Capítulo 4

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Afuera ya no hacía tanto frío, éste se estaba trasladando más al norte, hacia Estados Unidos. Tomé un camión que me dejó a unas cuadras de la facultad, en el camino, miraba por la ventana cómo el cielo se despejaba poco a poco y pensaba en Rodrigo y también en que Paco estaba equivocado, ese día no llovió. Me preguntaba qué estaría haciendo Rod si él siguiera ahí, conmigo.

Llegué veinte minutos tarde a mi primera clase, pero como era la primera vez que llegaba tarde, al maestro no le importó mucho. Puse atención, hice preguntas, anoté la tarea, realicé los ejercicios, me equivoqué, acerté y salí de clases a las 9:30 pm. La noche era muy clara y el frío ya no era tan intenso como lo había sido días antes. Con mi mochila en la espalda, caminé por los pasillos y bajé las escaleras. En el primer piso de la facultad, reconocí de lejos a Edgar, un amigo de Rodrigo que estaba en el mismo semestre que yo. Recordé la foto y tuve la vaga sensación de que Edgar podría quizás saber algo de la pintura. Me acerqué a él, pero me arrepentí a los pocos segundos y permanecí parado en medio de la explanada de la facultad. Lo miré para que Edgar se diera cuenta que lo miraba, y él sí lo notó. Me sonrió y se despidió de sus compañeros, me saludó levantando la cabeza y dudando si debía acercarse a mí.

—Edgar —dije entre dientes y él se sorprendió.

—Patricio —respondió y me saludó con seguridad—. ¿Cómo estás?

—Muy bien ¿y tú?

—Bien, bien —contestó moviendo la cabeza.

—Oye, qué curioso ¿no? Estamos en la misma facultad, en el mismo horario, en el mismo semestre pero casi no nos vemos.

—Es cierto, es cierto... —contestó nervioso.

Me quedé en silencio, pensando qué decir y tras unos instantes llegó a mi cabeza la pregunta:

—Oye, te quería preguntar que si de pura casualidad no pintaste tú un cuadro de Rodrigo y éste ganó un concurso.

—¿Qué? —respondió entre risas—. No, no creo... —Edgar negaba con la cabeza con una rapidez impresionante.

—Ah... —dije un poco desilusionado—. Y, ¿no sabes quién pudo haber sido?

—La verdad no tengo idea, he perdido casi todo contacto con muchos de los que estaban en la prepa con Rodrigo y conmigo... Al único que le hablo es obvio a Carlos.

—Está bien —respondí y pensé en despedirme rápido de él. No teníamos nada en común, salvo Rodrigo.

—Oye —exclamó y me cortó la inspiración de decirle adiós—. Te pareces muchísimo a Rodrigo —me quedé sin habla y Edgar siguió diciendo:

—Rodrigo... Él siempre nos dijo que deberíamos de ser amigos tuyos y no de él —se rió un poco mientras miraba al suelo—, ya sabes la razón, la diferencia de edad. Él era más grande y tú eres justo de nuestra edad, pero no nos importaba, Rodrigo era nuestro amigo y que él fuera más grande jamás fue un problema.

Sonreí y me mojé los labios. La gente se sentaba a nuestros lados para platicar entre ellos y nuestras voces se perdían entre las demás, pero todavía así, me sentía como si sólo estuviéramos él y yo hablando, hablando de mi hermano.

—Me arrepiento un poco de no haberle hecho caso, y ahora, de cierta manera tú eres lo único que me une a él...

—Fuiste el año pasado ¿cierto? —pregunté.

Edgar dijo que sí.

—Sólo me quedé unos minutos —aclaró—. Es complicado... Se supone que a esta edad uno debe de estar disfrutando de la vida ¿no? Preocupándose por la facultad, por dinero o por tener novia. Nadie dijo que se tendría que estar asistiendo a funerales de los propios amigos.

Que este momento fuera eterno (Cosas que no duran #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora