#8. Yo también puedo confundirte.

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Es Ian Davis. Sí, no me equivoco. Lo pone aquí bien grande en la pantalla del teléfono: Ian Davis llamando.

Esto no puede ser. En serio que no. ¿Cuándo mierdas le he dado yo mi número? ¿Y cuándo he cogido yo el suyo? Esto es de locos. ¿Cómo tiene él mi número? Porque estoy segurísima de que no se lo he dado yo. Nunca en la vida se lo daría, ni por asomo. Miro el teléfono más detenidamente, pero no deja de sonar. ¡Por qué suenas maldito! No suenes, te digo. Venga, no suenes. Si no suenas te prometo usarte más a diario. Vamos, no me ignores y deja de sonar.

Y se ve que me hace caso, porque mi móvil por fin se calla.

Yo suspiro de alivio. Bien, porque no le iba a contestar. Mejor que no suene, así puedo quedarme tranquila. Me echo de nuevo sobre la cama de golpe...y el desgraciado vuelve a sonar. Me sale el tic en el ojo pero me contengo de lanzar el teléfono a la pared como al pobre reloj de esta mañana. No puedo comprarme otro móvil, no es por otra cosa. Mis padres ya me dijeron que si rompía este no me compraban otro. Y me gusta tener un aparato para escuchar música y hablar con mis amigos.

Deja de sonar.

Suspiro de alivio.

Vuelve a sonar.

Gruño y me giro escondiendo mi cara en la almohada.

Deja de sonar.

Dejo de apretar la cara contra la almohada y me acomodo.

Vuelva a sonar.

Cojo la almohada y me la pongo en la cabeza, estando yo boca abajo, apretando mis orejas para no oír la música, pero no sirve de nada. Doy pataletas como una niña pequeña sin su caramelo. Y en este caso mi caramelo es el sueño. Y descansar.

El móvil se calla...y el maldito aparato vuelve a cantar.

¡Joder!

Me siento el borde de la cama cabreada y le doy un golpe fuerte al colchón. Cojo el maldito teléfono y contesto sin mirar quién es.

-¿QUÉ? –le digo de mala leche al teléfono.

Oigo una familiar risa. Maldito sea.

-“Hola, Ian. ¿Qué tal el día?” –dice intentando imitar mi voz. Aunque yo no sueno así. Suena como una chica tonta y estúpida.

-No me jodas, gorila estúpido. ¿Qué quieres? –respondo.

Él suelta una carcajada.

-Creo que ya echaba de menos tus saltos de cabreada.

Yo ruedo los ojos.

-Sí, ya claro. ¿Me vas a decir ya que coño es lo que quieres?

-Claro.

Yo espero...pero no dice nada. Gilipollas.

-¿Y bien?

-Y bien, ¿qué? –me pregunta.

Yo gruño mientras ruedo los ojos frustrada.

-Mira, si vas a hacer más el tonto, ya te digo que te cuelgo.

Él ríe.

-Ok, ok. –me responde divertido–. De verdad que me encanta meterme contigo. Es muy divertido.

Yo ruedo los ojos.

-1... –él suelta una carcajada.

-¿En serio vas a contar para colgarme? ¿Cómo a los niños?

Yo no le contesto a eso, sigo con lo mío:

-2... –entonces oigo como suelta aire.

-Está bien, está bien. Ya hablo, mujer. –noto una sonrisa en su voz.

No quiero amarte, pero lo hago (EN PAUSA INDEFINIDA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora