Prólogo.

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Me despierta de golpe un ruido insoportable, del que hacía tiempo me había despedido y que por desgracia ahora tendré que volver a oír todas las mañanas de lunes a viernes, a las siete y media. Cojo el maldito aparato y lo estampo contra la pared. Miro hacia la dirección donde a acabado el causante de mi despertar: lo encuentro en el suelo echo pedacitos de tuercas y engranajes. Pobre despertador, solo ha hecho lo que debía hacer, pero su significado me pone de peor humor aún. Me echo de golpe en la cama otra vez, miro al techo, y soltando un suspiro, digo:

   —El primer día de instituto...—me pongo boca abajo, hundo mi cabeza en la almohada y grito unos cuantos insultos contra ella.

¿Por qué tiene que ser tan pronto, eh? ¿POR QUÉ? Solo quiero dormir...para siempre. A lo Bella Durmiente, sí. Pero lo del beso se lo pueden ahorrar, no tengo ganas de levantarme porque a alguien le apetece despertarme con un maldito beso. ¿Qué tiene de bueno? Vale, sí, se supone que te despierta un tío que está súper bueno, encima príncipe y te quiere besar porque piensa que eres hermosa. Ok. Pero...¿Por qué despertarme? No. Te esperas a que me despierte yo solita, porque tengo el sueño pesado—vale, ya sé que a la Bella Durmiente fue porque la maldijeron, pero sigue siendo que uno la vio guapa, y porque le salió del lerele la besó. No me parece bien que por un capricho la despierte, es de mala educación—, y porque me apetece dormir más, y tú como verdadero caballero que eres, me dejas dormir tranquila hasta los cien años que me tienen prometidos.

Después de mi charla interna sobre la Bella durmiente y de lo que pienso sobre despertarse, me quito las sábanas con las piernas, a pataleta limpia, y me siento. Colocando mi brazo izquierdo en una mis rodillas levantadas y mi frente en mi mano derecha, empiezo a dormirme otra vez sin poder evitarlo. Me estoy quedando dormida, al fin me reencuentro con mi querido sueño, cuando se abre la puerta de mi habitación, con un fuerte estruendo cuando golpea la pared. Veo su cabello rubio y sus ojos azules en el hueco de la puerta.

   —¡Enana, arriba!—Grita el idiota de Adam.

   Yo no me muevo. Lo ignoro. O al menos lo intento, porque no cesa en su intento por joderme.

   —Enana, enana, enana, enana, enana...—Y aquí es donde me levanto a por él.

   —¡MALDITO IMBÉCIL, VEN AQUÍ SI TE ATREVES!—Le grito con todas mis fuerzas. Le grito eso porque Adam ha salido por la puerta en cuanto me ha visto levantada, riéndose a carcajadas de mi.

Me bajo las escaleras irritada y cabreada con mi hermano, escuchando como Adam se mete en la cocina riéndose. Le sigo hasta allí.

Cuando entro a la cocina veo que Adam está sentado en la mesa, partiéndose de risa, con las tortitas de chocolate delante. Miro al plato y a él. El idiota de mi hermano entiende lo que quiero decir y se pone serio, negando con la cabeza.

   —No te atreverás...

   —Deberías conocerla ya lo suficiente, Adam, para saber que va en serio.—Le dice mi hermana Amber, sin apartar la vista de su revista de moda favorita.

Ugh, no entiendo como le puede gustar semejante cosa, con todas esas fotos de famosos sin camiseta y de cotilleos...Ahora que lo pienso, sí, puede que sepa porqué la lee, desde el punto de vista de los famosos sin camisa.

   —Sí, Adam. Deberías saber que me atrevo y encantada, por cierto.

Voy hacia mi hermano, cojo su tortita y estoy lista para lanzársela...cuando mamá entra por la puerta. Sus ojos marrones van de Adam hacia mí, y de mí hacia Adam. No parece muy contenta, pero tampoco sorprendida. Mi hermano y yo hacemos estas cosas continuamente, somos hermanos, es lo lógico. Pero en realidad nos llevamos muy bien, es de mis mejores amigos, aunque no lo parezca. Mi hermana Amber es otra historia. Ella es la típica chica popular y guapa de la que todos los chicos están colgados y a la que se quieren llevar a la cama cuanto antes. Es rubia, de ojos azules, atlética—es una animadora—, más o menos de estatura normal, y hermosa. Sí, gente. Mi hermana es una de esas súper Top Model del instituto. Está más interesada en sus uñas que en molestarse en separar a sus hermanos que están a punto de matarse. Apuesto lo que quieras a que si alguna vez alguien le rompe una de sus inmaculadas uñas rosas, con las restantes le rebanaría el cuello. En serio, esas uñas son mortales. Es mi hermana y la quiero, por que no es la típica rubia estúpida y tonta, tiene los pies en la tierra—aunque le gusta volar de vez en cuando—, pero no te interpongas entre ella y su esmalte de uñas, rizador, o lo que sea que ella quiera...porque sacará las garras, y no son para tomarlas a juego. Un día, nos peleamos por una muñeca Barbie—sí, yo también he sido pequeña, ¿vale? —, y como intenté coger uno de sus zapatos y ponérselos a una mía, me clavó las uñas, que ya a esa edad tenía bastante largas, en el brazo. Me dejó una cicatriz que intento recordar cuando quiere el mando de la tele. En serio, mi hermana da miedo. Alguna vez me ha obligado a salir con ella y sus amigas, pero no es mi mundo. Yo no puedo ir de rosa y pretender que soy yo, y sé que ella no me dejaría ir con ellas llevando mis mustang negras, mis vaqueros y mis camisetas anchas. Me encantan esas camisetas, y no me siento cómoda cambiándolas por la incómoda ropa pomposa de marca que quiere que me ponga. Así que acordamos que yo no salgo con sus amigas, y ella no me cambia. Me gusta ser como soy. Una chica del montón, que prefiere llevar camisetas cómodas a llevar camisas de cachemir.

No quiero amarte, pero lo hago (EN PAUSA INDEFINIDA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora