Norma 10: tener siempre un plan de huida

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«...El recuerdo de su discusión con Jack regresó de nuevo a su mente, y el dolor volvió a consumir su corazón. Lo echaba de menos, a veces incluso más que a Shail y, en ocasiones como aquella, procuraba recordar, por encima de todo, las palabras hirientes de él, para reavivar el enfado...». Un leve pero molesto repiqueteo me obliga a desviar mi atención de la lectura hacia mi derecha. Levanto la mirada, esperando encontrarme con Fred, pero en cambio descubro la figura de mi hermano envuelta en la acostumbrada niebla.

Cierro el libro de un golpe y lo dejo en la mesa, preparada para explicarle, malhumorada y por enésima vez, cómo se utiliza un teléfono móvil, pero me corta antes de poder pronunciar una palabra con cierto nerviosismo.

— No hay tiempo para tus berrinches. — en otra ocasión me habría hecho la ofendida y le habría pedido que se disculpase por tratarme como una niña mimada, pero su expresión seria y asustada me obliga a callarme y prestar atención. — Desmond ha secuestrado a Papá, se ha proclamado rey y ahora viene hacia aquí para llevarte al castillo. — le observo confusa, esperando que se trate de una broma.

— ¿Has tomado algún tipo de droga? — mi hermano me dirige una mirada furiosa, por lo que deduzco que mis peores presentimientos no eran para nada desenfundados.

— Leia, esto es serio. — hace una pausa y mira hacia el suelo preocupado, intentando ocultar una pequeña lágrima. — Esta esclavizando a muchas mujeres, tanto brujas como vampiresas y también a todos aquellos que son contrarios a su reinado. — vuelve a levantar su mirada y la enfoca directamente hacia mí. — Algunos están sirviendo en el castillo y otros, simplemente desaparecen. He tenido que aparentar que estoy de acuerdo con lo que hace, para poder estar a salvo, pero me tienen vigilado. — un profundo terror se apodera de mí al notar que ha hablado en singular.

— ¿Y Madeleine y Anne?

— Están a salvo. Mamá estaba fuera y Anne salió del castillo mientras se efectuaba el golpe. Pero ahora no debes preocuparte por ellas Leia. Coge lo imprescindible y vete de aquí, están a punto de llegar.

— No. — respondo levantándome del sofá. — Esto ha sido culpa mía y ahora debo resolverlo.

— Leia, ¿Acaso has perdido la poca cordura que te quedaba? No me ha confiado sus planes, pero apuesto a que te reserva un destino peor que la muerte. Prométeme que te marcharás. — me pide mientras se levanta y coloca sus manos cerca de las mías, intentando tocarme, pero recordando rápidamente su ausencia.

En ese momento, tres fuertes porrazos en la puerta, acompañados de una voz atronadora y varonil hacen temblar toda la casa.

— Princesa Leia, por orden del rey Desmond II le ordenamos que se entregue, para llevarla de vuelta a palacio.

— He llegado demasiado tarde, lo siento. — se disculpa Nick mientras empieza a convertirse en simple bruma. Antes de desaparecer, me percato de una pequeña y solitaria lágrima que cae por su mejilla.

Otros tres fuertes golpes vuelven a retumbar por toda la casa.

— Señorita, sabemos que está ahí dentro. Si se resiste, las consecuencias serán mayores. Por favor, abra la puerta.

— A mí nadie me dice lo que tengo que hacer. — grito con fuerza mientras me adentro a mi pequeña biblioteca personal.

Como respuesta, oigo la madera resquebrajándose ante el contacto de una afilada arma metálica.

­— ¡Ian, Jack! — grito mientras empiezo a tirar todos los libros de la estantería central.

— ¿Qué ocurre? — para mi sorpresa, no son los gemelos quien acuden, sino Fred.

— Fred, corre, tráeme un cuchillo y busca a mis esclavos. — le ordeno mientras introduzco el código de la caja fuerte que ha aparecido tras quitar los libros.

— ¿Qué está pasando? — pregunta asustado mientras observa cómo me coloco los guantes de cuero, enfundo una espada de plata untada en verbena y la ato a mi cintura. Giro mi cabeza clavando mis ojos enrojecidos en los suyos.

— No es momento para preguntas, obedece y haz lo que te digo.

— Sí, mi señora. — responde antes de marcharse.

Me acerco al escritorio y recojo las dos bolas de cristal azuladas que descansan sobre algunos libros, como cualquier pisapapeles normal y corriente y me apresuro hasta la puerta principal.

Cuando llego sorprendo a uno de los soldados de Desmond, intentando entrar por el estrecho, pero suficiente para poder pasar de lado, boquete que han conseguido hacer sobre la madera.

En cuanto se percata de mi presencia, me dirige una penetrante mirada intentando asustarme y yo le regalo una perfecta sonrisa triunfal mientras estrello las dos bolas de cristal sobre el suelo, a ambos lados de la puerta.

Inmediatamente una leve sacudida se esparce por toda la casa junto a un destello azulado.

El vampiro, que ya ha conseguido entrar, me mira confuso e intenta avanzar hacia mí, preparando su arco con una flecha que extrae de su carcaj. Pero no ha dado ni un paso cuando una barrera lo detiene y su piel empieza a quemarse acompañada por un grito ensordecedor. Consciente de que ese viejo hechizo no durará mucho, le muestro nuevamente mis perfectos dientes complacida y me adentro de nuevo en la biblioteca, encontrándome a los gemelos y a Fred equipados con el resto de armas que guardaba en la caja fuerte.

— Debo advertiros que no hay nada que hacer, tan pronto como logren destruir la barrera de energía, — hago una pausa, estremeciéndome por lo que puedan hacerme en cuanto suceda. — deberé entregarme. El hechizo durará lo suficiente para que os marchéis.

— ¿Nos marchemos? ¿Pero y tú? — me pregunta Fred preocupado. Esbozo una triste sonrisa y me acerco un poco más a él.

— El hechizo no permite que ninguna criatura mágica o no muerta entre o salga. Debo quedarme aquí y asegurarme de daros el tiempo necesario.

— Mi señora, — me giro hacia Jack. — nosotros nos quedamos, queremos luchar.

— Yo también me quedo. — exclama Fred. Veo determinación en sus ojos y no puedo evitar soltar una lágrima al pensar que podría perderlo una vez más.

— No, — le replico mientras me seco mi húmeda mejilla y los destellos rojos empiezan a inundar mis ojos. — Aunque no lo recuerdes, ya te sacrificaste una vez por mí. Ahora es mi turno. — sujeto su rostro con mis manos, obligándole a mirarme fijamente y descubro el creciente enfado que empieza a apoderarse de él. — Vete. Olvida todo lo que has vivido durante esta semana, olvídame. Tú no has estado aquí, has estado en un campamento de verano, has hecho muchos amigos y has conocido a una preciosa chica que te ha regalado un beso. Te lo has pasado de maravilla y vas a echar de menos a todos tus compañeros. — no puedo evitar volver a llorar. — Vuelve con tu familia, sé una persona normal, vive una vida normal. — me acerco un poco más y beso su mejilla suavemente. — Se feliz, Drake. — le susurro al oído, mientras disfruto de los últimos segundos juntos. — Vete. — le ordeno señalando las escaleras metálicas próximas a una de las ventanas.

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