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VI

Eres el anfitrión de un fantasma.

No se repone aún de la primera caída, cuando se halla nuevamente en la azotea de una casa. Horrorizado, siente cómo aquel hombre corre a una velocidad inhumana, y posee la capacidad de brincar, quizás, diez metros de altura, aterrizando después de manera impecable en el pavimento... como si de un felino mutante se tratara o algo así.

Mil terrazas desfilan ante sus ojos, y para Yang Yang eso es un sueño: ¡Una excitante pesadilla hecha realidad!

A decir verdad, no puede hacer nada más que gritar y temblar entre los brazos de Zhou, y aunque al principio lo hace presa de un ataque de pánico, después sus exclamaciones desprenden adrenalina pura. El chico ríe como desquiciado, irradiando emoción e histeria juntas. Entre ascenso y descenso, mientras contiene la respiración para no ahogarse, recuerda aquel juego mecánico al que se montó con Takeko dos años antes, un día que escaparon a la feria. Es como danzar con la muerte de manera traviesa y provocativa.

Puede ver las estrellas en el cielo, sentir en su cuerpo semidesnudo la calidez de un hombre vivo y muerto al mismo tiempo que le muestra la belleza de un mundo desconocido, intenso e infernal. Porque ya no lo duda: si no es un vampiro, tampoco es humano.

En medio de la turbulenta excitación, Yang Yang implora:

—¡Más alto! ¡Más alto! ¡Hasta la luna!

Y Zhou, haciendo un esfuerzo, casi lo obedece. Tomando vuelo a una velocidad agobiante, brinca lo más alto que puede, con una inmensa y vampírica sonrisa en el rostro. El chico ve entonces a Selene desde un ángulo que de otra forma no lo hubiese logrado. El tiempo se detiene por segundos que parecen años. La presencia oscura que lo retiene, arriba en el aire luce más imponente, como un gran murciélago de ojos carmesí.

El descenso inicia, y Yang Yang piensa que terminará por desvanecerse. Casi puede ver sus lánguidas extremidades dormidas estallando contra el asfalto como si fuese un muñeco de porcelana. Pero, en cambio, ambos terminan empapándose en las aguas del mar, tras el chapuzón más intenso de sus vidas.

El muchacho no puede explicarse cómo fue que llegaron ahí, pero poco le importa. Nada con el corazón a punto de salir por su boca, luchando contra el líquido que amenaza con introducirse a sus blandos pulmones. Sin embargo, de nueva cuenta aquellas manos lo toman entre las olas y rescatan. Cuando sale, inhala grandes bocanadas de aire, escupiendo la sal que se ha colado entre sus labios. Deja todo su peso caer sobre los fuertes brazos que lo sostienen, considerando que la mitad es el agua que escurre y poco a poco se hace más ligero.

Aquella situación lo tiene extremadamente nervioso, pero por algún extraño motivo, su inestabilidad solo es mental. En cuanto a su físico, se siente mejor que nunca. Podría echarse a correr en cualquier momento sin dificultad.

Cuando por fin llegan a la arena, ambos se tumban, con las respiraciones agitadas. Yang Yang incluso tose, revolviéndose como un gato que reclama los mimos de su dueño. No puede con tanta fascinación acumulándose en su pecho, pues lo que acaba de vivir trasciende los límites de lo fabuloso. Por supuesto que aquello no sería así para alguien que tuviese fobia a las alturas, pero... ¡él era él y estaba encantado!

Con el afán de tranquilizar sus sentidos, se abre imitando a una flor, tal como lo hace siempre después de un orgasmo sobre aquel mugroso lecho. Siente sus genitales expuestos, ah, probablemente perdió su ropa interior en medio del ajetreo... Mejor así, quizás el vampiro de pronto se siente seducido. Ríe como un estúpido al pensar en ello, al creerse sexy en una situación tan deplorable.

Mamá, hay un vampiro en la azoteaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora