4. Fiesta de bodas.

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Sábado por la mañana, la boda estaba programa por la tarde, al final haría la ceremonia al aire libre por elección del chileno, mientras la fiesta sería en un caro salón en plena capital federal céntrica, el lugar era realmente de ensueño para cualquier pareja, pero aún así los dos afortunados no le prestaban mucha atención a ello y preferían seguir peleando.

— ¡Dame mis dulces, argentino culiao! —Gritaba Manuel apretando la corbata de Martín para que este perdiera el suministro de aire y cumpliera sus exigencias lo más pronto posible, pero aún así el rubio se negaba, y solo forcejeaba tratando de sacárselo de encima. 

— Me... estas... matando... literal... puto... soltame... —Decía apenas con el poco aire que atravesaba por su garganta, nunca pensó que su corbata podría matarlo, aunque por suerte seguía siendo mucho más grande que el ojimiel, así que finalmente hizo uso de toda su fuerza y logró quitárselo de encima.

— ¡Ah! ¡Conchatumare! ¡Weón culiao! —Volvió a gritar el extranjero al caer sentado en el piso, se había golpeado el trasero, le dolía, miró al alto con el odio escrito en sus brillantes ojos, el odiado no hizo más que suspirar y negar con la cabeza yendo a buscar los benditos dulces del menor. 

— Boludo, no podes vivir comiendo estas cosas, se te van a podrir los dientes, te va a dar una diabetes que ni te cuento, y además esto es el dolor de panza que tenías anoche. —Le dijo entregándole la calabaza que ya solo tenía menos del tercio de todo los dulces que tuvo en un principio.

Manuel había estado comiendo aquellos caramelos y chocolates sin parar, se había saltado comidas con tal de tener más espacio en su estomago para aquellas cosas, esto terminó por sacar de las casillas a Martín, quién decidió guardar la calabaza en la caja fuerte de su departamento, pero el chileno armó un berrinche peor que el de un crío pidiendo que le compre un juguete nuevo, aunque el extranjero era bastante más violento que un niño.

— Bueno, ya me controlo. —Finalmente accedió a las preocupaciones del mayor por su salud, aún le costaba acostumbrarse a tener a alguien tan pendiente de él. — Weón con complejo de mamá. —Abultó un tanto sus labios desviando la mirada mientras su mano ya buscaba un nuevo dulce dentro de la calabaza sonriente de plástico.

— Y vos pareces un adicto a esa mierda, te voy a sacar turno con el dentista, y te harás unos análisis de sangre, si te has alimentado así todos estos años, seguro tenes el azúcar por el cielo, no será lindo que te conviertas en un insulina dependiente, ¿queres pincharte el brazo todos los días? —Martín podía parecer duro en sus palabras, pero solo trataba de que el menor concientizara un poco sobre su estado de salud y las consecuencias de sus hábitos.

— ¡Eso no va a pasar, weón! —Dejo el dulce nuevamente dentro de la calabaza, y la dejo sobre el escritorio del estudio de Martín en el departamento, no le gustaban para nada las agujas, y vivir clavándose una todo los días no le parecía una idea demasiado agradable.


Luego de su mañana algo agitada entre los berrinches del chileno y los regaños del rubio, se pusieron sus trajes de boda, aunque eran iguales, el extranjero reconocía que al vicepresidente de la corporación Hernández le quedaba diez veces mejor, debía reconocer que su altura y cuerpo generaban un aire muy masculino a su alrededor, y el traje solo acentuaba más este aire.

Llegaron al lugar de la boda en una limusina, Martín insistía en controlar como iba todo, las sillas estaban bien ubicadas y el arco sobre el altar de igual manera, los organizadores estaban haciendo un trabajo impecable, el rubio realmente no tenía nada de qué preocuparse. Paso luego por el salón donde se llevaría a cabo la fiesta, y nuevamente se dio con que nadie necesitaba de su ayuda o instrucciones, aunque el centro de mesa donde se sentaría él y Manuel, no le gusta mucho, así que tomó un par de flores y él mismo hizo el arreglo floral para la mesa.

Conveniencia (ArgChi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora