Marie

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Su cuerpo tenía necesidades especiales que sólo Gregg podía satisfacer. Le encantaba los susurros en el oído y los besos en el cuello, algo que Paul nunca le daría ni volviendo a nacer. Fue por eso que abandonó a su madre cuando estaba al borde de la muerte. Ella la vendió al mejor postor, ya desde niña sufría humillaciones por parte de su mamá. Cuando Paul era su compañero de universidad, iba a su casa muy seguido; no para visitarla, sino para conversar con Elizabeth.

Con Eli, como solían decirle sus amigos, aprendió que el dinero era el amo del mundo. Fue así como un día decidió que su única hija se debería casar con el encantador Paul. Ella no lo amaba, apenas lo conocía. Tenía miedo de su futuro, ella no quería vivir lo que su mamá pasó. Ella podía sentir vibrar su piel al recordar las palizas que su padre le daba a Eli cuando se portaba mal. ¿Y si Paul era igual al esposo de Elizabeth?, pensaba noche tras noches titiritando por el frío corporal.

Por eso eligió quedarse a escondidas con Gregg, prefirió ser su amante antes que la esposa de su hermano. Nunca le había dado la oportunidad de enamorarla por arrebatarle su libertad. Él la quería, y más aún con el nacimiento de Charles; pero ella, ella lo odió aún más.

Sus finos pies caminaron sigilosos hacia la cocina. Se decía a sí misma mujer de retos, su rubio cabello ondulado le llegaba a la cintura, provocando más placer a su cuñado.

—¿Tienes algo para tomar? —quería quitarse el sabor amargo de la boca del recuerdo de la mujer que le dio la vida y la condenó a ser parte de la suya

—¿Te apetece un vaso de leche? —bromeó Gregg semidesnudo

—Me apetece otra cosa, señor —mostró su mejor sonrisa

La tuvo entre sus brazos y levantó su cuerpo sobre la mesa, se desprendió de la fastidiosa blusa que estorbaba el paso a sus grandes pechos. Bajo la oscuridad de la noche y entre ropas tendidas aleatorias en el piso, tuvieron unas horas placenteras.

Lucía despertó y no tuvo deseos de dormir más. Sintió un arrepentimiento interno, como si quisiese retroceder el tiempo y arreglar lo que había hecho mal. Quiso llorar, irse y nunca volver; pero, no sabía por qué. El dibujo de las personas que eran castigadas en agua hirviendo era idea de Damien, no suya.

Ve a la cocina, Lily Boo

—¿Por qué? —susurró Lucía al vacío

Sólo ve, hazme caso o te puede ocurrir algo que no te gustará

—Pensé que eras mi amigo —frunciaún el ceño, se le veía tan tierna e indefensa

Damien le abrió la puerta obligándola ir a la cocina. Empezaron a ser amigos desde el momento que Alex le habló de él. Ese día por la noche, él visitó su cuarto por primera vez.

—Iré, no me presiones

Se puso sus pantuflas y fue. Los ruidosos zapatos arruinaron el plan de Damien, porque alertaron la presencia de la menor a los amantes y pudieron evadirla.

Te arrepentirás de esto, pequeñita

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