Chapter 3

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Todo lo remotamente relacionado a Daniel West me causa náuseas.

Mi vida personal, mi vida social, mi vida amorosa. Todo a mí alrededor está un poco relacionado con él.

Empiezo a recordar cosas. Es ese tipo de cosas que reprimes durante mucho tiempo, pero en un momento determinado te das cuenta que estás solo y así cómo estás sientes que puedes permitirte desahogarte, al menos ese día. Mañana serás aquel iceberg otra vez.

Recuerdo la primera vez que lo vi. Recuerdo la primera vez que me habló. Recuerdo cuando Marco y él se conocieron. Marco y yo fuimos a un teatro. Daniel se estaba riendo como desadaptado y mi hermano se molestó porque se estaba riendo justo sobre su oído. Hicieron un gran espectáculo, y justo después de que Daniel soltara el primer derechazo, un agente de seguridad los llevó a los dos de la mano hacia la salida.

Yo me estaba divirtiendo viendo cualquiera de los dos shows, pero me negaba a admitir que era la hermana de Marco. ¡Marco Daniels nunca había peleado en su vida! O al menos jamás ganado una, y realmente no creo que lo hiciera a la edad de dieciséis años. No quería salir del teatro, y no planeaba hacerlo. Pero el idiota gritó mi nombre y yo me hundí en mi asiento. Hubiera pasado desapercibida, pero el orangután de seguridad me había visto justo en el momento en el que me ocultaba, así que gritó:

—Hey, tú. Fuera de aquí.

Me quedé ahí por un momento más, viendo a las personas mover sus cabezas hacia todas las direcciones mientras buscaban a quien le había hablado así.

Finalmente, tuve que salir después de que sentí el agarre de una mano enorme alrededor de mi muñeca. Me quejé y dije que sabía caminar sola.

Dios, ese fue uno de los peores días en toda mi vida. Ser sacada a rastras de un teatro por algo en que ni siquiera había tenido parte.

Encontré las llaves del auto en uno de los bolsillos de mi vestido y me dirigí directamente hacia él. Me pasé una gran cantidad de luces rojas, y cuando creía que quedaba muy poco de mi enojo, me preguntaba en dónde estaría mi hermano.

Dos horas más tarde, Marco Daniels estaba en mi puerta tan ebrio que apenas podía mantenerse de pie. Quien lo había traído a casa tocaba la bocina tan alto que era posible despertar a mamá. Eso no era aterrador, esa sorprendente.

Miré por encima de Marco y sentí que mi mandíbula caía hacia abajo. Era aquél tipo que le había golpeado el rostro a mi hermano. Él no se veía tan ebrio como Marco, pero estaba riéndose muy fuerte, lo que comprobaba que había estado compartiendo su botella. Se despidió de mí agitando su mano y se alejó en su auto haciendo chillar los neumáticos.

Llevé a Marco hasta su puerta y él se puso de pie súbitamente, yendo al baño y eventualmente escuché sus asquerosas arcadas. Bueno, al menos ya no tenía que arrástralo dentro.

Fui a mi habitación y me dormí instantáneamente. El enojo era una piedra sobre mi espalda.

Recuerdo verlo al día siguiente, lo recuerdo riendo por algo que dije, pero me obligo a parar de recordar. Su risa es demasiado para mí.

Voy a cepillarme los dientes y me meto en la cama. Subo las sábanas hasta mi barbilla y clavo mis ojos en el reloj que está por encima de mi puerta.

Es martes, 19 de Agosto, y solo faltan treinta y cuatro minutos para que al fin este maldito día se convierta en un día sólo un poco menos devastador que el anterior.

No quiero encender la televisión. Si lo hago, lo único que veré serán las fotografías de Daniel y el reportaje que han estado reproduciendo durante los últimos dos años.

Tuesday 19Donde viven las historias. Descúbrelo ahora