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♦|Ese lluvioso domingo|♦

Los días pasaron, las noches igual. Lunes, martes, miércoles, y así sucesivamente hasta completarse una semana desde el abandono de la criatura, quien no se supo nada desde ese evento desgarrador.

—Hermano no hay nada en la heladera —mientras veía el refrigerador Papyrus avisó a su hermano. Como era de esperarse estaba haciendo absolutamente nada. Durante la semana se había vuelto frío y cortante con éste, al punto de dudar si le había tomado odio o repulsión, lo que causaba en Sans un sentimiento de culpa que, aunque no le molestara, le daba puntadas en la conciencia.

—Ya ya —respondió de mala gana haciendo un esfuerzo por levantarse, no necesitaba de más palabras para ser claro y preciso de que lo estaba mandando a comprar.

Tomó su campera y procedió abrir la puerta. Al mirar hacia el cielo se encontró varias nubes de color negro aproximándose desde el sur, no era nada agradable y debía apurarse si no quería ser atrapado por el temporal.

"Agh... Debería haber llamado a un delivery" pensaba Sans mientras arrastraba sus zapatos sin las menores ganas de caminar, y menos de ir a la tienda. Su hermano siempre se encargaba de hacer las compras pero desde que le negó adoptar una mísera mascota le obligó indirectamente a realizar varias tareas pertenecientes a él. Indirectamente fue su forma de quedarse con rencor y enojo interior.

Para su desgracia el tiempo se deterioró más rápido de lo que pensaba. Insultó al cielo y se colocó su capucha para protegerse de las cuantas gotas que caían pesadamente estorbándole la visión y adentrándose en las telas de su vestimenta, sintiendo el agua en contacto con su piel. De las pocas personas que odian la lluvia y se quedarían todo el día encerrado en casa, Sans estaba por la mitad de la lista.

Logró llegar casi la mitad de empapado a la tienda. Estrujó un poco la campera para sacarse el exceso de agua acumulada entre los tejidos y no tener que dejar charcos a cada paso.
Procuró comprar la cena, el desayuno del día siguiente, y un chocolate. Y con el fin de no regresar por los días siguientes compró alimentos instantáneos.
Como no había nadie, el cajero lo atendió rápido y en unos instantes ya se volvía a encontrar en el vidrio corredizo, esperando a que la lluvia por fin cesara.

El reloj siguió con su curso normal al igual que el clima repugnante, por lo cual Sans todavía quedaba estancado en el mismo lugar, teniendo como una única diversión respirar y escuchar alguna que otra conversación al azar.

De pronto escuchó unas risas escandalosas que provenían del callejón del lado, mezclado con unos comentarios burlones e hirientes.

Le invadía la curiosidad por saber el origen de todas esas burlas. Cuando una de ellas llego a sus oídos "mounstruo, mounstruo" se le cruzó la posibilidad de saber a quien se referían "no creo que...".

Soltó las bolsas de las compra y concurrió al lado. Allí, aquel ser había traído su hermano, se encontraba chillando en posición fetal cubriendo la cabeza con las manitos aterciopeladas. Lo hacía tratando de protegerse de las piedras que le lanzaban. Al parecer una de ellas había logrado acercarse a su ojo debido a la herida que se mantenía sangrando.
Sans no podía permitir lo que estaba sucediendo ante sus ojos.

Nosotros parecemos los verdaderos mounstruos

Sin pensarlo dos veces se colocó delante de ella intentando calmar a los niños para que se fueran.

—¿Por qué hieren a una pequeña criatura? —Era consciente de la estúpida pregunta que realizó, se lo dijo a si mismo y se reprochó por hablar antes de pensar.

—¡Es un monstruo! —Uno de ellos exclamó, aparentemente el líder. No era una respuesta que justificara al total el acto dañino que estaban cometiendo. Pero para ellos, niños traviesos, evidentemente sí lo era.

El mismo arrojó una piedra que volvió a pasar cerca del ojo de la fémina. Chilló tan fuerte mientras se lo cubría que ver esta acción desató la furia en Sans, cambiando un poco su reacción y apariencia.

Le había prometido a su hermano no utilizar la magia que ocultaban en su interior. Pero esta vez si merecía la pena.
Ilógicamente las piedras que yacían esparcidas por el suelo levitaron rodeadas por un aura azulada.

—Se la buscaron, he~ —se podía juzgar que esbozó una pequeña sonrisa al decir estas palabras. Una sonrisa un tanto perturbadora.

Los fragmentos salieron disparados hacia el grupillo. Ninguno golpeó gravemente a alguno de los niños, pero sí dio con lo suficiente para que saliesen corriendo muy lejos de ese humano tan raro.

Sintió como tiraban de su chaleco con fuerza débil. Dio media vuelta y la herida le sonreía tratando de dar las gracias. Él evitó la mirada, quería mantenerse frío y sin darle la más minúscula importancia.

—Toma.

Puso su abrigo sobre el frágil cuerpo para cubrirla de la lluvia y del frío. Luego la cargó ente sus brazos aún sin mirar al menos sus heridas. Se abstuvo a suspirar y, por una vez en la vida, creyó sentirse bien, como si una cadena se hubiese roto dejando todo el peso muerto atrás.

—Vamos a casa, Frisk.

Más allá de dos almas [Overtale Au]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora