capítulo 7

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Estoy sola, estoy enfadada, me siento mortificada y avergonzada.

También estoy caliente, de ahí la vergüenza.

Es por mi maldita culpa, desde luego. He estado jugando con fuego y lo sabía.

ivan smirnov está fuera de mi alcance. Más aún, resulta peligroso. ¿Por qué Folie se ha dado cuenta y yo no?

Pero sí me he dado cuenta.

La dureza de su mirada, la máscara que se coloca con tanta habilidad. Lo primero que me dijo el instinto fue que enviara al cuerno a ivan smirnov. ¿Por qué demonios no le hice caso?

¿Porque creí haber visto algo más de lo que había en realidad?

¿Porque yo también llevo una máscara y creí haber encontrado una especie de alma gemela?

¿Porque está como un tren y me deseaba abiertamente?

¿Porque una parte de mí ansía el peligro?

Cierro los ojos. Si esto fuera un test de opción múltiple tendría que marcar «todas las anteriores».

Me digo que da igual. Como mucho ivan smirnov desea conquistarme del mismo modo que ha conquistado el mundo del diseño, pero por mucho que pueda anhelar el contacto de su cuerpo contra el mío, en este momento estoy convencida de que no debo permitir que eso ocurra. No me expondría de esa manera ante un hombre que solo pretende echar un polvo rápido. Qué demonios, no quiero mostrarme a nadie de ese modo. No quiero escuchar las preguntas ni dar explicaciones. Guardo celosamente mis secretos.

Me desprendo de mis tacones de un puntapié y después echo la cabeza hacia atrás y mantengo los ojos cerrados. Doy gracias por la suavidad con la que se desplaza la limusina porque la cabeza me da ya suficientes vueltas.

El champán, que tan buena idea parecía en su momento, ahora se me antoja una estupidez.

Empiezo a adormilarme cuando el móvil me despierta bruscamente. Doy un respingo y rebusco en mi bolso diminuto. No reconozco la llamada, pero si teniendo en cuenta que únicamente he dado mi nuevo número a Jadie y a alex, no necesito un título en estadística para deducir que o es uno de ellos, desde otro teléfono, o se trata de un teleoperador.

—Estoy cansada —contesto, porque si es un teleoperador se lo merece.

—No me extraña —contesta una voz que me resulta familiar—. Me parece recordar que le recomendé que se lo tomara con calma.

—¡Señor Smirnov! ¿Cómo ha conseguido este número? —pregunto mientras me incorporo demasiado rápidamente.

—Quería escuchar su voz.

El tono de Smirnov es grave y sensual. Cae sobre mí igual que calor líquido a pesar de todo lo que estuviera diciéndome a mí misma.

—Ah...

—Y también quiero verla otra vez.

Me obligo a respirar.

—Pues me verá mañana porque asistiré a la reunión —respondo convencida de que debo cortar esto de raíz.

—Aguardo ese momento con impaciencia. Quizá habría sido más prudente por mi parte esperar hasta entonces para hablar con usted, pero al imaginármela recostada en el asiento de cuero de mi limusina, relajada y algo bebida... Bueno, era una imagen que no podía pasar por alto.

Estoy hecha un lío. ¿Qué ha sido del hombre que me depositó en este coche con tanta frialdad?

—Quiero verla otra vez —repite en tono más categórico.

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