La alarma resonando hizo que se sentara en la cama, con la cabeza punzándole, presionando con una de sus manos el aparato para dejar de escuchar su ruido. Ahí, dejó salir un suspiro, sintiendo el estómago revolotearle después de haberle negado la comida de la noche.
Miró un momento a su mesa de noche, mirando el frasco que tomó por impulso, leyendo una y otra vez las etiquetas, con esa sensación que tanto odiaba, logrando hacerla sentir asfixiada sin razón alguna.
De alguna forma podía dormir, lo que se había convertido en un milagro desde que las dejó de forma voluntaria, pues nublaban todos sus sentidos al estarlas tomando de forma consecutiva, sin poder levantarse a tiempo todas las mañanas en las que debía trabajar.
Estaba cansada de dar excusas, de sentir que el cuerpo le pesaba por el sueño acumulado, de ir por la calle a punto de ser embestida por algún auto o por las personas más despiertas que ella.
Llegó un punto en que le enfermaba tan solo sentirlas en su paladar, así que si se atrevía tan solo a tomar una cada noche, su sentencia de muerte quizás estaría firmada.
Por eso solo las miraba, cada día, cada momento en que se las cruzaba por el frente, porque sabía que jamás volvería a ese lugar, jamás volvería a introducir una en su boca, jamás olvidaría cómo dormir, sabiendo lo fuerte que era y lo mucho que su padre se lo repitió desde el principio, desde antes de irse, quizás para siempre.
El teléfono comenzó a resonar en la estancia, pero ni siquiera quiso ponerle la mano, así que solo se encaminó al baño, tomando una ducha que eliminó el peso de sus hombros, poniendo una media sonrisa en su rostro, recordando por un momento, esa vez en que Alvaro y ella estuvieron tan cerca, justo en ese sitio, en la cama, con él consolándola luego de haber terminado la relación con Alfred.
Alfred... Soltó un suspiro, recordando todas las llamadas que tenía sin ser atendidas, viniendo de su parte; lo que menos quería, después de regresar con el mundo sobre sí, era tenerlo a él, carcomiendo su mente, su ser, todo lo que llegaba a ser de a poco. Sinceramente, no iba a poder soportarlo y con todo lo que estaba pasando en la empresa, iba a ser un cataclismo que no podría controlar a tiempo, lo que no buscaba, ni añoraba. Al menos no en ese momento.
Alisó el vestido blanco que llevaba hasta las rodillas, colocándose una chaqueta de vestir junto a unos tacones de medio talle color negro, volviendo su vista al espejo para ver su rostro menos demacrado que los últimos días, con el pulso y los golpeteos de su corazón mucho más calmados, dejándole saber que a lo mejor sería un buen día, lo cual quería como nada en el mundo.
En la sala, saludó a todos, quienes desayunaban bajo un ambiente algo tenso que rompió al sonreír con calidez, llevando alivio a cada uno de los presentes.
—Buenos días. —Saludó, besando la frente de su madre y hermano, pasando por su sobrino, quien la sostuvo en un largo abrazo, recomponiendo aún más su ser —. ¿Qué es esa cara? ¿Pasó algo? —El rostro ahora aliviado de su madre dejó entrever una mueca, cambiándola al instante con un suspiro de por medio.
—Anoche. —Mencionó —. Te fuiste a la cama sin comer, ¿por qué? —Un pequeño nudo se le hizo en la garganta a la vez que negaba, tomando asiento a un lado del pequeño.
—Solo cosas del trabajo.
—¿Y es normal que trabajando en algo que te gusta, dejes de comer? —Apretó un puño, viéndola.
—Mamá, la gente tiene días malos. —Musitó. Odette se hizo hacia atrás, negando repetidamente.
—Desde que entraste a esa empresa, todo parece malo en tu vida.

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FEA
Chick-LitPORTADA E HISTORIA REGISTRADAS. CUALQUIER PLAGIO TOMARÁ FORMA LEGAL. Gemma no es el tipo de mujer perfecta, no lleva tacones, traje de secretaria y tampoco un maletín con todas las cosas que hará; ni siquiera tiene una empresa para comandar. Lo que...