VSolo Dios, mi mamá y yo.
«Un segundo piso. Un segundo piso, Yang Yang, ¿en qué carajo estabas pensando? ¡Hasta para buscar la muerte eres un inútil!» Fue lo que Takeko le dijo en cuanto abrió sus ojos, al medio día. Él la miró con una sonrisa tan triste y resignada, que cualquiera pensaría que moriría al minuto.
«No lo reflexioné» replicó. «Sabes que cuando estoy atemorizado cometo estupideces. ¿O ya olvidaste cuando le fracturé la mano al señor Lu?»
Qué asco de situación, eh. El chico no deja de pensar en ello, en lo arruinado que se encuentra ahora por sus impulsos de idiotez, mientras observa al lejano crepúsculo. Es decir, matarse nunca fue su intención, pero cualquiera pensaría ello... ¡y qué intento de suicidio tan estúpido! Está seguro de que de ahora en adelante, alguien en el barrio le pondrá algún apodo de mierda que bien se merece.
Suspira. El muchacho yace sentado en una cama cómoda, dentro de un cuarto donde puede haber luz todo el día si él así lo desea. Se siente afortunado. Incluso sus heridas no son tan graves. Sabe que le enderezaron el hombro, vendaron el contundente golpe de su frente y curaron las mil cortadas esparcidas a lo largo de su anatomía. Desearía que fuese algo más serio para permanecer tranquilo, recostado en el hospital.
Sin embargo, caída la noche podrá partir a casa y eso le molesta, porque sabe que todos estarán enojados con él, y le harán trabajar al doble para pagar las reparaciones del auto que casi hizo añicos debido a su imprudencia.
Piensa en qué medidas tomar. Incluso acaricia la vaga idea de huir como el pájaro que emigra, hacer a un lado todo ese sentimentalismo basura, el miedo a la aventura, y lanzarse una noche aunque ya no sea bien recibido en aquella casa nunca más. Porque ha alcanzado su punto máximo, está harto de toda esa situación.
Y se encuentra bien concentrado fantaseando con su fuga, cuando dos golpecitos en la puerta avisan que alguien va a entrar. Ve a la enfermera avisarle que tiene visitas, y por su mente pasa todo un catálogo de seres iracundos o burlones que podrían interesarse por sus desgracias. Son muchos rostros, pero aquel hombre que yace ante él es el último en la lista de sospechosos.
—Zhou... ¿qué haces aquí? —El joven frunce su ceño, manteniendo claramente una actitud hostil.
—Buenas noches, Yang Yang —recalca su nombre, haciéndole saber que ahora lo conoce—. Me avisaron que habías tenido un accidente, así que te traje flores. Sinceramente, pensé que sería algo grave... pero mira, hasta ánimos de pelear tienes.
El vampiro porta una gabardina negra que le hace lucir imponente. Sin poderlo evitar, la liebre se sonroja y desvía su mirada. El corazón se acelera, y agradece por primera vez en el día no estar conectado a un aparato.
—Pues... gracias. Gracias por el regalo. Pero si lo que quieres es tu ración de sangre, te aviso que no sé ni siquiera si Takeko recibió el paquete por la mañana. Deberás esperar hasta...
—¿De verdad me crees tan necesitado? —Inquiere, quizás, ofendido—. Escúchame, hemos convivido por un mes casi a diario, ¿no es natural que me preocupe?
—No, dado que solo eres un cliente entre tantos. —Yang Yang se atreve a encararlo—. Además, ya casi debo irme, no tengo tiempo para esto.
—¿Podrías dejar de ser tan orgulloso? Por eso te pasan estas tonterías, es el karma al que le debes cuentas.
—¿Y tú qué sabes de mí? —El muchacho comienza a sentir una creciente rabia en su interior—. ¿Qué sabes sobre el motivo de mi accidente?
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Mamá, hay un vampiro en la azotea
VampirProbablemente, el día en que su madre fue asesinada, Yang Yang hizo una fiesta interna. Pensó que aquella tortura tan longeva por fin había terminado e, incluso, cuando tuvo la oportunidad depositó un beso en la mano del asesino. Sin embargo, cinco...