Parte 4

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Para ser un piloto y carne de cañón, Dick tenía una habitación realmente lujosa. Su cama era la estándar del ejército, y como todos los muebles, estaba atornillada al piso. Sin embargo los pequeños detalles hacían el lugar bastante acogedor, comenzando por los modelos de aviones en madera y papel, hasta llegar al fonógrafo de última generación en una esquina. Sobre él lo rodillos de cera tenían las canciones grabadas. El piloto se dirigió justo al aparato para darle cuerda y encenderlo, la música se escuchaba mucho mejor que en otro de esos artilugios, seguro tenía que ver algo con la extraña forma de la corneta.

-Ponte cómodo -Le sonrió el piloto mientras al fondo la voz de un par de gemelas muy famosas, pero cuyo nombre Roger no recordaba, se hacían escuchar con voces cálidas a pesar del ruido de fondo de la grabación. Decidió que el mejor lugar para sentarse en la estrecha habitación era la cama. Desde ahí lo observó todo, sorprendiéndose de cuanto lujo tenían esos soldados, en los campamentos de tierra, la mayoría debía conformarse con compartir habitaciones con otros 29 compañeros más.

Otra vez un ramalazo de envidia lo invadió, pero Ricardo lo distrajo al sentarse a su lado y tomarlo de la barbilla: -¿Puedo besarte?

¿Y cómo negarse a esos labios sonrientes y a esos ojos de largas pestañas que lo miraban con un brillo tan intenso? El hombre era sumamente atractivo y Roger ya tenía su decisión tomada. Dejó que se acercara mientras evaluaba si aquello tenía algún sentido: bien, el piloto podía ser un cabeza hueca y un coleccionista de muchachitos como él, pero sabía lo que hacía.

Con los ojos a medias cerrados y bajo la luz ambarina decidió que todo estaba perfecto.

El movimiento de la lengua extraña sobre la suya era sensual, sentir los mordiscos contundentes pero no dolorosos sobre sus labios, también lo era. Que pasaran las manos por su cabello y acariciaran con lento detalle su columna por sobre el enterizo fue algo que calmó muchísimo a Roger. Bien, la experiencia no podía ser tan mala si el asunto no se reducía a un mete-saca de apenas minutos.

Tuvo un ligero sentimiento de pánico cuando Ricardo lo tendió en la cama y empezó a bajar la cremallera del enterizo que simulaba pertenecer a un mecánico. Pero el pelirrojo se recordó que había buscado eso, y que lo deseaba. Además el hombre rió, desconcertándolo lo suficiente como para distraerlo.

-Todo el tiempo me estuve preguntando que llevabas bajo ese uniforme falso...

El chico le devolvió la sonrisa. ¿Qué quería que llevara? Otro enterizo, esta vez de lana porque para cualquiera que hubiese volado cortesía del ejército, era obvio que en algún momento se congelaría, lo que a sus ojos hacía que el cuerpo femenino que los acompañaba resultara más valiente que él mismo.

Volvieron a tomarlo de las mejillas y a besarlo mientras el moreno se despojaba de su corbata y su camisa de kaki. Para ser un acompañante de turno, el pelirrojo estaba siendo sorprendentemente bien tratado. Nada parecido a las historias de terror que había escuchado al comienzo de su carrera.

La boca y las manos del hombre lo distrajeron lo suficiente como para que apenas notara cuando la lana era retirada de su cuerpo, trabándose con sus botas de cuero, una impecable y brillante imitación de las de un mecánico de verdad. Luego de eso, sólo una camiseta y su ropa interior lo separaban del escrutinio total. Los nervios lo invadieron pero las palabras de Magda llenaban sus pensamientos... no quería perder la oportunidad, porque además de todo, no tenía planes amorosos para el futuro, así que si todo salía bien, tal vez podría atesorar la experiencia en su cerebro.

Y no podía negar que cuando el piloto había hecho aquella maniobra, copia de una Immelmann pero de reducido alcance, a él se le había casi caído las babas de gusto. Supuso que aquellas cosas, en asuntos de cortejo, tenían tanto valor como una cena a la luz de las velas, o buen vino y música romántica. Y el tenía dos de tres.

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