KAREN

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KAREN

La pesadilla se estaba volviendo realidad. Al ver esa sonrisa el miedo penetró en cada poro de mi cuerpo dejándome paralizada. ¿Qué se le había ocurrido hacerme? Aquí no había muchas cosas que hacer para humillarme. Algo horrible se me paso por la cabeza. Cogí con fuerza el bolso. Si me pensaba atacar no dudaría en luchar. Podía gritar muy fuerte si me lo proponía y estaba en forma.

Su sonrisa se esfumó para pasar a un gesto de enfado.

—¿Qué coño haces? ¿Te crees que te voy a atacar o algo así? ¿Qué tipo de persona crees que soy? —preguntó con el rostro enrojecido por el enfado.

—¿Un gilipollas que me torturaba en el instituto? —pregunté subiendo la cabeza.

—Eran bromas tontas de adolescentes. Jamas te pondría un dedo encima.

Sentí cómo la rabia me inundaba.

—Bromas tontas, bromas tontas... ¡Y una mierda! –grité mientras me ponía de pie— ¡Eras Satán en persona! —Empecé a caminar de un lado a otro del diminuto compartimento intentando controlar el ardor que sentía en mis ojos—. Convertiste ese año en el peor año de mi vida. Tus bromas tontas... ¡Eran crueles! ¡Me pusiste una mierda de perro en la mochila! ¿A quién se le ocurre algo así?

Paré de golpe y le miré de forma acusadora. Estaba pálido y con la boca un poco abierta de la impresión.

—De acuerdo —dijo alzando las manos como si estuviera calmando a un perro asustado—. Fui un gilipollas, un estúpido y un imbécil. Siento un montón todo lo que hice, pero siéntate y lo hablamos.

—No me da la gana sentarme y tampoco pienso hablar contigo de ello. Lo único que quiero es que desaparezcas de mi vida de una vez.

—Y eso pasará en seguida. En cuanto nos saquen de aquí, pero mientras tanto lo mejor es tranquilizarnos y hablar.

¿Qué narices le pasaba? ¿Es que era tonto? ¡No quería hablar con él! Quería escuchar mi música e ignorarle. Me quedé de pie mirándole, estaba pálido y tenía cierto aire desquiciado. Era probable que yo también tuviese ese aire de loca, pero la diferencia es que yo estaba con él. Él sólo tenía que esperar, era aburrido, pero nada más. Me apoyé en la pared algo frustrada. No lo hice con mucha delicadeza así que el ascensor se balanceó un poco. Y entonces lo vi. Chris se puso en tensión en el acto y apretó la mandíbula. Me fijé mejor y pude comprobar que unas pequeñas gotas de sudor cubrían su frente y que respiraba de forma agitada.

—Siéntate y hablemos —dijo en un murmullo sin dejar de apretar los dientes.

—Te dan pánico los ascensores —dije mientras se me escapaba una carcajada de triunfo.

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