»Mirada Vacía«

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Scott

Habían pasado casi dos días desde mi último encuentro con la señorita Peniafort. Y lo sabía porque había estado contando cada una de las horas desde el momento en el que ella dejó de tocarme y yo huí como un cobarde de vuelta a la seguridad de mi habitación . Y, ¡por Dios! estaba en mi casa y era una estupidez esconderme de ella. Así que lo decidí, me levante y me dirigí a realizar mi aseo matutino, bajaría a compartir el desayuno con mis invitadas.

Al entrar al comedor me di cuenta de que aún no estaba dispuesto el servicio.

—Milord, no esperaba verlo por aquí tan temprano— dijo Arthur que en ese momento entraba por la puerta que conectaba a la cocina con el comedor.

—Es la hora del desayuno ¿no?— le cuestioné curioso.

—Sí, si claro milord— asintió repetidas veces muy nervioso.

—¿Y bien? ¿dónde está todo?

—Le pido una disculpa milord, pero la señora Peniafort dispuso que el desayuno se sirviera en la terraza hasta que ella y sus hijas pudieran prescindir de su amable ayuda. Al parecer el sol y el aire fresco ayudan a la pronta recuperación de la señorita Peniafort.

Con que esa mujer ya se había adueñado de mi casa. Y por lo que podía ver hasta la servidumbre estaba encantada de que lo hiciera. Era cierto que tal vez la casa necesitará de una mujer que la manejara y se hiciera cargo de todo aquello que yo tendía a ignorar. La esposa de Arthur era el ama de llaves y gracias a ella nunca tuve que preocuparme por nada referente al funcionamiento de esta, pero su muerte nos dejó a Arthur y a mi sin nadie que pudiera reemplazarla, así que preferí dejar todo como estaba hasta ahora.

—Gracias por informarme, Arthur— me dirigí entonces a la terraza—. Muy buenos días, señoras— les salude al llegar—. Espero estén teniendo un agradable desayuno.

—Oh, lord Hastings— la señora Peniafort se puso en pie y me hizo una solemne inclinación—. Nos colma de un infinito placer que decidiera obsequiarnos con su presencia.

—El placer es todo mío— dije y me senté, lo mas alejado que pude de la aduladora dama. Quise añadir también que esa era mi casa y yo podía hacer lo que quisiera en ella, pero mi instinto de caballero me obligo a quedarme callado.

—Espero que sus negocios ya no lo obliguen a seguir privándonos de su compañía, a mi linda Sophia le encantaría poder conocer la ciudad...— parloteaba sin cesar sin que yo le prestara mas de la atención necesaria.

Para mi sorpresa me descubrí mirando de soslayo a Louisa Peniafort, intrigado por la forma en que siempre parecía que su persona estaba ahí pero sus pensamientos se encontraban muy lejos.

—Me sería muy grato si las damas aceptaran una invitación a dar un paseo a caballo por el Hyde Park— comente y entonces sucedió, ese leve movimiento de cabeza en mi dirección me hizo darme cuenta de que mi propuesta la había traído de regreso.

—Si, por supuesto— dijo la mujer muy emocionada y volteo a ver a su otra hija—. Sophia estará encantada y Louisa... puede acompañarla, claro está—. Esto último lo dijo sin ningún entusiasmo.

—Excelente— dije y continuamos con el desayuno en un extraño silencio. Excepto por la señora Peniafort que seguía hablando sin parar, sobre lo afortunada que sería la mujer con la que yo decidiera casarme.

Comenzaba a creer que se me dislocaría el cuello, después de pasarme la mitad del tiempo asintiendo cortesmente en respuesta a todo lo que salia de la boca de aquella mujer. Al final se acordó que saldríamos después del desayuno. Y a la hora señalada las dos señoritas se presentaron en las caballerizas, ambas ataviadas con trajes de montar.

Note enseguida que el semblante de la mayor de las señoritas Peniafort cambió por completo, de serio y taciturno e incluso ausente, pasó a ser vivaz y brillante hasta podría decirse que estaba feliz.

Salimos de la propiedad y nos abrimos paso por las siempre bulliciosas calles de la ciudad. Llegamos a la entrada del Hyde Park, donde las miradas que oscilaban entre sorprendidas en un principio y de suma curiosidad al siguiente por mi repentina reaparición, no se hicieron esperar. Podia imaginarme a la perfección lo que pasaba por sus mentes, tal vez alguna variación de: «¿No es aquel Lord Hastings? ¿el hombre que iba a casarse el año pasado, con aquella jovencita tan linda?»

Yo sabia bien que aquel asunto no se había convertido en un escándalo gracias a que la mayoría desconocía la verdadera razón de que se diera por finalizado el compromiso. Sin embargo no por eso dejaban de sacar sus propias conclusiones, aunque carecieran de fundamento alguno.

Aleje de mi esos recuerdos y me concentre en intentar ser una buena compañia para las dos damas, que se encontraban mirando todo con sumo interes, e intercanbiaban comentarios inaludibles para mi, mientras yo solo miraba a la mayor de ellas, sintiendo crecer en mi un enorme deseo de tocar su cabello y de que sus ojos me mirasen.

Creyendo que sin duda estos serían brillantes y hermosos, me acerque a ella para comprobar mi suposición.

—¿Le gusta?— ,le pregunte con la esperanza de que levantara el rostro y me mirara.

Pero cuando al fin lo hizo, no encontré nada en aquellos ojos castaños, ni brillo, ni un atisbo de felicidad en ellos.

—Sí, todo es muy bonito— dijo, y volvio a mirar a su alrededor.

Que equivocado estaba.

Y fue entonces que las palabras de Bianca hicieron eco en mi mente.

«-Mi amado hermano, tu mirada esta vacía -dijo en cuanto me vio entrar por la puerta de su casa, y nuestras miradas se cruzaron»

Me sostuvo entre sus brazos por lo que pareció una eternidad, como a un niño pequeño. Pero ni siquiera eso pudo devolverme la paz de la que había sido desprovista mi existencia. Fue en ese momento que llegue a sentir la misma lastima por la señorita Peniafort que tal vez mi hermana sintió por mi en aquellos momentos.

NOTA: Quisiera pedir una gran disculpa por no haber actualizado antes. Y agradezco de antemano por su paciencia. Nos leemos pronto ;-)

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