Capítulo 2

619 43 8
                                    




Me levanté tranquilamente de la cama, me dirigí hacia la ventana y descorrí las cortinas para poder observar la luna. Todo el asunto de la Emperatriz errante me dejaba muy intranquilo. No podíamos perder la confianza de la gente. Si padre se llegase a enterar decidiría intentar someterlos por la fuerza pero no, eso no funcionaria. No funcionaria porque no era un problema del Imperio, era algo mucho más profundo pero, ¿qué era? Me acaricié la barbilla y con un gesto seco volví a cerrar las pesadas cortinas. Me coloqué unas zapatillas y salí de mis aposentos.

Yo solo no podía encontrar la solución, solo si los aldeanos confiaran un poco en nosotros... Me paré en mitad del pasillo, justo delante de la habitación de Kouha. Me dirigía a la de Koumei, pero me la había pasado sin darme cuenta. Tras dudar unos segundos, abrí la puerta lentamente y observé como mi pequeño hermano dormía abrazado a su espada. Me quité las zapatillas y entré silenciosamente. Estaba dormido de tal forma que si se movía tan solo un poco la espada cortaría uno de sus queridos mechones largos. Acerqué un poco la mano hacia él, mis movimientos siempre eran muy rudos y toscos y, para que mentir, no quería vivir en el mundo en que Kouha se despertaba bruscamente empuñando una espada. Con sumo cuidado acerqué mi mano a su cabello y con un rápido movimiento lo tiré fuera del alcance del filo. Salí de su habitación y tras cerrar la puerta solté el aire contenido.

Finalmente decidí que molestar a Koumei no era buena idea, conseguir que se despertara sería difícil y no me ayudaría a pensar. Así pues, fui a mi despacho y abrí el pergamino que contenía el mapa con las señales. ¿Cómo podía evitar que esto siguiera? Encontrando a quién causaba los disturbios, y una vez hecho ¿debíamos eliminarla? Quizás eso enfureciera a la población y solo aceleráramos lograr su objetivo. En todo caso, su objetivo era... ¿destruir las grandes potencias? No, eso no explicaría porque también hay señales suyas en pequeños países. Me acaricié la barbilla y comprendí cual era el primer paso que debía tomar.

Tras informar a mis hermanos de mi plan me quedé observando el mapa. Si salía bien podríamos acabar con esto antes de que padre se enterara. Deslicé mis ojos por la extensión del mapa y me encontré finos dedos que me tapaban a trozos el Imperio Reim. Alcé la vista y me sorprendí al comprobar quién seguía allí.

- Kouha, me tapas el Imperio de Reim.- dije calmadamente, él retiró las manos y sonrió torcidamente-. ¿Ocurre algo?- le pregunté, al ver que no se marchaba.

- No.- dijo.

Asentí y continué analizando el mapa. Sabía que mi plan no era perfecto pero al menos funcionaria en nuestro territorio. Arqueé una ceja. Me estaba poniendo muy nervioso. Volví a levantar la mirada y me lo quedé mirando fijamente. Sonreí interiormente al ver que sus mechones estaban intactos.

- Suéltalo.- dije finalmente.

- No pongo en duda tus capacidades, En.

- Lo sé.- volví a bajar la mirada pero en seguida cambié de opinión, quería decirme algo más-. ¿Pero...?

- No funcionará.- dijo muy serio. Le miré esperando una respuesta-. La gente no te contestará por preguntarles. No funciona así, tienes que ganarte su confianza. Hacer que sientan que eres uno de ellos. No puedes simplemente disfrazar soldados y soltarlos en la población para que averigüen que pasa. ¿Y si se ponen de parte de ella? No. Tienes que camuflar alguien que sepa moverse entre la población y en quien confíes plenamente.- ciertamente tenía mucha razón y me sorprendía que Kouha hubiese pensando algo así.

- ¿A quién mandarías tú?- le pregunté con curiosidad.

- Puedo ir yo.- dijo él, apartando la mirada. Mis cejas se arquearon, mucho. ¿Cómo iba Kouha a poder hacer eso?

La emperatriz erranteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora