Capítulo V

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No supo cuánto tiempo llevaba encerrado allí dentro, pero suponía que días a juzgar por el dolor en sus articulaciones y músculos atrofiados. El tiempo parecía transcurrir de forma diferente; lento y caprichoso, y era difícil saber con exactitud si era de día o noche.

El único contacto que recibía se basaba cuando le traían comida y se veía limitado a aquellos breves momentos. Al menos le habían quitado las ataduras en los pies por buen comportamiento, pero sus manos seguían atadas y dolían por el constante roce de las cuerdas. No le sorprendería descubrir que para aquel entonces la piel alrededor de sus muñecas se encontraba a carne viva.

Aquel día el sujeto gordo y rubio había sido el encargado de traerle comida. Nunca hablaban con él, simplemente dejaban la bandeja a un lado del colchón y procedían a irse en silencio, sin importar los insultos o palabrotas que les lanzaba Gerard. Estaba algo acostumbrado a esa rutina de la comida, la cual nunca era algo demasiado exclusiva o sosa. Observó que su menú de aquel día se componía de un simple sandwich junto con una sustancia extraña que parecía ser puré de patatas no tan machacadas. Una botella de agua se lucía junto al elegante platillo.

Hizo una mueca. Vomitaría si intentaba comer eso. Probó hablar con el rubio, pero este simplemente ignoró sus quejas y siguió su camino. El único más amable de toda esa rústica gente era el rizado, o al menos eso creía, odiaba sacar conclusiones tan rápido. Había ido aprendiendo las particulares de los sujetos cuando los veía y sabía que el llamado Matt, el castaño con barba descuidada, tenía ciertos problemas en el grupo y se veía algo fuera de lugar. A Gerard no le agradaba, cada vez que entraba con el fin de traerle una nueva bandeja de comida y llevarse la vieja le mirada con malos ojos y su mirada sobre él le hacía estremecerse.

Se recostó contra la pared y suspiró. Se sentía afiebrado y dolorido, con un constante dolor en el estómago pero trataba de no darle mucha importancia. Su dieta había cambiado drásticamente en los últimos días y creyó que era debido a eso. Cerró los ojos y trató de dormir un poco, al menos en el mundo de los sueños la realidad era otra y podía permitirse soñar estar en otro lugar mejor, quizás en su hogar con su familia. Recordaba la última vez que había visto a su padre y de cómo había resultado la pequeña sesión en su despacho. Se había enojado con él y en cierto sentido no lo culpaba, al menos ya no. Gerard había tenido muchas horas de meditación en silencio y pensó que quizás si había puesto en vergüenza a su padre durante la gala y su actitud no fue la mejor. También pensó en su hermano y se preguntó si estarían buscado por él, pero pronto fue invadido por el sueño y todo pensamiento escapó de su mente.

Algún tiempo más tarde fue despertado por el conocido sonido de la puerta. Era Frank cargando con una bandeja que suponía era su almuerzo. El moreno era a quien menos veía, los demás parecían ser los encargados de las tareas de cuidarlo o algo por el estilo, puesto que siempre eran ellos quienes traían su comida, agua, etc. Pero aún así el sujeto de rasgos duros y firmes entraba al cuarto de vez en cuando y le tomaba fotografías. ¿Para qué? No tenía idea, pero se alegraba de no verlo muy seguido porque temía recibir un golpe de su parte. No había mentido cuando dijo no tener paciencia y Gerard lo había descubierto días atrás, al recibir nuevamente otro golpe en la cara que le dejó un buen ojo morado por hablador. Aprendió que debería mantener el silencio cuando estaba en su presencia, por su propio bien.

Frank observó con suspicacia la bandeja de comida fría sin tocar y la pateó del medio. Luego lo miró.

— Jugar al no quiero comer no te ayudará de nada, niño. Lo único que lograras hacer es morirte de hambre —espetó, pero Gerard no tenía intención de responderle. En cambio, le miró con odio— ¿Te comió la lengua el gato? Sé que disfrutas el responderme, te gusta hacer quedar mal a las personas con las palabras. Vamos, di algo. Insúltame si lo deseas.

Más silencio.

El moreno parecía no tener tiempo para sus juegos infantiles. Depositó la bandeja con una manzana, unas galletas, y un vaso cuyo líquido parecía ser té en el suelo junto con la otra aún intacta.

— Come —ordenó fríamente, antes de darse la vuelta y volver tras sus pasos.

— ¿Q-qué día es hoy?

Su voz sonaba algo ronca debido a la falta de uso. Frank se detuvo casi bajo el umbral de la puerta— La fecha no te interesa. Mejor preocúpate por ti mismo.

— ¿Mi familia está buscándome? —preguntó luego. Creía que Frank sabría algo al respecto, debería saberlo y lo hacía esperaba que le informará— Por favor, necesito saberlo.

Frank se adentró de nuevo al pequeño y oscuro cuarto. Gerard casi temió recibir un golpe, pero este jamás llegó. El sonido de sus botas golpear contra el viejo suelo de madera cesó cuando llegó junto a él y le observó. Gerard pudo apreciar que sus ojos avellana resaltaban con la vestimenta negra, siempre vestía de negro.

— ¿Porque quieres saberlo?

— E-es mi familia, deben estar preocupados por mi. Tengo un hermano, tiene apenas quince. Básicamente depende de mí desde la muerte de nuestra madre, mi padre... Él no es una persona muy emocional y sé que no le brindará el apoyo que necesita. Mucho menos ahora, debe estar muy mal —no sabía porque estaba siendo tan honesto con ese sujeto. Después de todo él lo había traído a ese lugar. Era su captor. Supuso que al fin de cuentas necesitaba hablar con alguien o se volvería loco.

— Mi madre también murió cuando era joven. Conozco el dolor... La pena. Por suerte no tengo hermanos, así que no puedo decirte cómo se siente —dijo.

No sonaba enojado, incluso su tono de voz pareció haber disminuido considerablemente en cuestión de segundos. Gerard se sorprendió al escucharlo, no había esperado una respuesta sincera de su parte ni mucho menos compresiva.

Pero luego de un momento volvió a su usual estado. Se aclaró la garganta— Me imaginaba que tu padre no era alguien de sentimientos. Es bastante obvio, se puede ver.

Gerard no supo que quiso decir con ello— ¿Qué quieres decir?

Pero Frank ya había comenzado a caminar hacia la salida de nuevo, dejándolo con muchas dudas. Antes de cerrar la puerta, le oyó hablar de nuevo.

— Es 16 de junio, para que sepas.

Y sin más decir desapareció del cuarto.

Una ráfaga del viento frío rozó sus cabellos y por poco apagó la luz de la vela, la cual parpadeo pero resistió. 16 de junio. Dos semanas. Llevaba atrapado en aquel lugar casi dos semanas. Parecía mucho menos, pero de nuevo, el tiempo no transcurría de igual manera. ¿Seguirían buscándolo luego de dos semanas sin rastro? Quería creer que sí, que su padre o quien sea no diese por concluida la búsqueda.

Stockholm Syndrome ↠ FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora