Capítulo tres: tío

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La limusina de color blanco marfil llevaba media hora estacionada fuera de la casa de Edgar, nadie bajaba de ella.

-¿Estás seguro qué es tu amigo? - La mujer colorina miraba por la ventana del segundo piso mientras mecía al bebé de cuatro meses - Creo que le da miedo bajar, a lo mejor piensa que es muy ordinario.

- Aún no son las siete - Rio Edgar mirando su reloj - Te dije que era puntual, asi que bajará dos para las siete, es lo que demorará en caminar del auto a la puerta y tocar el timbre a las siete.

- Tu amigo es raro - Mateo miraba con una sonrisa burlona a su padre desde el sillón.

- Mi amigo es puntual - Rio el mayor - Extremadamente puntual.

El ruliento bajó las escaleras para continuar preparando las distintas cosas que había comprado para su visita. A diferencia de su familia, él conocía al señor Navarro y entendía su manía por la puntualidad desde la universidad.

Por otro lado Jaime dormitaba recostado en los asientos de la limusina, no se había percatado en ningún momento que habían llegado y Bastian, su chofer, tampoco lo despertaría hasta que fuera la hora necesaria, 10 minutos antes de las siete, cosa que podría espabilar, limpiar su rostro, bajar del auto y parecer despierto. Había que cuidarse muy bien del humor de su jefe, solía despedir mucha gente a lo largo de las semanas por cosas mínimas.

Los minutos pasaron más rápido de lo que Edgar esperaba, y tan solo le faltaba preparar una salsa que había aprendido en la universidad y que a su amigo le encantaba para tener todo listo. Los niños estaban preparados y su mujer con un hermoso atuendo que se había comprado esa misma tarde. La última batida de la salsa, la dejó en la mesa y ahora se encontraba listo para que el timbre sonara.

- Don Jaime - Llamó Bastian desde su puesto - Don Jaime son diez para las siete - Soltó nuevamente - Don Jaime - Repitió en un canto alargando la i.

- Ya - Soltó el empresario abriendo los ojos con lentitud - Mis oídos tienen un toque fino y tú no estas ni cerca de ese toque - Rió el chico mientras se estiraba - ¿Hace cuánto llegamos?

- Aproximadamente treinta minutos señor - Bastian sonreía

- Genial - Jaime abrió la llave que tenía en la limusina y mojó su rostro - Pasamos súper desapercibidos aquí - Soltó mientras se secaba la cara.

- Unas cuantas fotos de gente a un lado de la limusina solamente- Rio mientras miraba la hora y abría la puerta para bajar del auto.

Tres minutos faltaban para las siete, el chófer ya caminaba hasta la última puerta de la limusina, se sacó el sombrero que estaba obligado a usar y abrió la puerta de su jefe. Sujetando contra su pecho el sombrero azul marino miraba con atención su entorno.

- Gracias - Jaime apoyó su mano en el hombro de su chofer y se arregló la chaqueta.

- Lo estaré esperando para cuando se quiera retirar señor - Asintió

- Bien, solamente procura que no te roben nada - Jaime rio al mirar donde se encontraba.

Recordaba esa casa, tenía bastantes recuerdos en ella, cosas que hacía con Edgar antes de que él conociera a Javiera y es que en esa época tenían una complicidad bastante fuerte, habían aprendido mucho de la vida juntos.
Jaime avanzó con una sonrisa hasta la puerta y antes de golpear Edgar abrió, se abalanzó sobre su amigo en un abrazo y ambos en un silencio absoluto se decían cuanto se extrañaban.

- Hijo de puta ingrato - Susurró el dueño de casa.

- Tú decidiste casarte con ella y no conmigo amigo mio - Rieron.

Pagaría tu vida Nicolás.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora