Capítulo 9

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Pasaron días hasta que simón volvió a ver a Anabel. Y cuando se encontraron, no fue el esperado reencuentro típico de amigos.

Ese día, Simón estaba recostado en el piso de su habitación leyendo. Su cama era un desastre, y esa era la razón por la que no se había echado en ella.

- SIMÓN ¿DÓNDE ESTÁS? – Su madre gritaba cada vez que lo necesitaba, como si en la casa hubiera tanto bochinche que no se escuchaba nada. Estaba de más aclarar que desde su habitación en el primer piso, Simón escuchaba con, lujo de detalles, todo lo que ocurría en la casa.

No iba a entrar en ese intercambio de gritos por dos razones, número uno, eso de gritarse no era lo suyo y número dos si sacabas a Simón de su lectura, debías soportarlo con mal humor todo el dichoso día.

Así que dejó su libro y bajó.

Cuando llegó al último escalón vio la puerta abierta de par en par, a su madre del lado de adentro, agarrando la puerta, como si hubiera mucho viento. Y del otro lado estaba Anabel.

La cabeza de Simón daba vueltas. ¿Por qué estaba Anabel acá? ¿Cómo es que llamó a la puerta? ¿Por qué su madre podía verla? Esto le hizo a Simón, creer que todo lo que había pasado hace tanto tiempo era un sueño. Pero no podía haber sido un sueño ¿O sí?

- Ah, ya bajaste. Esta señorita anda buscándote.- Dijo su madre, señalando con la cabeza a Anabel

- Mmm, sí gracias – Simón se acercó a ellas, se puso entremedio de las dos mujeres y cerró la puerta con un sonido seco.

- ¿Nos levantamos del lado izquierdo de la cama, hoy? – Dijo Anabel en tono burlón.

Simón no tenía ganas de escuchar preguntas. Lo que él quería era hacer preguntas, y muchas, y por el bien de la muchacha, esperaba obtenerlas respuesta a todas ellas.

- ¿Qué es exactamente lo que eres? – Dijo Simón, no podía y no quería ser más educado, al fin y al cabo ella no era educada con él y en el siglo XXI a las mujeres se las trata como a cualquier persona normal.

- ¿Perdón? – Anabel estaba atónita, no sabía a qué había venido esa pregunta ¿A caso ella no le había explicado esto ya?

- Sí ¿Cómo es que mi madre pudo verte? ¿No que solo yo podía? ¿Qué es lo que necesitas de mí? ¿Por qué no me explicas nada y solo me utilizas? ¿No tengo derecho a saber?

- Simón, tranquilo...

- ¡No puedo estar tranquilo! ¡No mientras no me contestes! Estoy harto de no saber nada y andar a ciegas contigo ¿Quién crees que eres para utilizarme de esta forma? Déjame responderte: Nadie. No puedes venir así como así y decirme que tengo que ser un guerrero en una guerra de la cual no tengo idea.

- Simón, baja el volumen de tu voz. Todos pueden escucharte.

- ¿Y qué con eso? – Simón ya estaba sacado de quicio y pronunció esa oración amplificando su voz.

- Que no necesito que todo el mundo se entere.

- Ni siquiera yo.

- Es distinto con vos, Simón.

- ¿Eso es todo lo que me vas a decir? ¿Que es distinto conmigo? Pues si no estás dispuesta a abrir la boca, es mejor que vayas pensando en otro candidato para tu guerra. – Simón ya se estaba regresando a su casa cuando escucho a Anabel sollozar. Se detuvo, pero no se dio vuelta para mirarla.

- Escúchame, Simón... No puedo decirte muchas cosas. Pero no puedo elegir a nadie más y es muy peligroso si te digo todo. – Simón le estaba dando la espalda, ya no sabía qué decir.

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⏰ Última actualización: Jun 19, 2016 ⏰

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