City Of Heavenly Fire (Dialogo)

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~ADVERTENCIA~

Agarren sus pañuelos porque esto dolerá y no me hago cargo si sus casas se inundan






—Jace Herondale —dijo el chico—. De nuevo un Herondale es quien me trae la salvación. Debería haberlo supuesto.

—Yo no... no es eso... —Jace estaba demasiado asombrado para pensar en nada coherente que decir—. No es posible. Una vez pasas a ser un Hermano Silencioso, no hay vuelta atrás. Tú... No lo entiendo.

El chico (Zachariah, supuso Jace, aunque ya no hermano) sonrió. Era una sonrisa desgarradoramente vulnerable, joven y amable.

—Tampoco yo estoy seguro de entenderlo del todo —dijo—. Pero nunca he sido un Hermano Silencioso normal. Se me ofreció esta vida porque había magia negra sobre mí. No tenía otro modo de salvarme. —Se miró las manos, las manos sin arrugas de un muchacho, suaves de un modo que muy pocas manos de cazadores de sombras lo eran. Los Hermanos podía luchar como guerreros, pero pocas veces lo hacían—. Dejé todo lo que conocía y todo lo que amaba. Quizá no lo abandonara del todo, pero alcé un muro de cristal entre la vida que había tenido antes y yo. Podía verla, pero no tocarla, no ser parte de ella. Comencé a olvidar cómo era ser un humano corriente.

—No somos humanos corrientes.

Zachariah alzó la mirada.

—Oh, eso nos decimos a nosotros mismos —replicó—. Pero durante el último siglo he estado haciendo un estudio de los cazadores de sombras, y déjame que te diga que somos más humanos que la mayoría de los seres humanos. Cuando se nos rompe el corazón, lo hace en añicos que no son fáciles de volver a unir. A veces envidio a los humanos su resistencia.

—¿Más de un siglo viviendo? Me pareces bastante... resistente.

—Pensaba que sería un Hermano Silencioso para siempre. No morimos... ellos no mueren, ¿sabes?; pasados muchos años se van desvaneciendo. Dejan de hablar, dejan de moverse. Finalmente, se los sepulta vivos. Pensaba que ese sería mi destino. Pero cuando te toqué con la mano marcada por la runa, cuando caíste herido, absorbí el fuego celestial de tus venas, y quemó toda la oscuridad que había en las mías. Volví a ser la persona que era antes de hacer los votos. Incluso antes que eso. Me convertí en lo que siempre había querido ser.

—¿Te dolió? —preguntó Jace con voz ronca.

Zachariah lo miró confuso.

—¿Perdona?

—Cuando Clary me hirió con Gloriosa fue... muy doloroso. Sentí como si se me estuvieran derritiendo los huesos por dentro, hasta convertirse en cenizas. No he parado de pensar en eso desde que me desperté; pensaba en el dolor, en si te habría dolido cuando me tocaste.

—¿Pensaste en mí? ¿Y en si estaba sufriendo? —preguntó Zachariah, sorprendido.

—Claro. —Jace veía su reflejo en la ventana a la espalda de Zachariah. Era tan alto como él, pero más delgado, y con el cabello oscuro y la piel pálida, como el negativo de una foto de Jace.

—Los Herondale. —La voz de Zachariah era un susurro, medio risa, medio dolor—. Casi lo había olvidado. Ninguna otra familia hace tanto por amor, o siente tanta culpa por ello. No cargues con todo el peso del mundo, Jace. Es demasiado pesado hasta para un Herondale.

—No soy ningún santo —replicó Jace—. Quizá deba cargarlo.

Zachariah negó con la cabeza.

—Creo que conoces la frase de la Biblia: «Mene mene tekel upharsin», ¿no?

—«Se te ha pesado en balanza y se te ha hallado falto». El mensaje de la pared.

—Los egipcios creían que ante la puerta de los muertos se les pesaba el corazón en una balanza, y si pesaba más que una pluma, su camino era el del Infierno. El fuego del Cielo nos mide, Jace Herondale, como la balanza de los egipcios. Si en nosotros hay más de malo que de bueno, nos destruirá. Yo he vivido, y tú también. La diferencia entre nosotros es que a mí el fuego solo me rozó, mientras que a ti te entró en el corazón. Aún lo llevas en ti. Una gran carga y un gran regalo.

—Pero he estado tratando de librarme de él...

—No puedes librarte de esto. —La voz del hermano Zachariah se había vuelto seria—. No es una maldición de la que tengas que librarte; es un arma que se te ha confiado. Tú eres la espada del Cielo. Asegúrate de ser merecedor de ello.

—Me recuerdas a Alec —dijo Jace—. Él siempre habla de responsabilidades y merecimientos.

—Alec. Tu parabatai. ¿El chico Lightwood?

—Tú... —Jace señaló el lado del cuello de Zachariah—. Tú también tuviste un parabatai. Pero tu runa está desdibujada.

Zachariah bajó la mirada.

—Hace mucho que está muerto —explicó—. Yo era... Cuando murió, yo... —Negó con la cabeza, frustrado—. Durante años solo he hablado con la mente, aunque se pudieran oír mis pensamientos como palabras. El proceso de usar el lenguaje de la forma corriente, de encontrar las palabras, ya no me resulta fácil. —Alzó la cabeza para mirar a Jace—. Valora a tu parabatai —dijo—. Porque es un lazo muy valioso. Todo amor es valioso. Es por lo que hacemos lo que hacemos. ¿Por qué luchamos contra los demonios? ¿Por qué ellos no son los custodios adecuados de este mundo? ¿Qué nos hace mejores? Es porque ellos no construyen, solo destruyen. No aman, solo odian. Los cazadores de sombras somos humanos y falibles. Pero si no tuviéramos la capacidad de amar, no podríamos proteger a los humanos; debemos amarlos para protegerlos. Mi parabatai amaba como muy pocos pueden amar; con todo. Veo que tú también eres así. Brilla con más intensidad en ti que el fuego de los Cielos.

El hermano Zachariah miraba a Jace con tanta intensidad que parecía que iba a arrancarle la piel de los huesos.

—Lo siento —dijo Jace a media voz—. Siento que hayas perdido a tu parabatai. ¿Hay alguien... alguien con quien volver sea volver a casa?

La boca del chico se curvó un poco en las comisuras.

—Hay alguien. Ella siempre ha sido mi casa. Pero no tan pronto. Primero debo quedarme.

—¿Para luchar?

—Y amar y sufrir. Cuando era un Hermano Silencioso, mi amor y mi pérdida estaban algo apagados, como música que se oyera en la distancia, bien afinada pero sin fuerza. Ahora... ahora todo ha caído sobre mí a la vez. Su peso me oprime. Debo ser más fuerte para poder verla. —Su sonrisa era melancólica—. ¿Alguna vez has sentido como si tuvieras tanto dentro del corazón que estás seguro de que se te partirá?

—Las espadas, cuando se rompen y se arreglan, pueden ser más fuertes en los puntos reparados —dijo Jace—. Quizá pase lo mismo con los corazones.

El hermano Zachariah, que era un chico como el propio Jace, le sonrió con tristeza.

—Espero que tengas razón.


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