CHRIS

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CHRIS

—No —dije en el acto, pero no pude disimular el horror que sentí al ser descubierto por Karen.

—Claro que sí. Por eso has estado tan pesado con lo de hablar, para distraerte —me acusó con una sonrisa siniestra en el rostro.

—Qué va —dije negando con la cabeza, aunque mi corazón se desbocó. Al miedo que me daba estar ahí se le unió el hecho de estar con una loca que me odiaba desde el instituto—. Te estás confundiendo —Karen me observó y se movió ligeramente de un lado a otro. Mi corazón se volvió acelerar de forma brusca—. Está bien. Para, para... –admití angustiado—. No me gustan mucho los ascensores.

Su carcajada se escuchó en el ascensor y sentí cómo una gota de sudor me recorría la espalda.

—El maravilloso Chris tiene miedo a los ascensores.

—En realidad, no es a los ascensores —dije apretando los dientes—. Es todo aquello que esté suspendido en el aire.

Se volvió a reír pero está vez de una forma más suave.

—Entonces también te da miedo volar. ¿Qué puedo hacer con toda está información? —dijo mientras se rascaba la barbilla de forma dramática.

—Podrías sentarte —propuse sin mucha esperanza.

—No, eso no es divertido —dijo con un brillo en los ojos que me puso nervioso—. ¿Te acuerdas cuando me pegaste el chicle en el pelo?

—Mierda –maldije por lo bajo—. Te recuerdo que tú antes me escupiste en los apuntes.

—No sabes si fui yo.

—¡Claro que fuiste tú! Te vio Peter.

—Vale, pero eso fue porque me dejaste una carta obscena sobre un perro disecado —se quejó. Se me escapó una pequeña risa al recordar la carta. Me amenazó con la mirada y en el acto se me borró la sonrisa.

—Lo siento. Siento haberte mandado esa carta y haberte pegado el chicle en el pelo —dije con tono desesperado.

—Me tuve que corta el pelo —dijo entrecerrando los ojos—. Tengo el pelo rizado, parecía una muñeca repollo.

Me mordí el interior de la mejilla intentando no reírme al recordar cuando llegó al día siguiente con la melena cortada por encima de los hombros. Había intentado controlarla con horquillas pero sus rizos se escapaban por todos los lados. Lo leyó en mis ojos y pude notar cómo la rabia refulgía en los suyos. En cuanto vi que se inclinaba ligeramente para saltar, me incorporé y la frené poniendo las manos en sus hombros.

En el acto ella se apartó asustada. Algo se removió en mi interior que no tenía nada que ver con el balanceo del ascensor. El terror en sus ojos se me clavó como una cuchilla en las entrañas. Yo había creado eso, ese miedo. Nunca imaginé que podía haber hecho tanto daño. Por aquel entonces sólo quería olvidar toda la mierda que tenía en casa y hacer el tonto en el instituto permitía evadirme. Me daba igual las consecuencias, no pensaba mucho en ello. Nunca me fijé en Karen, era la chica siniestra del instituto callada que sólo se juntaba con Jessy. Por eso el día que la encontré en mitad de la calle con un perro disecado entre las manos no la reconocí. La verdad es que tenía una imagen terrorífica con el animalejo ese que daba escalofríos entre los brazos y los mechones negro tapándole la cara. Me quedé de piedra cuando nos cruzamos. Ella dio un par de excusas y se fue corriendo. Yo me dirigía camino a casa de Peter. En cuando llegué a su casa me entró un ataque de risa al recordar la situación. Cuando me preguntó Peter le dije que me había encontrado con Morticia. La llamé así porque no recordaba su nombre, pero le hizo gracia. Y así fue cómo surgió Morticia. Al día siguiente todo el mundo comenzó a llamarla así. Cuando ella se enteró me tiró un refresco en la cabeza. Luego yo, a modo de venganza, le escribí una carta sobre su perro. Y de está forma se fueron juntando una cosa tras otra. Para mí Karen era una distracción divertida, sus venganzas eran creativas. Más tarde me fui enterando que a mis bromas se le unieron otras en las que yo no tuve nada que ver. Pero en ningún momento imaginé que le afectaran tanto. Que pudiera tenerme tanto miedo como para pensar que le podía hacer algo más allá de una broma. Me sentí como una mierda.

—Lo siento —susurré sin apartar los ojos de ella—. Lo siento mucho. Yo no quería...

—No necesito que te compadezcas de mí —dijo con rabia—. No me impones tanto como te crees —Apartó la vista pero me dio la impresión de que le brillaban los ojos—. Ahora déjame tranquila hasta que nos vengan a buscar.

Se sentó en un rincón y se puso los auriculares. Me volví a sentar en mi sitio y cerré los ojos. No iba a incordiarla más. Era su venganza y me parecía justo. No tenía derecho a pedirla nada. Tendría que saber llevar eso sin distracciones. Mi cabeza estuvo cavilando entre las cosas que le había hecho a Karen y en cómo sería morir en un sitio tan pequeño.

MorticiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora