capítulo 3

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Mi instante de mortificación nos envuelve durante lo que parece una eternidad. Luego alex me coge del brazo y me aparta de katerin.

—Oye, sabri...

Leo preocupación en su mirada.

—N... No pasa nada —le digo.

Me siento extrañamente aturdida y muy confusa. ¿Era esto realmente lo que esperaba con tantas ganas?

—Lo digo en serio, sabri —dice alex tan pronto como ha puesto una prudente distancia entre nosotros y nuestra anfitriona—. ¿Qué coño ha sido eso?

—No lo sé.

—¡Y una mierda! —replica—. ¿Lo conocías de antes y lo habías cabreado? ¿Tuviste una entrevista de trabajo con él antes de firmar conmigo? ¿Qué demonios has hecho, alina?

Me estremezco al oír mi nombre de pila.

—Yo no tengo nada que ver —respondo, porque deseo que sea cierto—. Smirnov es un tipo famoso y excéntrico. Se ha comportado como un grosero, pero no se ha tratado de nada personal. Es imposible.

Me doy cuenta de que he alzado la voz y trato de bajar el tono. Y respirar.

Cierro el puño izquierdo con tanta fuerza que me clavo las uñas. Me concentro en el dolor y en el sencillo acto de respirar. Necesito serenarme. Necesito estar tranquila. No puedo permitir que se me caiga la máscara de la sabrina social.

alex se mesa el cabello y suspira ruidosamente.

—Necesito un trago. Vamos.

—Yo estoy bien, gracias.

Estoy muy lejos de sentirme bien y lo único que deseo en esos momentos es estar sola. Al menos todo lo sola que se puede estar en una habitación llena de gente.

Veo que alex tiene ganas de discutir y también que no ha decidido todavía lo que va a hacer. ¿Intentar acercarse nuevamente a Smirnov? ¿Marcharse de la fiesta y fingir que no ha ocurrido nada?

—Como quieras —gruñe por lo bajo.

Se aleja y alcanzo a oír que masculla «¡mierda!» mientras se pierde entre la gente.

Respiro hondo y noto que la tensión de mis hombros cede. Me encamino hacia la terraza, pero veo que han descubierto mi rincón secreto y que al menos hay ocho personas que charlan y sonríen. No estoy de humor para charlar ni para sonreír.

Me desvío hacia uno de los caballetes que hay en medio de la sala y me quedo mirando fijamente el cuadro. Muestra a una mujer desnuda y arrodillada en un suelo de baldosas. Tiene los brazos estirados por encima de la cabeza; y las muñecas, atadas con una cinta roja.

A su vez la cinta está anudada a una cadena que se alza verticalmente y se pierde fuera del cuadro. En los brazos de la mujer se aprecia tensión, como si estuviera tirando hacia abajo en un intento de liberarse. Su vientre es plano y tiene la espalda arqueada hacia delante, de manera que se le ven las costillas. Sus senos son pequeños. La mano del artista ha logrado plasmar el ligero enrojecimiento de sus pezones oscuros y erectos.

Su rostro resulta menos visible porque está vuelto de lado y rodeado de sombras. Da la impresión de que la modelo se avergüenza de sentirse excitada, de que se liberaría si pudiera. Pero no puede.

Se encuentra atrapada ahí mientras expone su placer y su sonrojo a los ojos de todos.

Siento que un escalofrío me recorre la piel y me doy cuenta de que esa chica y yo tenemos algo en común. Acabo de sentir que un poder sensual se apoderaba de mí y he gozado con la experiencia, pero entonces Smirnov lo ha interrumpido como quien apaga la luz, y al igual que la modelo del cuadro me siento incómoda y avergonzada.

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