1; 7 - final

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VII

Miau, miau, miau... ¡Adorables!

Adorables, adorables momentos.

Nada más que adorables.

Aunque Yang Yang intente desviar su atención tiñendo sus uñas de rojo, hojeando los nuevos catálogos de perfumería que le han llegado, mirando el tonto programa que pasan en la TV los domingos por la tarde o ayudando a Takeko a limpiar su habitación...  lo sabe. Él lo sabe, es consciente. La sensación está allí, bajo su lengua, en el pecho, arriba y a los costados. Es una verdad tan inminente que resulta imposible ignorarla. Es como intentar evadir la existencia del Sol. Tonto y arrogante.

A partir de aquella noche, nada ha vuelto a ser igual.

Y es que la mirada perdida de su tía da mucho en que pensar. Su errática forma de andar, la palidez que cubre su piel. Incluso un par de ojeras han aparecido lamiendo el cutis casi perfecto de la mujer. Pero, el peor síntoma y a la vez el más angustiante de todos es la repentina amabilidad que ha mostrado últimamente hacia su sobrino.

«Hijo, Yětù. No. Yang Yang. ¿Has pensado en tomarte unas vacaciones? Mira, es verano y sé por lo que estás pasando. Tus terrores nocturnos, el estrés de tu luto. Lo he pensado y decidí darte algunos días de descanso... Tanta rutina cansa, eh. Incluso bajaste de peso. No trates más con clientes si no quieres... Me has comentado que hay alguien rudo, puedo hacer algo al respecto y correrlo. También sé que te asquea el más viejo de todos. Les ofreceré a las otras chicas, a menos de que sea ese hombre... Zhou. Tú tienes una relación con él, ¿verdad? Te gusta, ¿cierto? Si quieres solo permitiré su entrada. Lo que te acomode y haga feliz.»

¿Cuándo, en tantos años, había sido amable y considerada con él, aunque fuese solo un poco? Aceptar su propuesta se sintió extraño, pero tampoco iba a desperdiciarla. Aquello solo podía ser obra del descarado vampiro, no cabían dudas, pero... ¿qué había hecho exactamente para transformar de manera tan radical a una persona?

Piensa en aquella noche. Recuerda haber sido bañado por sus frías manos. Al agua escurriendo en la tina, aquella mirada penetrante adorando su figura a cada momento. Besos, canciones de cuna, y un sueño profundo acurrucado a su lado. A la mañana siguiente, la inevitable ausencia.

Cuando le preguntó de frente a su amante qué había hecho, él se limitó a responder: «Te he dado un poco de libertad. Eso es todo». Y ahora yace ahí, tomando un té helado mientras las otras mujeres son presionadas para conseguir más clientes.

Yang Yang admira el crepúsculo desde el balcón. Incluso la deuda del auto la está cubriendo su tía, alegando que aquel incidente fue su culpa por no haberle prestado atención antes. El incendio colándose a través de las cortinas de pronto es hermoso. Los días pasan y solo se dedica a caminar, leer, bromear con su prima y amar al hombre que promete darle la eternidad.

Espera callado, paciente. Cómodo en una situación turbulenta.

«Es que tú no lo viste. No observaste aquel par de borlas rojas, Takeko. Él estaba sobre Yang Yang, como un dragón velando a su oveja. La mirada... la mirada...» El chico escucha una voz femenina tras la puerta, mas pretende no hacerlo, porque solo por esta ocasión se permite ser egoísta y anteponer su (intento de) felicidad sobre los demás.

Incluso sus crisis nocturnas, si bien no han desaparecido por completo, han reducido de intensidad. Con Zhou recostado a su lado, repartiendo tiernos besos y caricias sobre la lívida piel del cuello, aquella mujer a quien aborrece no puede acercarse. Es su propia zona restringida, donde solo los amantes caben.

Mamá, hay un vampiro en la azoteaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora