hasta que metió una mano debajo de mi camisa, sus largas uñas me hacían sentir mal yo solo apretaba temeroso a Saita, de repente el timbre sonó, suspiré aliviado pero Ana se apartó bruscamente y golpeó con mucha fuerza la pared.

— ¡Maldita sea! ¡¿Quién carajo es!? —Gruñó e inmediatamente fue a ver quién era.

También me dio curiosidad, la seguí a cierta distancia, me oculté detrás de un mueble para ver y luego huir a mi habitación. Ana abrió la puerta furiosa pero al ver quién era se calmó.

— Ah, Félix pensé que vendrías en la tarde. Pasa y acomódate.

Al terminar de hablar Ana, Félix entró abrazando a la mujer, pensé que con Félix en casa ella ya no me maltrataría así que me dirigí a mi habitación cerrando la puerta, me quité los zapatos y ciertas prendas y me acosté en mi cama, quedando dormido al instante. Mi error fue no haber cerrado con llave.

Me desperté por unos gritos que al parecer provenían de Félix, no quise ir a ver sólo me tapé con las sábanas, de seguro Ana debe estar haciéndole algún daño, esa mujer en verdad me da miedo. Mi puerta fue abierta de una patada proveniente de Ana quien traía a Félix agarrado de su cabello, luego lo empujó hasta que entró por completo a mi habitación, me levanté por el miedo logrando sentarme en la cama me aferraba a las sábanas y a Saita. Félix aún en el suelo intentó levantarse pero Ana lo empujó con el pie.

— Hey Félix, si tanto te gustan los hombres demuéstralo. No quiero que me engañes cómo lo haces con mi hermana, sería una lástima que se entere que fuiste cogido por el vecino—. Decía Ana mientras reía.

— ¡¿Pero qué quieres que haga?! Tía lo que viste sólo fue ... —Félix intentaba buscar excusas, pero no lo logró.

— Sé lo que vi querido Félix. Todos los años que vienes aquí es para gritar como gata en celo con él. Pero qué bajo has caído, pensé que tú serías el dominante y resulta que eres solo un hoyo sucio.

— ¡No es cierto!— Se defendió Félix al ponerse de pie.

— Demuéstralo. Tienes a un sumiso detrás de ti.

Félix me miró aterrado, yo no sabía lo que ocurría era muy pequeño para entender.

— ¡Tía! ¡Es mi primo y es un niño! ¡UN NIÑO!

— ¿Y? Yo no le veo el problema—. Dijo Ana mientras sonreía y me observaba—. Ya verás que dentro de una semana no recordará nada.

No recordaré nada ¿eh?

El Nokken que ahogó de amor a un pajaritoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora