Pecados Capitales

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Lily Boo no podía dormir. Cada vez que no conciliaba el sueño, se iba a la habitación de Alex para que le contase un cuento. Abrió su puerta y se metió entre sus sábanas, su hermana se despertó y automáticamente prendió su lámpara de lectura y sacó un libro de cuentos.

—¿La Cenicienta? —Alex bostezó 

—No, hermanita —la miró con sus grandes ojos pardos

—Entonces, ¿qué te leo, ratoncita? —sonrió pesadamente

Lucía agarró el libro que estaba en su mesa de noche y se la dio para que la lea. Alex no pudo contener una risita. Su hermanita había escogido su libro preferido.

—¿Quieres que te lea esto? —dijo sonriente y con ganas de reír

—Sí, ¿Puedes?... Por favor —suplicó

—¡Ay! —alzó la vista riendo con dulzura— bebé, esta historia no es para niñitas como tú, quiero decir... este libro es para pensar mucho, a ti no te va a gustar —tocó sus rosadas mejillas con ambas manos.

—L...aaa, Ddd...in, a  —Lily Boo intentó descifrarla

—La Divina Comedia —respondió

—¿Puedes leerla para mí? —dijo Lily Boo posicionando su cabeza a 45°

—Lo haría pero no la vas a entender, tiene palabras que tu no sabes lo que significa —arrugó su nariz —además, es fea y aburrida

—Pero a ti te gusta mucho —se quejó Lucía

—Es que es aburrido para los niños, pero no para los grandes —dijo mirando la portada

Los grandes ojos pardos de Lucía relucieron, sus labios estaban listos.

—¿Por qué? —Alex se le quedó mirando

—Porque ya tienes que dormir, es tarde

Se recordó cuando tenía 12 años, hace 4 años atrás. Cuando leyó el libro por primera vez, siempre con un diccionario para eliminar cualquier duda.

—Hasta mañana —se limitó a decir

—¿Y mi cuento? —Lucía descubrió el cuerpo de su hermana

—Te la cuento mañana Lily Boo

—¿Me lo prometes?

—Te lo prometo

Cuando era pequeña, veía siluetas pasar por su ventana; eso, le provocaba temor. Como todo infante en su credulidad, se tapaba hasta la cabeza y se acurrucaba en una esquina de su cama. Al crecer, aprendió que esas eran imaginaciones suyas. Nunca más las volvió a ver, hasta ahora.

Bajo sus pensamientos mudos, oyó gritos. Las figuras de la ventana de movían, la curiosidad se apoderó de ella. Eran sombras de árboles que bailaban al compás del viento, eso pensó a primera impresión. Prestó más atención y notó gruesas formas de aves que maltraban las ramas. Con sus picos arrancaban brutalmente las hojas, se escuchaba el crujido de las ramas al romperse. Se oyeron ladridos de perros rabiosos que se acercaban. Gritos, esas plantas gritaban de dolor y el pesar de sus torturas marcaron el cuerpo de Alex.

"Abandonad toda esperanza al traspasar mis puertas"

Un fuerte silbido chirriante ahogó cualquier ruido existente. El martirio estaba empezando.

Gregg se paseó por la cocina tomando un vaso de leche, sosteniendo un periódico que no leería. Su disecada esposa estaba dormida de lado, con las manos apoyando su cabeza. Odiaba esa pulcra imagen. Ella no era su mujer, era la madre abnegada de sus hijos. Todo era para ellos y el tiempo que le dedicaba a él era por las noches, justo a la hora de dormir. No la tocaba desde hace buen tiempo y se cansó de esperar a la virgen. Encontró un milagro en su querida familia, Marie. Ella si que era una mujer, quizás el dinero la convenció de ser la esposa de un parásito como Paul. Era despreciable como le pedía dinero para todo, dependía completamente de Gregg, aunque no lo admitiera.

Fue fácil conquistar a su esposa. Con uno o dos regalos, ella quedó rendida a sus pies. Eso le agradaba porque sentía que él era su amo y ella tendría que obedecerlo. Sin embargo, él no daría nadsa por ella; y es que, ella era una distracción de paso. Divisó una figura delgada bajo la penumbra.

—Lo dejé dormido —susurró Marie colgándose de su cuello

—Lucía se quedó a dormir con su hermana —puso el vaso sobre la mesa —tenemos un espacio libre

El cuarto de Lily estaba repleto de dibujos, el suelo era el único espacio sin ellos. Sería muy novedoso practicarlo ahí.

—Me estas bromeando, ¿verdad?

—No, Alex ya regresó y la habitación está ocupada, agradece que esta es una noche cálida

Marie arrugó los labios, indignada. La cama era pequeña y no había otro dormitorio. Por un breve momento extrañó la habitación de Alex. Ya se había acostumbrado a sus sábanas.

—No lo haré, no aquí —cruzó los brazos

—Si es así, regresa con el cerdo de tu marido —sus palabras fueron frías, fueron como una bofetada para ella

—Quédate, no tengo de otra —volteó la mirada— siempre se hace lo que tú dices, estoy cansada de eso

—Sabes que puedes irte —miró un dibujo de su hija

—Te odio —un dibujo de Lucía le llamó la atención

Bajo el manto nocturno, parecía una olla llena de sopa con verduras largas dentro.

—Iré en la cocina por otro vaso de leche; si vas, sabré que quieres otro tipo de leche —Gregg se divirtió con su propio chiste

Pero esas verduras no eran verdes o naranjas, si fueran zanahorias. Era una olla hirviendo, con nubes de vapor hechas de trazos de lápiz. Se acercó lentamente aclarando su visión. Si era una olla, estaba mal dibujada. Tomó su tiempo para adivinar su eran esas cositas flotando y si eso era realmente una olla. Cuanto más lo veía, más ganas de golpear a alguien sentía. No lograba notar con exactitud los elementos del dibujo, le dio un fuerte coraje. Su estómago se revolvió, sentía una necesidad de violentar contra alguien o algo. Eran personas. Lo logró, eran personas quemándose en un gran charco de ¿lava?

—Mira esto, mira lo que hizo tu estúpida hija, ella sí que necesita tener una cita con el psicólogo —pensó

Minutos ContadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora