5. Almas oscuras y huesos rotos

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Sabía que era un sueño. Tenía que serlo. Todos estaban vivos y eso no podía ser posible, porque ella los había matado.

Toshio levantó la vista del libro que había estado leyendo. Una enfermera acababa de entrar en la habitación con un carrito en el que había tantas bandejas de comida como botecitos de medicamentos.

- Hola, Mickey. ¿Cómo estás hoy, cariño?- Preguntó coqueta la mujer.

- Mejor ahora que te he visto, Sue- Respondió con una amplia sonrisa. En los casi dos meses que había permanecido ingresado, aquella simpática charla banal se había convertido en un pequeño hábito para ellos.

- Como si hubieras venido hasta aquí para verme a mí, granuja- Dijo, guiñándole un ojo.

Toshio la observó mientras manejaba los goteros y comprobaba que todo en la habitación estuviera correcto, desde la temperatura hasta las almohadas de la cama.

- Ay, ay, ay... - Sue negaba con la cabeza, entre apenada y sorprendida - Te conozco desde que eras un renacuajo y créeme, a mí no me engañas. ¡Mírate! ¡Si estás coladito por ella!

Aquel comentario lo pilló desprevenido. Sue estaba en lo cierto: no dejaba de pensar en ella. Más que eso, ansiaba estar junto a ella, contemplando sus aterciopeladas pestañas y la delicada curva de sus clavículas. Cada minuto que permanecía alejado de su cuerpo inerte le dolía tanto como los golpes que le propinaron aquella noche, cuatro meses atrás. Quería ser la primera persona que vieran sus ojos cuando ella despertara.

Simplemente, le era imposible imaginar que pudiera permanecer dormida para siempre.

En cierto modo, su deseo era algo egoísta. Se había prometido a sí mismo darle las gracias porque estaba seguro de que le debía la vida, y también lo atormentaba la certeza de que ella se encontraba en ese estado, debatiéndose entre la vida y la muerte, porque había decidido ayudarlo. Sin embargo, el sentimiento que había comenzado como sincera gratitud se fue transformando en algo no tan sano. Estaba descuidando sus propias sesiones de rehabilitación y sus estudios, se negaba a recibir las visitas de sus amigos y no dejaba de pensar en la joven. ¿Cuál era su nombre? ¿Dónde vivía? ¿Por qué nadie había denunciado su desaparición?

¿Qué pasó exactamente aquella noche?

Volvió a posar su mirada sobre ella. No podía alejar sus ojos de su piel por mucho tiempo. Sus pensamientos vagaron libremente. ¿Estaría soñando? Y si así era, ¿qué vería en su sueño? Una media sonrisa asomó a sus labios sin que se diera cuenta. Era demasiado vanidoso por su parte pensar que ella tendría un hueco en su mente para él. Pero... si él se había enamorado a primera vista, ¿por qué no podría haberle pasado a ella lo mismo? Cerró los ojos.

Él los miraba desde arriba con una mueca de suficiencia. Parecía haber nacido para ello. Su larga cabellera negra se escurría por sus hombros como si de tinta se tratara, y siguió fluyendo cuando él se acomodó apoyando la barbilla en una de sus elegantes manos. Todo su porte destilaba elegancia y gracilidad, fluía tan natural como un arroyo durante el deshielo. "No preciso más de vuestros servicios. Diría que lo siento, pero detesto mentir". Su voz resonó como el repiqueteo de cien campánulas, aunque había sido poco más que un susurro.

- Es increíble - Añadió la enfermera - En una situación como ésta...

Michael abrió un solo ojo, comenzando a reír mientras miraba a la enfermera de lado. Para quien realmente lo conociera, aquella risa no transmitía ninguna alegría. Y es que, incluso Toshio reconocía que hablar de amor en esas circunstancias era de todo menos normal.

Sue apenas pudo resistirse.

- Definitivamente, eres un granuja - Dijo pellizcándole un moflete como solía hacer cuando era más pequeño. Sin embargo, su semblante cambió y recuperó la seriedad - Pero, hazme caso, enamorarte de ella no te va a traer nada bueno. Todavía eres muy joven para que te rompan el corazón.

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⏰ Última actualización: Oct 15, 2016 ⏰

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