4. La presa que se convirtió en cazador

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Era un irreflexivo. Jason tenía toda la razón. Jason también tenía la nariz rota - una fractura triple del tabique nasal- pero eso era más frecuente que los aciertos de su buen juicio.

Daniel Nicolaevich Stefanov se había dado cuenta de ello en cuanto disparó. Justo en el instante en el que el blanco iridiscente se tiñó con el rojo de la sangre, supo que había ido demasiado lejos. Lo que empezó siendo un "inocente" pasatiempo, casi una rutina para él y sus amigos, había terminado con un cadáver.

Un frío y bello cadáver.

Sin embargo, lo que realmente preocupaba a Dany no era el hecho de haber acabado con una vida, ni siquiera una acusación de asesinato. Cuando se es el hijo de un hombre tan poderoso como su padre no se siente la necesidad de preocuparse por esas nimiedades. No, a Daniel Nicolaevich Stefanov le preocupaba algo mucho peor: dar explicaciones. Y tendría que dar muchas, porque acababa de violar nada más y nada menos que una de las reglas sagradas de la familia. Y no era la primera vez.

El viejo Nicolai Stefanov, más conocido como "el Zar" o simplemente "el viejo" para Daniel, se cuidaba mucho de mantener su fachada de respetable hombre de negocios de cara al resto del mundo, en especial frente a los políticos y empresarios (frente a los pocos con los que él no colaboraba, claro). Sin embargo, su díscolo hijo no hacía otra cosa que poner en peligro la discreción que con tango empeño ansiaba mantener el cabeza de familia. Y es que, si de algo se jactaban los stefanov era de que, pese a ser los que más bajas causaban en las disputas rutinarias por el control de sus áreas de influencia, ni una sola de esas muertes era innecesaria. En el fondo eran gente legal; mataban mucho, pero mataban bien, y no desperdiciaban balas por el placer de hacerlo, sino que cada muerte servía a un propósito mayor, entraba dentro de una planificación cuidadosamente medida.

Su hermana Fedora, una obsesa del control, era la que se encargaba de estas planificaciones. Y si tenía que dar explicaciones, debía empezar por ella.

Fedora, a diferencia de su padre, estaba al corriente de sus escapadas ocasionales. Y, como era de esperar, se oponía completamente a ellas, aunque todos sus intentos de controlar a su alocado hermano fracasaban. Al final, careciendo de más opciones, optó por otorgarle su bendición, no sin antes hacerle prometer y perjurar que no desvelaría nunca su identidad y que tampoco haría nada que perjudicase a la familia. Y ya era la segunda vez que cometía un error de esa magnitud. A Fedora le iba a costar perdonárselo, si es que lo hacía. Quizá esta vez considerase su falta lo suficientemente grave como para comunicársela al Zar, lo que significaría que Daniel podía comenzar a despedirse de Jason, de su banda y de la luz del sol. En el peor de los casos, también se tendría que despedir de alguna extremidad, quizá de un ojo, o puede incluso que de los dos. Gozaba de un trato diferente por ser el hijo del jefe, pero eso no significaba necesariamente algo bueno. Más bien, todo lo contrario; aquella condición supuestamente privilegiada solía traerle muchos problemas. Así que no se hacía ilusiones.

Todos daban por hecho que su hermana, genio precoz y ojito derecho de su padre, iba a heredar la "empresa" familiar, lo que dejaba a Daniel como el eterno segundón, poco más que un rastrojo, un desperdicio. Debido a esto, toda su vida se había sentido incómodo, demasiado prescindible. Como una difuminada sombra bajo su brillante y perfecta hermana mayor.

En realidad, Dany y ella tenían la misma edad, pero Fedora se adelantó a su mellizo. Después de que la primogénita respirara por vez primera en el mundo de los vivos, el parto se complicó, y tras varias horas de dolorosa angustia, su madre sufrió un colapso.

Para cuando Dany fue a reunirse con su hermana, ya había muerto. Su padre no llegó a recuperarse nunca de la tragedia y, aunque se volcó en la educación de sus hijos, Dany seguía sintiendo un aire de acusación velado cada vez que lo miraba a los ojos. Muy pronto, Fedora destacó por su inteligencia y mesura, mientras que a él no le interesaban nada las lecciones de sus tutores particulares. No le interesaba nada, en realidad. Tan brillante como su hermana, y prometedores líderes natos ambos, Dany no podía dejar de sentirse enjaulado, apresado y culpado de algo que en realidad había sido producto del destino. Su temprana rebeldía fue frenada de inmediato por la rectitud paterna, pero permaneció latente. Conforme pasaron los años, desarrolló sofisticados métodos para escapar, y su ingenio no dejaba de sorprender a su padre y su hermana, que fue adquiriendo cada vez más funciones propias del jefe de la familia. Paralelamente, su padre se iba apagando, y su cuerpo acusaba el paso de un año como si hubieran sido diez.

-¡¡DANIEL NICOLAEVICH STEFANOV!!- La potente voz hizo temblar las paredes de la sala y que el aludido temiera por la salud de sus tímpanos. - HAZ EL JODIDO FAVOR DE ESCUCHARME, DANIEL.

Su dueña se había incorporado bruscamente y lo miraba con furia. Momentos antes había estado sentada tranquilamente en su sillón orejero favorito, situado en su lugar favorito de su estancia favorita: la biblioteca de la gran mansión stefanov.

Su posición no era solo un capricho, sino que la estratégica ubicación junto al gran ventanal desde el que se dominaba todo el jardín trasero lo hacía el lugar perfecto para leer aprovechando la luz natural, desde que salía el sol hasta que se ponía. En aquel extremo de la descomunal sala, repleta de estanterías llenas de libros desde las ricas alfombras hasta los frescos del techo, había también un precioso telescopio y un opulento escritorio, ambos de estilo victoriano, acompañando al sillón, y una pequeña mesita junto a uno de sus brazos que parecía demasiado débil para aguantar los dos pesados volúmenes que se encontraban sobre ella, encima de los que se encontraba en precario equilibrio un elegante juego de té.

Mientras ella seguía insultándolo, Dany miró aburrido el pan de oro que decoraba parte de los frescos del techo. Después bajó la cabeza y su vista se encontró con uno de los dos globos terráqueos gemelos, el que representaba el mapa físico y las constelaciones. Eran enormes, con un armazón de maderas nobles con tallas mitológicas que representaban ninfas, faunos y motivos frutales. A Dany le fascinaban cuando era pequeño; se imaginaba viajando por todos aquellos lugares exóticos y viviendo mil aventuras. Pero ahora no tenía tiempo para soñar. Incapaz de evitarlo por más tiempo, se decidió a mirar al frente, pero antes de enfrentarse a aquella mirada asesina, su vista se demoró aún un poco más en el juego de té, que también era el favorito de ella.

La conocía lo suficiente para adivinar que no era té lo que contenía la delicada taza, sino vodka. Los azules ojos de Daniel continuaron su trayectoria, enfrentándose desafiantes a otro par idéntico que brillaba con ira.
Su hermana era así: elegante y distinguida por fuera, y una bomba por dentro.

Acababa de contarle lo que había pasado la noche anterior y, como era de suponer, no se lo estaba tomando nada bien.

- Mira, imbécil, estoy harta de tener que ir recogiendo tu mierda allá por donde pasas como si fueras un perro.- Dijo, escupiendo sus palabras.- ¿Qué tengo que hacer para que te entre en la puta cabeza? Estamos en mitad de un trato con los Fabricci y, en este momento, andan por toda la ciudad.- Su tono autoritario iba subiendo decibelio a decibelio.- Podrías haberte cargado a uno de los suyos, capullo, y habernos metido en una maldita guerra.
No tienes ni idea de todo lo que tengo que hacer por la familia. No eres más que un niñato. ¡Madura de una vez! ¿Quién te crees que hace que todo esto funcione? Si fuera por ti, ya estaríamos en la ruina. Pero no, tengo que ser yo quien se preocupe de todo, incluyendo a un idiota como tú.

Pese a que nunca había visto a su hermana tan alterada, ni la había oído soltar jamás tantos tacos seguidos, Daniel no fue capaz de de leer aquellas señales. Tenía un límite de humillación que podía soportar, y su enfado solo le permitía pensar en que su hermana había rebasado aquel límite hacía tiempo.

- ¿Sabes qué? - La interrumpió - Me importa una mierda. Me importan una puta mierda tus tratos, tus planes y tus negocios. - Su voz era extrañamente calmada, pero prometía una tormenta. - Sí, Fedora, me importáis una mierda tú y esta familia.

Ella le sostenía la mirada. Su respiración estaba agitada, pero ningún otro detalle desvelaba su estado de ánimo. Con una tranquilidad envidiable, le cruzó la cara. No de un bofetón, sino que le propinó un magnífico puñetazo en pleno rostro. Después, con la misma tranquilidad mortal, le anunció:

- Daniel, papá se muere.

Estaba preparado para el golpe, para cualquier cosa que ella le dijera. Pero aquellas palabras hicieron que la sangre se le helase en las venas.

Y después, oscuridad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora