Capítulo 8.- ¿Estás ahí?

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Con pasos apresurados que se rompían en el silencio, llegó a la gran sala donde se exhibían cuadros de toda índole. Casi con un sobresalto se dio cuenta que varios de aquellos retazos en las paredes pertenecían al mismo hombre que lo encerró ahí. Forzó un leve gruñido antes de estrellar levemente su puño contra la pared. No debía perder tiempo. Después de todo, Dazai estaba en cualquier parte de aquel recinto, y la noche ya estaba acabando...si no lo encontraba al suicida podría ya darlo por muerto.

De repente, aquel pensamiento lo entristeció mucho. De alguna forma, había pasado tanto tiempo con Dazai que su sola ausencia iba a ser de él una persona completamente diferente. Ni siquiera se había dado cuenta que se detuvo en frente de la puerta de salida, aquella que parecía invitarlo a abandonarlo. 

Entonces sucedió, como si ya hubiese sido calculado fríamente durante largos años.

Un azote de fuerza mayor cayó directo a su espalda. Con sangre sobre todo su cuerpo intento voltear a ver a su verdugo, pero le fue imposible. Su captor tuvo el descaro de pisarlo mientras aún Atsushi se seguía retorciendo de dolor. 

-¿Sabes? Podría asesinarte aquí mismo, y la Agencia ni siquiera se daría cuenta de ello.- Esa voz profunda pero desinteresada le pertenecía a un hombre. Lo había visto por fotografías, pero nunca en persona. Él sabía que era uno de los pocos ex miembros de The Guild de los que debía temer, porque su poder se asemejaba a la brutalidad de la habilidad de Akutagawa incrementada al cuadrado.-Pero no voy a hacerlo.

Atsushi se quedó petrificado en el suelo. Por un segundo; por un mínimo de minuto iba a morir. Sin reírse de su suerte no dijo nada más. Aquel hombre que ahora había retirado su pie de su espalda podía cambiar de opinión en un desliz de momento, y acabar con lo que había empezado: sin dudarlo.

-Te he dicho que no voy a asesinarte; por ahora. Si es que colaboras conmigo claro.-Lentamente giró su rostro hacia la persona adelante de él. El hombre que se presentaba no traía una cara amigable, parecía como si cargara con un peso muerto sobre sus ojos: como si algo lo carcomiera vivo.-Lamento lo de antes, no iba a dejar que te vayas de aquí por ningún motivo.

-Y yo no voy a aceptar lo que me tengas que decir si no me dices porque estás aquí, Nathaniel.-Esta vez, el hombre de ojos grises no lo miró. Atsushi quedó prendido de su silencio por algunos segundos más, sin querer pensó que estaba poniéndose una soga al cuello con aquella pregunta. En cualquier momento el pastor en frente suyo podría...------

-Claro, vamos a hablar de ello seriamente.- Nathan le lanzó una cínica sonrisa, para luego encaminarse a un pasadillo fuera de la vista de Atsushi. El más joven se levantó adolorido y lo siguió a paso lento. Al momento de llegar al destino quedó boquiabierto. En una silla estaba el hombre que lo ayudó a escapar de la jaula, y al otro extremo, un joven rubio con un traje tan oscuro como la vestimenta del pastor. Los tres lo miraban sin parpadear, quizás fascinados de su presencia, o de lo tonto que fue al venir hacia ellos.

-Atsushi, un gusto.-Exclamó con una voz muerta el rubio.  El hombre tigre se petrificó al instante al ver como el joven que lo salvó empezaba a mirarlo con más interés.- Queríamos hablar contigo en privado y sin interrupción, siéntete como si estuvieras hablando con tus amigos de la Agencia, seguramente estarán preguntando por ti. 

Pero sin dudar ni un segundo, levantó la vista hacia el chico rubio.-John Steinbeck, ¿Por qué un ex miembro de The Guild estaría aquí?- Su voz entrecortada pero segura adquirió resonancia en la habitación. Únicamente el chico sentado en sofá empezó a reír. Aquella acción hizo palidecer al albino. Esta vez, notó que Steinbeck tampoco lo miraba. 

-Estamos perdiendo tiempo, Atsushi. ¿Sabes lo que pasa cuándo sucede eso?- Entonces otro azote se dirigió a su espalda. Nathan había usado su habilidad para dejarlo mal herido en el suelo. Pero en está ocasión se sintió morir ahora que veía como lazos formados por palabras se estrujaban contra su piel. El chico se bajó del sofá para dirigirse a él. Una clara sonrisa se dibujaba en su rostro.-Juntos destruiremos de una vez por todas a Fitzgerald y su maldita élite. ¿Sabes que es lo gracioso? Tú serás su verdugo.

Ahora, en frente de ese chico de mirada rota, sentía que nada iba a salir bien.




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