Capítulo 3

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Caminaba lo más rápido que mis piernas me lo permitían. Mi cabello destilaba agua por las puntas, mojando mi suéter rosa pálido.

Por lo menos hubieras secado tu cabello.

-Eso tarda mucho tiempo, además ya es tarde.

El tiempo que desayunaste pudiste usarlo para arreglarte mejor el cabello y no llevarme la contra con tu ropa.

-¡Pero el desayuno es sagrado!

Y la comida y la cena. Creo que es más que claro el hecho que te encanta la comida, chica.

Seguí caminando hasta llegar a la esquina del instituto, donde escuché la campana para entrar a clases.

-¡Mierda!

¡Corre que te cierran las puertas!

Pero yo no corría, así mi vida dependiera de ello. Mateo lo intentó por años usando comida como anzuelo sin resultados efectivos.

Inflé mis mejillas de aire y apresuré el paso.

¿Qué haces? ¡Corre! ¡El portero está cerrando la reja!

-No es cierto.

Bueno no pero quería motivarte.

-Imbécil.

El chico de lentes de la acera opuesta te está viendo como si
estuvieras loca.

Observé a un delgado chico con gruesas gafas quien me observaba fijamente.

-¿Se te perdió algo?

Abrió los ojos enormes y se encogió de hombros.

-No, nada.

Contestó acomodando las gafas en el puente de su nariz.

Estúpido nerd.

-Cállate.

-Sí, ya me iba.

Dijo asustado el chico antes de correr hacia el instituto.

Deja que la gorda lo intimide, que perdedor.

-Tú estas en el cuerpo de la gorda así que...indirectamente eres la gorda.

Sonreí con malicia.

¿Qué? Eso no tiene sentido.

-Claro que sí.

-¿Annie? ¿Estás hablando sola?

Giré hasta encontrarme con la pelirroja melena de Felicity.

Santo dios, holaaaa.

Silbó apenas la vio. Genial tenía que compartir subconsciente con un calenturiento play boy.

-Ey. No no sólo liberaba tensión.

-Claro, muy normal.

Me miró poco convencida con su mirada verde, tomó mi brazo y me jaló hacia el instituto.

No entiendo cómo puedes tener una amiga tan sexy ¿qué pasó contigo?

Me pellizqué el antebrazo para callarlo. No había pensado cómo callarlo sin hablar sola.

Llegamos al salón y Felicity tocó la puerta. El profesor de filosofía no tardó en abrir.

-Señoritas, ¿por qué llegan tarde?

-Mi auto se descompuso a medio camino.

No tienes auto, mentirosa.

-Mi madre no pudo traerme.

80 días con élDonde viven las historias. Descúbrelo ahora