Capítulo 8

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Mi mamá estaba supuestamente devastada, digo esto porque mi mamá puede ser muy panchosa y chiflada, sólo quería irse a la casa y estar con Felipe, así que me dejó en casa de la mamá de Ana, en donde Ana también vivía; era una casita humilde que quedaba a unos 35 minutos de mi casa. Me bajé del auto y mi mamá ni me volteó a ver. Felipe se despidió con un gesto de cabeza y se fue. Me quedé parado en medio de la calle, me fijé en lo que me rodeaba: casas despintadas con colores chillantes, perros callejeros que me observaban, basura tirada en las banquetas, y algunos niños que jugaban en calzones. Me dirigí a la casa de Ana dando unos pasos, me di cuenta que era muy pequeña, tenía dos cuartos, dos baños, una cochera para un carro y ya. No tenía reja, ni flores, ni balcón como su ex casa. Ya no vivía en una casa bonita.

Antes de tocar la puerta, pude notar que había unos juguetes tirados en la cochera que no tenía coche, supuse que eran de Citlally y escuché desde donde estaba parado, una risa infantil. Era mi hija. Toqué la puerta, y oí que alguien caminaba para abrirla, la mamá de Ana estaba detrás de la puerta y sonrió al verme.

—Pato —dijo y salió de la casa para abrazarme. Le devolví apenado el abrazo y entré inseguro. Mi suegra corrió de nuevo a la cocina y yo iba detrás de ella y cerré la puerta. En el recibidor había una mesita con fotos, no me había imaginado que la mamá de Ana tenía fotos mías con Ana y Citlally. Hasta tenía una copia de la foto que les tomé a Citlally y a Rodrigo con Citi en el hospital el día que nació.

—Mi hermano está aquí —exclamé y miré a mi suegra que estaba en la cocina.

—Sí, espero no te moleste, pero esa foto tiene algo especial.

—Es mi hermano —aseguré.

—No, de hecho creo que es por Citi, porque se parece mucho a ti.

Sostuve la foto y suspiré. Después me giré para ver a Citi bajando por las escaleras a paso lento.

—¡Pa! —gritó, y llevaba puesto un bonito vestido color rosa que le había regalado mi abuela.

—¡Mi amor hermosa! —dije y la cargué y le di muchos besos en su frente. Luego recordé lo del chavo que me había dado un beso una noche antes y le limpié la frente sordeado. Citi llevaba el pelo en un chongo, adornado con un listón del mismo tono que el vestido.

Ana bajó las escaleras, se veía temerosa y preocupada. La volteé a ver y sonreí.

—Hola, preciosa —dije y Citi también volteó a verla.

Ana por fin bajó y se acercó conmigo. Le di un beso en la frente y ella le pellizcó un cachete a Citi. Caminó hasta la mesa del comedor y se sentó ahí.

Me senté en el sillón largo de la sala junto con Citi, Ana estaba a unos pasos de mí.

—Qué bueno contar con tu presencia, Pato —dijo la mamá de Ana.

—Gracias por recibirme —respondí y empecé a jugar con el cabello de Citi—. ¿Cómo se porta mi hija?

—Uf, si te dijera... Ha estado preguntando todo el día por ti. Te extraña mucho.

—Qué raro ¿no? Nunca estás en la casa y ahí no pregunta por ti —dijo Ana levantando las cejas.

Fruncí el ceño y traté de ignorarla.

—Entonces sí se la está pasando bien aquí —continué.

—No lo sé —dijo mi suegra y se acercó a Citi—. ¿Estás feliz, gorda?

Citi permaneció seria y con la mirada perdida.

Miré a la mamá de Ana con una sonrisa burlona y dije:

Que este momento fuera eterno (Cosas que no duran #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora