Capítulo 7. "Artema"

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CAPÍTULO 7 “Artema”

Eben y Rikkan se acercaban a la entrada de las minas de Melbar con una mezcla de terror y asombro. Estaba claro que no podían volver por el mismo camino, los bosques de Morgana ya no existían, por eso no tenían más remedio que ir por allí.

La entrada a las minas se situaba en la ladera de una montaña, escondida entre unas hierbas. Fue Rikkan quién la encontró. Por alguna razón que desconocían, el enano sabía perfectamente por donde iba y nunca habían visitado ese lugar.

Descendieron por la entrada y se encontraron con la oscuridad más absoluta. Continuaron bajando por la pendiente tanteando el suelo para no perder y precipitarse al vacío. Rikkan estuvo a punto de caerse al pisar una piedra, que hizo que resbalara, pero Eben logró cogerlo antes de que le pasara algo grave.

Cuando acabaron de descender (lo supieron porque el suelo pasó a ser horizontal) Eben le preguntó a Rikkan:

-¿Qué aspecto tienen los arquethyris?

Rikkan encendió una antorcha que llevaba guardada y explicó:

-Los arquethyris son peces gigantes que pueden flotar en el aire. Tienen escamas muy duras difíciles de atravesar, dos cuernos bien afilados y dientes capaces de arrancar una puerta de hierro.

-Qué simpáticos.

-Ya no pensarás eso cuando los veas.

Continuaron avanzando por las minas a la luz de la antorcha. Ahora, con luz, podían ir más rápido pero debían ir en silencio para no despertar a los arquethyris. Horas más tarde, llegaron a una sala fúnebre iluminada por la luz de la luna, que se colaba por un tragaluz en la superficie. Allí, decidieron detenerse a descansar.

Rikkan se quedó mirando los restos de los infelices que habían osado cruzar las minas y Eben se sentó cerca de lo que parecía un viejo pozo abandonado.

-Ya no queda mucho para llegar a la salida-dijo el enano.

-¿Cómo lo sabes?-preguntó Eben, extrañado.

-Tengo un presentimiento.

Pudo ser un descuido o el destino, pero tuvieron la mala suerte de que una piedra se desprendió del pozo y empezó a golpear las paredes produciendo un sonido que el eco aumentó.

El horror apareció en los rostros de los dos guerreros, que sabían que el ruido habría despertado a los arquethyris y se les echarían encima en unos segundos. Sabiendo que su única salvación era alcanzar la salida, Eben y Rikkan corrieron como alma que lleva al diablo hacia la única dirección posible. Los arquethyris se acercaban por detrás como una marea rugiente, demasiado rápido para poder evitarlos durante mucho tiempo.

Tras un rato de intensa persecución, un rayo de esperanza los inundó cuando consiguieron divisar una luz que no era la de su antorcha. Sin embargo, cuando llegaron allí, un grupo de arquethyris los rodeó, impidiéndoles la salida.

Ahora que los veían de cerca, no tenían nada claro que fueran a salir vivos de las minas. Eben apeló a su emoción humana y lanzó un grito que avivó sus corazones como un fuelle aviva el fuego candente.

-¡Adelante, por todos los que han luchado por conseguir que este mundo recobre la paz!

Los arquethyris se lanzaron a la carga y Eben consiguió esquivarlos tumbándose en el suelo. Acto seguido, ambos combatientes sacaron sus armas y empezó la pelea.

La lucha fue intensa hasta el último momento. Eben consiguió matar a uno hundiendo su espada en el vientre del monstruo, que murió desangrado. Por otra parte, Rikkan esquivó las arremetidas de los arquethyris y hundió su hacha en el cuello, otra de las partes vulnerables que tenían.

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