Capítulo 3

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  En la mañana Simón se despertó con un enorme dolor de cabeza, y en las piernas, pero no sabía por qué. Se levantó y se dispuso a hacer su cama. Todos los músculos de su cuerpo le dolían al moverse.

Dormido como estaba Simón no vio el puf situado en medio del cuarto y ahogó un grito cuando se tropezó con él, cayendo al suelo y golpeándose la nariz, produciendo un horrible derramamiento de nariz.

Así que salió de su habitación y se dirigió hacia el baño para ponerse un poco de algodón en su nariz.

En el baño Simón buscó el algodón el botiquín sobre el lavabo, pero no se encontraba allí, Buscó en el estante al lado de la ducha, y nada. Por último buscó en el pequeño mueble que su padre había hecho para guardar el papel higiénico y cosas por el estilo, en el cual, Simón, de niño se paraba para poder cepillarse los dientes, y siempre lo retaban por eso. ¡Eureka! Por fin consiguió dar con el algodón, cortó un trozo con sus manos y se lo puso en la nariz.

-¡Simón!- Dijo una voz que pasaba por el pasillo, era una voz femenina por lo general dulce, pero ahora sonaba preocupada y enojada a la vez.

La mamá de Simón.

Simón se mordió los labios y cerró los ojos, no era momento para hablar con su madre de lo sucedido ayer, ni siquiera él tenía claro los eventos de anoche, ¿Cómo iba a explicarle a su madre por qué había llegado tan tarde? Y si lo hacía ¿Podría contarle acerca de los gritos en la Costanera? ¿Debería contárselo? Después de todo él no estaba mintiéndole, solo estaba omitiendo algunos detalles.

-Estaba muy preocupada Simón ¿Dónde te habías metido?- Su voz era dulce, pero severa.

-Salí.- Dijo Simón cortante, evidentemente sin querer decir algo que lo metiera en problemas.

-¿A dónde?

-Al centro.

-¿Con quién?

-Con Daniel.- Simón se alivió muy pronto de que las preguntas fueran tan sencillas de contestar, porque luego de un momento su madre le preguntó:

-¿Por qué has llegado tan tarde?- Sin duda era una pregunta difícil de contestar, ¿Qué le diría? ¿Le diría, acaso, toda la verdad, los pandilleros, la huida, la disputa de la Costanera? Y si no le decía eso que le diría ¿Qué se le pasó el tiempo volando, que se olvidó que tenía una casa y unos padres preocupándose por él? No. Sin duda esa no era una respuesta decente.

-¿Por qué no contestabas tu teléfono?- Inquirió la madre de Simón. ¡Su teléfono celular! Simón lo había dejado en la barra de tragos en el boliche, antes de que los pandilleros irrumpieran como salvajes dentro el edificio.

-Emm… yo… No lo escuché, supongo que lo tenía en silencio.- No era del todo una mentira, él no había escuchado su teléfono ¿Cómo hubiera podido estando a kilómetros del celular? Era verdad que no lo había oído. En cierta forma era sincero.

-¿Cuál es el castigo?- preguntó Simón resignado

-¿Castigo?- Dijo su madre al borde del llanto- ¿Para qué te voy a castigar si no me escuchas, si no me entiendes cuando te digo las cosas? Ya eres grande Simón, hay cosas en las que yo ya no tengo nada para decirte – Se dio la vuelta y bajó las escaleras.

Simón se quedó paralizado durante un momento, se sentía muy mal por hacer llorar a su madre. Porque, aunque ella no había derramado una sola gota en presencia de él, Simón sabía que su madre iría a la cocina y lloraría hasta que no le quedaran más lágrimas.

Finalmente, Simón se fue a su habitación con la mente en blanco, no recordaba  qué había ido a hacer al baño. Sin embargo, no fue hasta que entró en su habitación, que sintió algo caliente que caía bajo su nariz ¡Y todo llegó a su memoria!, una cascada de recuerdos fluía en su mente, a toda velocidad, y luego de una serie de flashes deslumbrantes vinieron imágenes con lo ocurrido, el boliche, los pandilleros. La huida, la Costanera, los gritos, el susto, la corrida. Todo.

Un amor espectralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora