Me levanté pensando "Otro día más". Estaba a Sábado y no tenía ningún plan para ese día así que decidí ir a llamar a Roxas para ver si se quería venir conmigo a dar una vuelta por la isla. Llegué a su casa, pero cuando llamé no abrió nadie. Intenté llamar una vez más pero me di cuenta de que la puerta estaba abierta así que entré.
-¡Roxas! -le llamé, aunque no recibí respuesta.
Decidí subir hasta su habitación, y cuando abrí la puerta no pude evitar ponerme colorado a más no poder. Allí estaba Roxas, tumbado en la cama, en calzoncillos y escuchando música con los cascos. No tardó en percatarse de mi presencia y se dispuso a quitarse los auriculares.
-Sora, ¿qué haces aquí? -preguntó algo molesto.
-¡Bueno, esto... venía a... -hice todo lo imposible por no mirar al descomunal bulto que sobresalía de sus calzoncillos, aunque era algo casi inevitable- Venía a ver si querías salir a dar un paseo por la isla.
-Hmmm... -se me quedó mirando fijamente durante unos minutos, pensativo, quizá se había dado cuenta de que le estaba mirando demasiado su parte baja. pensé que me iba a morir allí mismo de la vergüenza- Vale, me cambio en un minuto y nos vamos.
-O-OK
De pronto me dio la espalda para rebuscar en su mesita de noche, sacó unos boxers de cuadros blancos y negros que la verdad me parecieron muy sexys, y sin más se quitó los que llevaba.
-¡Pero qué haces! -grité mirando rápidamente hacia otro lado.
-Sólo me estoy cambiando. ¿Qué diablos te pasa?
-Nada, bueno, yo mejor te espero abajo.
Bajé las escaleras a toda prisa, nervioso y empapado y quizá un poco excitado por la vista que había tenido unos segundos antes, aunque antes de que me diera cuenta había una importante erección en mis pantalones. No sabía qué hacer, Roxas bajaría de un momento a otro y no podía dejar que se diera cuenta de mi "pequeño" problema, pequeño entre comillas porque, aunque no tenga un monstruo como Roxas yo tampoco me quedaba atrás en tamaño. Intenté moldear un poco el pantalón para que apenas se notara y sólo pareciera una arruga más, y al fin Roxas llegó arreglado con unos pantalones largos de color blanco y una camiseta negra sin mangas que dejaba al descubierto unos increíbles brazos de deportista.
-¿Estás bien? -me preguntó notando mis nervios.
-Claro, mejor que nunca -contesté mientras de mi frente caían gotas de sudor frío.
Salimos de su casa para dirigirnos a la playa, que a esas horas solían estar tranquila. Después de caminar durante una hora y charlar sobre varias cosas (aunque más bien era yo el que hablaba, porque Roxas era un maestro de los monosílabos). Roxas se sentó en la playa y yo decidí ir a un puesto de helados que había cerca para comprar dos, uno de cereza y otro de sal marina, que era el sabor favorito de Roxas.
-Toma -dije mientras le tendía el helado de sal marina.
-Gracias, pero no tengo dinero para pagártelo.
-¿Pero qué dices? Te estoy invitando. Es lo que hacen los buenos amigos ¿no?
-Supongo que sí.
Permanecimos otro rato en silencio, hasta que Roxas decidió romperlo por primera vez.
-Oye, Sora...
-¿Sí?
-¿Te gusta alguien?
-¿¡Qué!? ¿A qué viene esa pregunta tan de repente?