capítulo 4

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Cruzo todo el salón y me detengo con el corazón latiendo a mil por hora. Cincuenta y cinco pasos. Los he contado todos y cada uno, y como no tengo otro sitio adonde ir, sencillamente me quedo de pie y miro otro de los cuadros de Blaine. Se trata también de un desnudo, en este caso el de una mujer tendida de costado en una cama totalmente blanca. Solo está enfocado el primer plano, el resto de la habitación —muebles y paredes— no es más que una sucesión de capas de gris y formas indefinidas.

La mujer tiene la piel muy pálida, como si nunca hubiera visto el sol; pero su rostro es otra cosa: refleja tal éxtasis que parece resplandecer.

En el lienzo hay únicamente un toque de color: una larga cinta roja. La mujer la tiene atada al cuello, y desciende entre sus grandes pechos y más abajo; se desliza entre sus piernas y después continúa. La imagen se disuelve contra el fondo justo en el borde de la tela. Sin embargo, en la cinta se aprecia cierta tensión, y salta a la vista lo que pretende contar el artista: que el amante de la mujer está fuera del cuadro, sosteniendo la cinta, deslizándola sobre su piel y haciendo que ella se enrosque alrededor en su desesperada necesidad de hallar el placer con el cual él la está provocando.

Trago saliva e imagino la sensación de ese suave y frío satén acariciándome entre las piernas, excitándome y haciendo que me corra...

Y en mi fantasía es Iván Smirnov el que sujeta la cinta.

Esto no es bueno.

Me alejo del cuadro y me dirijo hacia el bar, que es el único sitio de toda la estancia donde no me bombardean imágenes eróticas. Sinceramente, necesito un respiro. Por lo general, el arte erótico no suele hacer que me derrita, claro que en este caso no es el arte lo que me pone a tope.

«Aun así, la quiero a mi lado.»

¿Qué habrá querido decir con eso?

Más exactamente: ¿qué quiero yo que signifique? Pero es una pregunta absurda porque sé lo que quiero: lo mismo que quería hace seis años. Y también sé que nunca ocurrirá. Incluso como fantasía es una pésima idea.

Observo la sala mientras me digo que solo estoy contemplando arte. Al parecer esta es la noche del auto engaño. Busco a Smirnov, pero cuando lo encuentro desearía no haberme tomado la molestia. Está junto a una esbelta mujer de cabello moreno y corto que se parece a Aurey Hernie  vivaz y hermosa. Sus pequeñas facciones resplandecen de placer mientras ríe y alarga la mano para tocarlo con un gesto íntimo y natural. Me duele el estómago solo de contemplarlos. Por Dios, si ni siquiera lo conozco, ¿cómo es posible que esté celosa?

Sopeso dicha posibilidad y, siguiendo la tendencia de la noche, me engaño a mí misma una vez más y me digo que no son celos, sino indignación. Me fastidia que Smirnov haya podido flirtear tan cortésmente conmigo cuando está obviamente fascinado por otra mujer, una mujer hermosa, encantadora y radiante.

—¿Un poco más de champán?

El barman me alarga una copa en forma de flauta. Es muy tentadora, pero declino su ofrecimiento con un gesto de cabeza. No necesito emborracharme. Lo que necesito es salir de aquí.

Llegan más invitados, y la sala se llena de gente. Busco nuevamente a Smirnov, pero ha desaparecido entre la multitud. Tampoco veo a Aurey Hernie por ninguna parte. No me cabe duda que lo estarán pasando en grande estén donde estén.

Me deslizo entre la pared de un pasillo y un vestíbulo que está cerrado al paso por una gruesa cuerda de terciopelo. Sin duda conduce al resto de la casa de katerin. En estos momentos es lo más parecido que tengo a un rincón de intimidad.

Saco el móvil, accedo al marcado rápido y espero a que Jadie conteste.

—No te lo vas a creer —dice sin preámbulo alguno—, pero acabo de montármelo con Douglas.

DESATAMEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora