Parte 1

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Línea costera cerca a Santa Catalina, USA

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Línea costera cerca a Santa Catalina, USA

24 de diciembre de 2010

-¡Wow! ¡Mira eso, mira eso! -gritó una de las chicas situándose a su lado. Roger volteó a ver lo que le señalaba por la ventanilla del DC-10 que en otros tiempos había conocido mejores épocas. De hecho, todo había conocido mejores épocas, excepto la milicia. Ellos siempre estaban adelantados.

La falsa rubia del grupo de 20 pin-ups chessecake prácticamente se le montó encima, sus senos escasamente cubiertos con un corsé de cuadritos al estilo campirano, se les restregaron en la cara. A Roger eso no le gustó, pero no podía decir que aquello no fuese normal. La chica se quedó ahí, como idiotizada por el panorama que se le abría a un corta distancia por debajo las nubes. Roger ya lo había visto, desde que abandonaran la línea costera se habían desplegado una serie de cazas biplanos y triplanos que los seguían y por momentos los rodeaban.

Los cazas, según decían, estaban armados con láseres y sólo utilizaban sus hélices durante vuelos que requirieran una velocidad más o menos lenta, ahorrando de esta forma Diesel. Cuando el combate comenzaba, las hélices se detenían y el juego trasero de turbinas hacía explosión para proyectarlos hacia adelante, además las alas se movían para replegarse unas sobre otras, hasta que parecía que los pequeños aviones tomaban otra forma, más parecida a un P-51, sólo que conservando la hélice principal y el techo descubierto.

Roger sabía todo eso porque la aeronáutica lo había apasionado desde que era pequeño. La guerra llevaba casi un siglo, y había pasado de ser un juego de desgaste a uno de posiciones. América por supuesto, había quedado aislada. Hacía años, según se decía, que no se recibía señal alguna de Europa, o de algún otro continente. Y luego, el cielo se había puesto negro para siempre. La contaminación generada por el uso de carbón y luego el de gasolina y Diesel había cubierto los cielos con una pátina que parecía imborrable desde hacía casi 50 años.

En el mar todo era peor, la neblina que cubría las aguas era espesa y negra, flotando sobre las olas a todas horas.

Nadie en su sano juicio estaría ahí afuera más de un minuto sin el equipo adecuado.

Decían que de esa neblina y ese cielo negro, en el que escasamente se filtraba alguna vez un rayo de luz solar no distorsionado, se había aprovechado el enemigo. Decían que no venía tampoco de nuestro mundo, que eran criaturas que venían del espacio (aunque a Roger se le hacía difícil concebir el aspecto del espacio, las estrellas y la Luna, cuando jamás en su vida las había visto), y que se habían aprovechado de la capacidad bélica terrícola, desgastada por la guerra, decidiéndose a invadir.

Todos a lo largo y ancho de América creían que eran los únicos sobrevivientes, comunicados los tres subcontinentes por una franja de tierra con una carretera que partía en dos, de norte a sur al continente, la incomunicación era prácticamente imposible; no como con el resto de los países del mundo. Roger creía que ya habían caído y serían pasto de aquellos despiadados alienígenas que ahora se creían con derecho a conquistarlos a ellos.

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