Capítulo 2

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Mis párpados se abren a cuestas, con la luz solar golpeando mis ojos de manera despiadada. Los froto un par de veces con el reverso de mis manos, hasta que finalmente logro acostumbrarme a la iluminación. Me incorporo sobre la cama y suspiro, la cabeza me va a estallar y probablemente sea producto de las pesadillas que aún sigo teniendo todas las noches, para las cuales ya ni siquiera tengo un poco de consuelo.

Doy un vistazo a mi alrededor, percatándome de la ausencia de Ezra. Su lado de la cama continúa perfectamente acomodado, y me hace saber que no durmió aquí. Al menos no en la misma cama.

Me dispongo a levantarme, no sin antes darle un vistazo al reloj sobre mi mesa de noche, el cual me indica que son las 9:00 a.m. Al salir de la cama, recojo mi cabello en una coleta de caballo y acomodo las sábanas, justo antes de tomar algo de ropa y dirigirme al baño. 

Enciendo la regadera y me doy un largo baño, el cual parece ser de mucha ayuda para relajar mis músculos tensos. Al salir, me visto y regreso a la habitación, tomando mi teléfono y disponiéndome a bajar las escaleras rumbo a la cocina. Para mi sorpresa, la casa está vacía, no hay señas de Ezra ni de su abrigo.

Frunzo el ceño para mí misma en señal de confusión, pero no me detengo, continúo mi camino y decido tomar algo sencillo para desayunar. Me siento frente a la mesa, con un tazón de frutas bañadas de azúcar mientras decido llamar a Ezra.

Mi dedo se desliza por mis contactos lentamente, y siento un hueco en el estómago al pasar sobre el número de Drew. Por alguna razón, no puedo evitar detenerme y pensar en miles de cosas con tan sólo leer su nombre. Siento un repentino impulso por escribirle, por saber cómo se encuentra. Siento ganas de decirle que espero que su vida sea mucho mejor que la mía, y que encuentre todo lo que estaba buscando, que no se encontraba aquí. Sin embargo, me contengo, me contengo a mí misma de cometer un error en cuanto comienzo a sentir una opresión en mi pecho. Decidiendo así, retomar lo que tenía pensado, marcar el número de Ezra.

Activo el altavoz, esperando escuchar el primer pitido, pero escucho el buzón de mensajes en su lugar. Su teléfono está apagado. ¿Qué le estará pasado? Ni siquiera sé si realmente debería preocuparme, después de todo él no es una persona precisamente débil. Intento un par de veces más, pero obtengo el mismo resultado.

Suspiro, dándole un bocado más a mi desayuno. Minutos después, mi teléfono vibra con una llamada entrante de Briana, la cual contesto sin dudar.

—¿Hola?

—¡Cailyn! ¿Cómo está todo? ¿Estás preparada para mañana? —escucho su voz entusiasta al otro lado de la línea, y sonrío levemente.

—Supongo que todo está bien. Sí, o al menos eso creo. —contesto sincera, levantándome de la mesa y llevando mi plato al lavavajillas.

—Todo irá bien, ya verás. Mañana paso por ti temprano para llevarte, a menos de que quieras que Ezra te lleve.

Guardo silencio un par de segundos, apoyando mi espalda baja sobre el mostrador de la cocina. Me planteo la posibilidad de contarle acerca de su actitud anoche conmigo, pero decido que será mejor no darle más razones para que su cabeza se ponga a dar vueltas.

—Creo que me iré contigo. Ezra ni siquiera está en casa. —le digo, esperando que no haga muchas preguntas al respecto.

—¿Está todo bien? Cailyn, ¿Él es bueno contigo?

—Sí, Briana. No te preocupes, en serio. —le aseguro, después de todo no miento. Lo de anoche no fue más que un mal momento.

Ella guarda silencio por unos segundos, y puedo asegurar que está asintiendo para sí misma.

—Está bien. Continúa leyendo, mañana a las ocho estaré buscándote.

—Bien. Te veo mañana entonces, Briana.

—Cuídate, Cailyn. —me dice al culminar, colgando finalmente la llamada poco después.

Alejo el celuar de mi oreja y lo bloqueo, avanzando rumbo a la sala para ver algo de televisión.

(...)

Luego de pasar un par de horas metida nuevamente en los libros, mi estómago ruge aclamando por comida. La luna ha tomado el lugar del sol, y aún Ezra no ha regresado.

Bajo las escaleras nuevamente, y me sirvo algo de la comida que preparé hace un par de horas, la cual sigue en el horno. La caliento por unos segundos, y no me toma mucho más de quince minutos devorarla por completo. En cuanto me dispongo a hacer funcionar nuevamente el lavavajillas, la puerta de la entrada se abre, y en pocos segundos Ezra entra en la cocina.

Poso mi mirada sobre él, levemente aliviada de que se encuentra bien. En cambio él, ni siquiera se molesta en mirarme, sólo se sienta frente a la mesa.

—¿Dónde estabas? —pregunto, sin ánimos de sonar demasiado necia.

—Por ahí. —responde él, cruzándose de brazos y finalmente mirándome con sus ojos azules. Su ceño típicamente fruncido, pero ellos luciendo como si yo ya no fuese bienvenida.

Intento ignorarlo, antes de que comience a afectar mis sentimientos. Tomo un plato limpio y le sirvo, colocándolo frente a él.

Su mirada llena de rudeza se desvía de mi cuerpo para pasar a su plato. Toma un trozo y lo introduce en su boca, masticando el alimento que tardé horas en preparar. Su gesto rígido, pasa a ser uno lleno de desaprobación y desagrado, antes de empujar el plato y alejarlo de él.

—Qué asco, está horrible. —escupe, tomando una servilleta y limpiándose los labios.

—¿De qué hablas? No es la primera vez que lo cocino para ti. —digo confundida, sorprendida por su extraño comportamiento.

Él levanta la mirada, posándola sobre mí.

—Eso no significa que estuviese bien. Nunca haces nada bien.

Sus palabras y la forma en la que me observa hieren mis sentimientos. La mezcla entre confusión e indignación me provoca ganas de llorar, así que muerdo mis labios para evitar hacerlo.

—¿Qué te pasa, Ezra? ¿Por qué de pronto actúas así? —le pregunto, claramente lastimada por su comportamiento e intentando mantener mi tono de voz lo suficientemente firme como para que no se note que me está afectando.

Él no dice nada, pero tampoco retira su mirada. Mueve la mano hacia el plato y entonces pienso momentáneamente que se arrepiente de sus palabras y continuará comiendo, pero no es eso lo que hace. Ezra arrastra el plato hasta que este cae al suelo y se rompe, haciendo un completo desastre. Lo miro incrédula, y cada vez me siento peor. Sin embargo, él se mantiene firme.

—Límpialo. —me ordena, sin hacer demasiada gesticulación.

Frunzo el ceño y me quedo mirándolo, esperando a que me diga que es una broma.

—¿Qué?

Eso es lo único que logro decir.

—¡Que lo limpies! —repite, pero esta vez alzando la voz.

Aprieto los puños, pero camino y me agacho para hacer lo que me dice. Recojo una a una las piezas rotas del plato, y los restos de comida antes de echarlos al basurero. Cuando termino, lo veo de pie y recargado con los brazos cruzados sobre el marco de la puerta. Ninguno dice nada, pero al sentir que ya no podré contener más tiempo mis lágrimas, decido salir de la cocina y subir las escaleras, dejándolo a él atrás.

Cierro la puerta de la habitación con fuerza y tomo una almohada para descargar la impotencia que está dentro de mi cuerpo. Me aferro a ella con mis uñas y hundo mi cara, desearía gritar, pero no lo hago, lo cual hace que mi garganta sienta un fuerte dolor debido a la presión.

¿Qué diablos le está pasando a Ezra? No lo sé, pero está dejando de ser la persona que me estaba dando una nueva esperanza. Me duele, y me lastima. Lo peor es que sé que si él está actuando así es por mi culpa. No puedo seguir arruinando mis relaciones siempre, si pierdo a Ezra, me quedaré sola.

Porque no es un secreto para nadie que yo tengo suerte de que él me haya elegido a mí. Nadie más lo haría.


La Venganza (Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora