Capítulo 3. Redención

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CAPÍTULO 3 Redención.

En la tierra de los elfos, Elowen se preparó para lo peor. Su mejor oficial le había dicho que los espíritus de los antiguos reyes no iban a permitir que se salieran con la suya. La misión en la “Cima de los vientos” no había sido como él esperaba que fuera: tenían la vara sí, pero los espíritus de los antiguos  reyes consideraban que era una ofensa que hubieran invadido su lugar de descanso para robarles algo que les pertenecía. Además, sabían de antemano para qué necesitaban la vara de Morgul. Los espíritus no querían abandonar el mundo de los vivos pues con la vara lo que querían los elfos era invocar la magia Caronte, que se utilizaba para llevar a las almas o espíritus a su lugar de origen.

Por eso Elowen estaba organizando a los elfos para la batalla. Aunque los elfos aborrecían la lucha, sus habilidades con las pociones y con los hechizos elementales les servirían para defender la ciudad de Éliade y le darían el tiempo justo al rey para realizar la magia de invocación con la vara. Las palabras para invocarla sólo la conocían los miembros de la realeza y, puesto que Andarwen no estaba, sería el propio rey el que evitaría la catástrofe en la ciudad de los elfos.

En el horizonte, se podía ver como los espíritus avanzaban como un muro inexorable hacia la ciudad. Nada podía detener su avance, pues eran entes inmortales que no sentían compasión por nada y no regalaban su perdón a nadie.

Los espíritus eran seres que sentían envidia de los vivos pues éstos podían disfrutar del calor del sol, del sabor de la comida, del tacto de una caricia… por eso no dudaban en matar a cualquier ser vivo que se interpusiera en su camino. Ellos no podían gozar de la comida pues en cuanto tocaba su boca, se convertía en ceniza. La bebida se transformaba en ácido corrosivo y sus manos cadavéricas podían matar a cualquier cosa que tocaran pues ellos habían visto el propio infierno.

A una señal del rey, los elfos que habían sido asignados para proteger el pórtico se dirigieron allí para preparar la defensa. El pórtico era la entrada más grande a la ciudad pero por precaución, un maestro mago siempre ponía una poderosa protección para evitar una posible  invasión. Sin embargo, como los espíritus atravesaban cualquier cosa (no eran corpóreos) necesitaban un mayor número de elfos para poder llevar a cabo la defensa.

La defensa desde los torreones la llevaban a cabo los elfos magos con sus hechizos, que podían alcanzar grandes distancias, pero esto les exigía una mayor cantidad de energía y no sabían cuál era su límite. Además, los magos solo podían usar hechizos elementales y no habían aprendido a utilizar la magia sagrada, la más dañina para estas criaturas.

A parte de elfos magos, también había elfos druidas que utilizaban las pociones para protegerse y para ayudar a los demás. No obstante, hasta esto tenía un límite: el efecto de las pociones no duraba mucho tiempo y si el asedio continuaba no podrían evitarlo.

Al lado de Elowen ahora estaba Tanthalas, el prometido de Andarwen, que tras la desaparición de ésta había sido nombrado segundo al mando y organizaba también la defensa de Éliade. Él también iba a luchar, por eso se podía observar como llevaba orgulloso su espada en el cinto. Procedía de una familia de elfos de buen nombre y había sido enseñado desde pequeño a manejar una espada con soltura, aunque los elfos aprendían este arte para hacer demostraciones de habilidad y destreza, no como entrenamiento para el combate. No tenían casi enemigos y no necesitaban defenderse porque eran respetados por ser amantes de la naturaleza. Además, los elfos tenían más fuerza y más agilidad que cualquier humano y eso les daba una clara ventaja en la lucha.

Después de organizar la defensa, uno de los centinelas apostados en lo más alto de la ciudad de Éliade les avisó de la proximidad del enemigo. Según lo que había visto, suponía que los espíritus entrarían por el pórtico aunque también podían entrar por el extremo este de la ciudad. Tanthalas ordenó que evacuaran esa zona pues allí vivían la mayoría de las familias y si entraban por ese lugar podían causar una auténtica masacre.

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