Un millón de dólares. Las palabras me envuelven y me tientan, y es la tentación la que me impulsa a reaccionar.
Me libero de su abrazo de un tirón y lo abofeteo violentamente.
Me mira con ojos en los que arde algo que no reconozco, me agarra por la muñeca y me atrae hacia él. Rodea mi cintura sin soltarme y me retuerce el brazo en la espalda al tiempo que se aprieta contra mí. En ese momento me encuentro en su poder y ambos lo sabemos. Puede hacerme daño. Puede tomarme.
Mi cuerpo se estremece de deseo. Mis labios se entreabren. Respiro entrecortadamente. No entiendo mi reacción ante él. Es primitiva, feroz, y me abruma la necesidad de rendirme sin condiciones.
«No.»
Me concentro en su rostro.
—Creo que debería marcharse —le digo sin saber cómo consigo que mi voz suene firme.
—Me voy —contesta—, pero conseguiré mi cuadro. —Me dispongo a replicar, pero me silencia apretando un dedo contra mis labios—. Lo conseguiré porque lo deseo y la deseo. Lo conseguiré porque usted también lo desea. No —añade antes de que tenga tiempo de hablar—. Recuerde las reglas, sabrina, no me mienta. No me mienta nunca.
Entonces me besa. Libera mi muñeca, clava los dedos en mi pelo y echa mi cabeza hacia atrás antes de hundir sus labios en los míos. Dejo escapar un gemido cuando su lengua explora ferozmente mi boca. Mi mano se enrosca alrededor de su nuca. No sé si me ha atraído hacia él o si he sido yo quien se ha apretado contra su cuerpo, pero noto su dura erección en mi pierna. Tiene razón, maldita sea. Tiene razón. Deseo esto, deseo esto y no debería desearlo.
Entonces me suelta, y me siento tan débil que me sorprende que la gravedad no me arrastre al suelo. Me lanza una última mirada abrasadora, da media vuelta y se dirige a la puerta a grandes pasos. La abre y desaparece por el rellano antes de que los latidos de mi corazón hayan recobrado su ritmo normal.
Alargo la mano y me aferro al respaldo de una de las sillas de la cocina. Me dejo caer despacio hasta quedar sentada y apoyo los codos en las rodillas. Deseo odiarlo por el ofrecimiento que me ha hecho y por las cosas que ha dicho. Son verdades, sin duda, pero verdades que desearía ignorar. Verdades que pasaré por alto.
No sé cuánto tiempo permanezco de ese modo, pero así sigo cuando Jadie entra alegremente, con el cabello revuelto y sin sujetador. Estoy segura de que lo llevaba al marcharse. Si hubiera estado sentada con ivan medio desnuda me habría fijado.
—¿Douglas? —pregunto.
No he oído los habituales golpes y aporreos, de modo que no sé qué pensar.
—No, por Dios —dice.
Siento un alivio momentáneo. Desconozco cómo puede haber perdido el sujetador, pero al menos sé que no estaba echando un polvo.
—Ha sido Kevin, del 2H.
Mi alivio se esfuma.
—¿Te lo has tirado?
—Es para lo único que vale, créeme. Ese tío es un cabeza hueca, y no tenemos nada en común salvo cierto exceso de energía.
—Jadie, por favor. —Mis problemas parecen mezquinos y tontos comparados con el completo descontrol de las conquistas de mi amiga—. ¿Se puede saber por qué te acuestas con él si ni siquiera te gusta?
—Porque es divertido. No te preocupes, no es de los que va a perseguirme. Los dos sabemos que se trata de uno de esos rollos sin ataduras.
—Pero es peligroso, James. —El uso del apodo de nuestra infancia indica que la conversación va en serio.

ESTÁS LEYENDO
DESATAME
RomantikSabrina Moí es una joven diseñadora de interiores que lleva en su cuerpo las cicatrices de un oscuro pasado. Iván Smirnov es un atractivo millonario que no acepta un 'no ' por respuesta... ni en la cama ni fuera de ella. Era el único hombre al que...