#2: No me jodas.

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   —Oh, no.—Digo.

   El chico de esta mañana está en mi clase. ¿Por qué? Decido darle vueltas a la cosa en silencio y sin que se de cuenta de que estoy aquí. Voy como si no lo hubiera visto hacia más o menos a medio de la clase y me siento. Amy se ha quedado a mitad de camino mirando al extraño. ¡¿Qué hace?! Le hago señas para que venga, pero no me ve. Está con la boca abierta. Me levanto y todo lo discreta que puedo, me pongo a su lado, la agarro del brazo y la llevo al sitio que hay a mi lado. Ella gira la cabeza para seguir observándole. Le doy un pellizco y ella me mira sobresaltada. Sí, jode que te saquen del embrujo.

   —¿AU?—Me susurra.

   —¿Qué haces mirando tan embobada? Eres muy poco discreta.—Le digo.

   —Pero no hace falta que me pellizques. ¿Y por qué no iba a mirar? Está muy, muy bueno.—Dice abanicándose con la mano exageradamente. Y entonces va y me pellizca.

   —¡Ay! Eso ha dolido, ¿por qué lo has hecho?

   —Ya estamos en paz.—Y sigue mirando.

   Ruedo los ojos.

   —Ok—digo pasándome la mano por donde me ha pellizcado. Miro al chico—. Vale, está bueno, pero no hace falta quedarse mirando así.—Contesto.

  —¿Quién está bueno?—Pregunta una voz masculina que reconozco al instante. Cuando miramos hacia arriba, a mi lado veo a Kyle. El sol se refleja en su pelo cobrizo—un poco largo—, y sus ojos grises nos miran interrogantes. Se sienta a mi derecha.

   Le sonrío. Me la devuelve.

   —Nada, nada. No hagas caso, Kyle.

   —Oh, Kate. Está mirándonos. Mejor dicho, mirándote.—Me dice Amy, mirando hacia atrás.

   Me vuelvo hacia atrás, y veo que está en lo cierto. Me mira serio. Pero en cuanto ve que le miro, me lanza una sonrisa pícara. Me saluda con la cabeza. Suspiro.

   Amy abre los ojos como platos y me mira. Yo me vuelvo en mi asiento.

   —¿Y?—Le digo a mi mejor amiga.

   Ella me frunce el ceño. Oh oh.

   —¿Y? ¡¿Y?!—Yo me encojo de hombros. En el momento me quejo por lo bajo. No me he recuperando aún del golpe con el chico misterioso que tenemos detrás.

   —Sí. ¿Qué más puedo decirte?—Cuando le contesto eso, me mira confusa. Entonces cae en algo y me mira bastante sorprendida.

   —¿No sabes quién es?—Cuando niego con la cabeza, ella hace lo mismo pero con otro significado—. No me lo puedo creer, Kate. ¿Me lo estás diciendo en serio?

   Cuando asiento, ella suspira.

   —Es Ian Davis, Kate.—Estoy confusa, me suena el nombre muchísimo, pero ahora mismo no caigo. Ella lo nota—. ¿El macarra que le dio una paliza a Robert Anderson te suena?—Asentí. Entonces me acordé.

   —Joder. ¿Ese Ian Davis?

   —Sí. Ese Ian Davis.

   Me paso el dorso de la mano por la frente y le miro. Sigue mirándome. Oh, Dios. ¿Qué puedo hacer? Ignorarle, sí. Es lo mejor.

   —Señores, señoras, por favor. Vayan dejándose los cotilleos para el cambio de clase. ¿Entendido?—Dice una mujer entrando por la puerta. Lleva el pelo rubio recogido en un perfecto moño, del que ningún pelo se atreve a salirse. Sus ojos entre girses y azules se divisan detrás de unas gafas de montura negra, y lleva una camisa blanca perfectamente abotonada, en conjunto con una falda de tuvo y unas bailarinas negras. Deja sus cosas en la mesa del profesor, y nos mira.

No quiero amarte, pero lo hago (EN PAUSA INDEFINIDA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora