11. Let the Madness Return

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Negra y yo corrimos de regreso a la Sala de las Puertas, no podíamos perder más tiempo.

—Por esa puerta, ábrela.—Gritó Negra. De inmediato estiré mi mano y giré el picaporte. Al abrirla del otro lado se encontraba la Sala de las Puertas, pero para nuestra sorpresa no había nadie dentro.

—Pero es imposible—Le dije a Negra.

—Dijiste que tu hermano estaba en este lugar. ¿Acaso me estás mintiendo pequeña humana? No creas que Alicia solo se llevó mi color, también se llevó mi bondad con el. Así que te sugiero tener cuidado.

—No, no estoy mintiendo, lo dejé en este lugar, es imposible que haya salido por el agujero sin la poción.

—Ese agujero es la única salida de este lugar es cierto y está puerta es el único regreso. No hay manera de que saliera sin la poción.

—No tengo idea Negra, lo siento mucho.

—Pero sin el espejo mágico no tenemos oportunidad contra Alicia.

—A mi me importa mi hermano, ¡no sé dónde está!

—No hay manera de que saliera a menos que alguien lo hubiera ayudado a salir.

—Alicia.

—Alicia debe de tener a tu hermano.

—Tendré que enfrentar a esa loca sin el espejo.

—Pero no tienes ninguna oportunidad contra ella sin el espejo.

—Estoy dispuesta a correr el riesgo.—Estaba decidida, nada me impediría ir por Ty.

—Sígueme entonces.

Cerramos la puerta y corrimos en dirección contraría, era momento de conocer a la Majestad.

El castillo era inmenso, no tenía idea como es que Negra sabía por donde ir sin perderse, todo era igual, pasillos inmensos, puertas por doquier, ventanas gigantes y candelabros colgando en cada esquina, cuadros de animales y personas vestidas de maneras muy cómicas.

Negra giró a la izquierda y se detuvo ante una puerta enorme, tallada en oro con grabados de los habitantes de Infratierra.

—¿Estás lista niña? Alicia está detrás de está puerta.

Respiré hondo y asentí con la cabeza.

—Ábrela.

Las puertas hicieron un ruido al raparse con el mármol y se movieron lentamente hasta abrirse por completo.

El cuarto era el más bello por mucho, los ventanales eran de tamaño de la pared y las cortinas eran blancas con listones negros, un gran candelabro en el centro y en el centro una mesa digna de un festín recorría la habitación hasta un gran trono dorado en el cual estaba sentada Alicia observándome atentamente.

—Bienvenida.

Las puertas se cerraron a mis espaldas.

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