Ruka Souen y Yuuki Cross

Sed de justicia.

Zero caminaba tenso, con el puño apretado, cavilando en lo que había hecho esa estúpida y engreída vampira a la dulce Yuuki. Se quitó la chaqueta, y la tiró en medio del pasillo. Si tenía motivos para odiar a los vampiros, eso no fue más que la mecha encendida que hizo explotar su paciencia contra los chupasangres. Atravesó el portón de los dormitorios Luna, y no descansó hasta llegar a la puerta. Pensó la posibilidad de llamar, pero optó por echar la puerta abajo.

Entró, y observó que Kaname bajaba tranquilamente las escaleras.

- ¿A qué viene tanto escándalo Kiryu?- le saludó.

- Vengo a decirte dos cosas: uno, o controlas a la furcia de Souen.- la cual estaba detrás de Kaname.- o me la cargo. Y por último, prometiste que cuidarías a Yuuki de los tuyos, y no lo has hecho.

Kaname miró a Ruka de reojo. Esta tenía la cabeza agachada. Kaname pudo leerla la mente, y, con una mirada, rompió la mesa que había justo enfrente de la puerta. Inmediatamente, Aido recogió los trozos de la mesa, y se volvió a su habitación, satisfecho de aquel tesoro.

- Está bien, yo me encargo de esto.- le dijo Kaname.- Pero si vuelves a molestarnos a estas horas, no seré tan amable.

Zero se quedó conforme, y se fue más relajado. Sabía que se haría justicia.

Kaname llevó a Ruka a su despacho. Esta andaba cabizbaja, intentando bloquear sus pensamientos, pero no podía hacer nada ante el supremo poder de Kuran.

- ¿Porqué?- le preguntó a Souen.

Ella ni se limitó a mirarle a la cara.

- ¿Porqué? Es mejor que me contestes.

- Ni siquiera yo lo sé.

- Entonces déjala en paz. No es más que una humana. Y está irremediablemente ligada a mí.

- Lo sé, Kuran. Pero la quiero. Y yo tampoco voy a renunciar a ella.

- Necia...

Kaname la miró seriamente, y la golpeó. Se llevó la mano a la boca, y se quitó la sangre. Ruka tenía el labio partido, y se moría por encarar a el gran Kaname Kuran, aunque aguardó a la próxima ocasión. Y no le golpearía con la mano, sino con el corazón. Además, jamás Kaname la había pegado, y nunca le había visto ese lado de su carácter. Aquello no podía acabar bien para los dos.