Capítulo 4. Deyanira empieza su propia aventura

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Y pasaron los años…

Deyanira, después de vivir una infancia de lujos y diversión, ha llegado a la edad adulta. Ya ha llegado a los dieciséis años y, a pesar de que los elfos tienen una longevidad increíble, ya se podía considerar una mujer.

Sin embargo, ella no era una elfa completamente. Tenía también una parte humana. A veces, sentía que una emoción le recorría el cuerpo de parte a parte mientras realizaba alguna actividad de adrenalina. Los demás elfos no la compartían y permanecían callados e impasibles.

Ahora se encontraba en su habitación cepillándose el pelo para bajar a desayunar. Se parecía mucho a su madre, tenía el mismo pelo, liso y negro como el carbón, la misma nariz, pequeña y bien definida, y la misma sonrisa, dulce y traviesa. Sin embargo, los ojos eran los de su padre: grandes y de color verde. El padre de Deyanira, Roger, era completamente humano y había conocido a su madre en una trepidante aventura para salvar al mundo de los elfos y al de los humanos. Vencieron al más terrorífico de todos los espectros de los antiguos reyes: Morgul. Finalmente, después de que muriera su abuelo Elowen, su madre, Andarwen, renunció a su inmortalidad y unos años después nació ella.

Después de arreglarse, bajó al comedor para desayunar. Mientras bajaba las escaleras, iba pensando que ella también quería correr una aventura, como sus padres, para salir de la rutina diaria a la que se veía sometida.

Por el camino se encontró a Tanthalas, el primer ministro, el consejero y amigo íntimo de su padre. Tanthalas había sido el prometido de su madre durante un tiempo por eso se encendió de rabia cuando descubrió que Andarwen se había casado en secreto con su padre Roger. Sin embargo, a la hora de salvar Éliade, la ciudad de los elfos, se unieron para luchar contra Morgul y tras salir exitosos se hicieron grandes amigos.

-Llega tarde-la riñó Tanthalas-. Su madre ya la está esperando.

-Voy enseguida-respondió Deyanira.

Efectivamente, como le había dicho Tanthalas, Andarwen ya la esperaba así que entró al comedor para reunirse con ella.

Elfos existían de tres clases: los druidas (que preparaban las pociones y las infusiones de curación), los magos (que podían utilizar la magia negra) y los cantores, que eran los encargados, tal como indica su nombre, de cantarle a las plantas para que crecieran e hicieran que Éliade fuera más espectacular todavía.

Deyanira estaba justo en la edad de decidir que categoría quería ser. Andarwen se sorprendió al descubrir que su hija era igual que ella cuando era más joven. Ella eligió ser druida, pero tuvo claro desde el principio que categoría iba a elegir Deyanira. La magia.

-Me alegro de que ya hayas elegido un camino, Deyanira-admitió Andarwen. –El maestro Morthias te enseñará muy bien todos los entresijos de la magia. Se encuentra en estos momentos en su torre de astronomía. Apresúrate.

Deyanira se despidió de su madre con un fuerte abrazo y se encaminó hacia la torre de astronomía. Esta torre se podía considerar, sin temor a equivocarse, la más alta de todo el palacio y en ella sólo vivían los astrónomos que estudiaban los planetas y el movimiento de las estrellas.

Tardó un buen rato en llegar, el camino era bastante largo y lleno de escaleras. Cuando llegó, esperaba sorprender al maestro Morthias con su visita pero resultó ser al revés: fue el maestro el que sorprendió a la joven elfa.

-Buenos días, princesa-saludó Morthias mientras Deyanira admiraba los cuadros de la sala. –Es un honor que haya elegido estudiar el noble arte de la magia. Dentro de muy poco aprenderá a manejar los ocho elementos, a interactuar con diversos objetos y, cuando ya sea una experta, a transfigurarse en animal. Pero esto último muy poca gente lo ha conseguido.

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